«El Rostro Ajeno»
‘Tanin no kao’, Hiroshi Teshigahara, Japón, 120 minutos, 1966.
En general, el cine de género trabaja con los temores más primitivos, los cuales son orientados al conflicto central. En éste, oponen las fuerzas de un protagonista con las de un antagonista, que se encuentran únicamente en el mundo real del narrador y en su evolución más simple. La diferencia más evidente que existe con una narrativa post brechtiana, refiere a que todo evoluciona de una forma distinta, ya no importando reflejar los temores primitivos en el resultado del conflicto. Un ejemplo de ello está dado en el cine de terror, en el cual resultará más importante establecer una atmósfera y un estado, superando al conflicto central. Será en este momento cuando el cine se aleja de las ataduras propias del dualismo causa-efecto, para perseguir el clima en el rostro del terror, comenzando a explorar un tercer elemento, dado por la visualidad. Donde se rompe esa dualidad, es cuando el brechtianismo se vuelve meramente estético, siendo el momento donde lo visual tiene que evitar tener una coherencia explícita con la narración, o bien evitar la obviedad de ésta. Es crucial que cada plano se pierda en el relato, y así demuestre que el tercer conductor termine deformado cada vez más y más.
“El Rosto Ajeno”, película japonesa filmada en 1966 por Hiroshi Teshigahara, parece ser un descendiente de “Los ojos sin rostro” (1960) de Georges Franju, ambas películas que trabajan y tienen un gran cariño al cine de terror clásico. Sin embargo, no buscan retratar la formula plano a plano del dualismo narrativo, por lo que tratan de llevar la narrativa visual a un nuevo nivel. En “El Rostro Ajeno” se presenta un protagonista agresivo y con rabia, el cual considera que entiende su situación frente a la sociedad, la de ser un monstruo para los demás debido a su rostro. Es allí donde aparece una moderna y releída lectura del pacto de Fausto, donde un doctor le entrega a un sujeto la oportunidad de revertir esta situación.
El relato se pierde y le gusta perderse, no se concentra en la forma clásica de la anécdota gótica de un personaje desfigurado, tampoco en su conflicto de injusticia de la sociedad hacia él. El filme indaga en las posibilidades de un relato en torno a los resto y despojos de la sociedad moderna, sin caer en una denuncia, tratando con nihilismo e indiferencia la manera en cómo son vistos por los demás los sujetos que se esconden tras una máscara simbólica.
Con marcada influencias de la Nouvelle Vague Francesa, tanto en su propuesta visual como narrativa, pero también con una clara diferencia respecto a lo que se acostumbraba a hacer en este periodo para relatar una historia de un sujeto de ambivalentes personalidades, presenta un marcado tratamiento de lo gótico y expresionista que, al ponerse en diálogo con películas como “La Jetée” (1962) de Chris Marker y “Alphaville” (1965) de Jean-Luc Godard, no sólo establecen un campo reflexivo desde la estética, sino que se acerca a muchos de los planteamientos que están presentes en corrientes como el Cyberpunk, donde el nihilismo de hablar del futuro del hombre como sociedad carente de esperanzas, hacía menospreciar el valor del ser humano más allá del cuerpo, puesto sólo al servicio de perpetuar casi en una sola razón la pérdida de su existencia.
En cierta medida, en esta película se pueden encontrar cimientos de obras como “Metrópolis” (1927) de Fritz Lang, donde existe la creación de un nuevo ser humano a partir de la imagen del mismo humano, cuestionando su valor esencial pero, a la vez, contradiciéndose respecto a una construcción técnico-alquimista, una figura fáustica con escenas cargadas con trucos de magia aparentando ser ciencia de la época. Llegará un punto en “El Rostro Ajeno” donde el protagonista empiece a divagar respecto a qué hacer con esta oportunidad de recuperarse: ¿realmente es una nueva oportunidad? ¿Es, tal vez, una gran mentira que termina siendo un cuestionamiento hacia la falsa oportunidad que da su creador, maquillado sólo de ambiciones propias?
En suma, la película tiene un valor agregado en cuanto testimonio de las reflexiones del periodo post atómico, donde los japoneses pueden hablar mejor que nadie de los estragos del siglo XX. Vivieron las bombas atómicas, conocieron el poder de abrir un gran sol en sus suelos, y por tanto reflexionan respecto a si son víctimas o una especie de bloqueo del fin del progreso que venía de occidente. La analogía del rostro en tanto destrucción es una gran grieta que marca un hito importante, obligada y condicionada a mantenerse por la misma sociedad aún cuando es considerada como un pasado monstruoso, en la que el protagonista es el más cercano a lo primitivo, al igual que los personajes que deambulan en la historia: una muchedumbre moderna que funciona como ganado del progreso, acelerado y ruidoso, el cual no tiene tiempo para tolerar el pasado, que se tiene que forzosamente adaptar al presente aunque éste sea una gran mentira. “El Rostro Ajeno” muestra el cuestionamiento, pero no da soluciones ni apela a responsabilizar a quién es el más monstruoso de todos, sino esboza una interpretación de la supuesta realidad distorsionada por un tercero, que es un manto de lo más primitivo del ser humano.
«El Rostro Ajeno» (1966) de Hiroshi Teshigahara forma parte del ciclo «La Nueva Ola Japonesa» curatoriado y organizado por el Cineclub Bestiario de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, perteneciente a la Asociación de Cineclubes de Chile, y que realiza sus actividades todos los días lunes a las 19:30 hrs. en Sala Juan Radrigán (Almirante Barroso 352, Santiago Centro, Metro Santa Ana) con entrada liberada. Todas las funciones son seguidas de un cine-foro de análisis y profundización de contenidos en el que participa Agustín Letelier, experto en cultura japonesa, ex agregado cultural de Chile en Japón y Luis Horta, Académico de la carrera Cine y Audiovisual de UAHC y coordinador de la Cineteca de la Universidad de Chile.