El noveno film del cineasta estadounidense Stanley Kubrick, estrenado el año 1975, se establece como el punto cúlmine de un trabajo progresivo por parte de este artista en la búsqueda de generar un relato en el que, tanto historia como desarrollo dramático, sean un eslabón de la perfección y maestría técnica que proponía como pieza fundamental de su obra. La cinta, que nos habla sobre el inicio, auge y caída del irlandés Redmon Barry en pleno siglo XVIII en una Gran Bretaña convulsionada por la Guerra de los Siete Años, plantea una estructura dramática clásica dividida en dos evidentes actos, sin pretensiones de experimentación. Este desarrollo aristotélico del guión, al que se suma una voz en off que conduce de manera omnisciente la historia planteada en sus más de tres horas de duración, denota una clara intencionalidad del cineasta en mostrar una aparente simpleza en la forma de presentar su historia. Sin embargo, es finalmente la forma de plantearla en pantalla -a través de sus decisiones en el uso del dispositivo cinematográfico-, las que generan que esta pieza sea encumbrada como una de las más importantes de su acotada filmografía.
Y es que Kubrick, sabiendo con claridad las herramientas que el cine puede otorgar al momento de crear una obra, buscó plasmar en su película la estética de distintos pintores del siglo XVIII para enmarcar el devenir de Redmon Barry en su constante determinación de insertarse en la alta sociedad inglesa. Esto derivó en que cada plano de esta obra posea un profundo y meticuloso trabajo en los distintos departamentos que conforman la producción de un filme, siempre en búsqueda de generar una atmósfera que buscaba replicar sus referentes. Decorados sublimes, uso de locaciones reales, vestuario de precisión histórica perfecta –además de un brillante uso de música extradiegética referente a autores del siglo XVII como Mozart, Bach o Vivaldi, que acentúan la intertextualidad del filme y logran generar magníficas y/o disonantes ambientes dramáticos- permiten al espectador adentrarse fielmente en el contexto que rodea al protagonista a través de este diseño de producción detallista.
Un montaje que apela a una atmósfera contemplativa impulsa también esta decisión de estética pictórica, en donde la apreciación del filme permite a quien vea la película observar las distintas dimensiones que Kubrick impregna en su personaje principal a lo largo de su recorrido por los distintos paisajes sociales y físicos que debe enfrentar. Pero es sin duda en el apartado de la cinematografía en donde el cineasta logró sus mayores proezas técnicas, en conjunto a uno de sus más importantes colaboradores, el director de fotografía John Alcott. El desafío fue planificar un rodaje en el que se priorizarían los planos abiertos y fijos, y en el que sólo se utilizaría iluminación natural para así remarcar la decisión estética ya mencionada. Este reto técnico (el cual finalmente se pudo llevar a cabo de la mejor manera posible, sólo utilizando la luz artificial para reforzar el naturalismo de la imagen), llevó a Kubrick y Alcott incluso utilizar una óptica perteneciente a la NASA –de la empresa Carl Zeiss-, con una apertura f/0,7 que permitió rodar las recordadas escenas iluminadas sólo con velas. El cineasta neoyorquino, popularmente conocido por el perfeccionismo con el que abordaba sus rodajes, alcanzaría finalmente con esta película la cumbre de su manera de ver y pensar el cine: establecer al dispositivo cinematográfico como el eje dramático fundamental en su conformación del relato.
«Barry Lyndon» (1975) de Stanley Kubrick se exhibirá en Cineclub Séptimo Sello el día jueves 29 de agosto a las 19:00 hrs. en la Sala de Artes Escénicas del Centro Cultural San Antonio (Av. Barros Luco 104, San Antonio). El Cineclub Séptimo Sello realiza una función al mes de manera gratuita y pertenece a la Asociación de Cineclubes de Chile.
Gonzalo Villarroel
Cineclub Séptimo Sello