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Diego Bonacina, la mirada del Nuevo Cine Chileno

Por: Marcelo Morales / 08 de septiembre, 2013

En plena calle Corrientes, en medio de los grandes carteles iluminados de las obras de teatro más comerciales, se asoma Liberarte, una librería que en el fondo contiene el mejor video club de Buenos Aires. Quien atiende y administra el local es Felipe Bonacina, un cinéfilo total, quien porta en su mente todo el inmenso catálogo y que jamás se molesta en recomendar títulos. Pero antes que él estuvo su padre Diego, fallecido en 1998 y presente en el local a través de una vieja foto, en donde porta una pequeña cámara de cine, trabajando en un rodaje fundamental para la historia del cine chileno: Valparaíso mi amor, de Aldo Francia.

Casi un anónimo del cine chileno hoy, Diego Bonacina también fue el director de fotografía y camarógrafo de otra película esencial: Tres tristes tigres, de Raúl Ruiz. Así, perdido detrás de los nombres de los directores de estas películas, la figura de Diego Bonacina quedó eclipsado, pero la potencia visual y el ritmo de ambos filmes quizás no hubieran tenido tal calidad sin su presencia, sin su pulso y mirada.

Hoy, en donde tales películas se sitúan en la cúspide del cine chileno, Diego Bonacina merece ser rescatado de la oscuridad de la mala memoria. Afortunadamente, ese olvido no corre por la mente de su hijo Felipe y menos por su viuda chilena, Magaly Millan. Rodeada de recuerdos, fotos, cartas, recortes de diario y filmes de Diego, ella rememora las buenas épocas desde Buenos Aires, esas cuando eran jóvenes y se conocieron en Chile, después de que él decidiera quedarse, eclipsado por el cine que aquí explotaba y por las amistades.

Así es como Magaly recuerda a su esposo, formado en la mítica Escuela de Cine de Santa Fé. Un hombre reservado que hablaba a través de las imágenes del lente de su cámara de fotos y la de cine, en donde con su mirada siempre buscaba poner en el centro al hombre común, a esos que se ven en Valparaíso mi amor y en Tres tristes tigres.

El acordeón, la cámara y Chile

“Diego nació el 3 de marzo de 1943, era hijo de pequeños campesinos, en la provincia de Santa Fé. Ahí, por ser niño campesino lo molestaban bastante y se retiró antes de terminar la secundaria. Fue entonces que su padre lo llevó a la Escuela de cine de Santa Fé, cuando la dirigía Fernando Birri. Pero Diego no podía ingresar sin la secundaria, pero su padre le dijo a Birri que su hijo tenía intereses artísticos y lo obligó ante él a tocar el acordeón. No tenía nada que ver, pero su papá insistió y Birri no pudo decirle que no. Así, de a poco, se transformó en alguien muy brillante. Era muy intuitivo, muy trabajador y observador. Comenzó sacando fotos. Sacaba fotos todo el tiempo entre la gente de la ciudad, de su pueblo. Así los conocía de verdad y esa mirada es la misma que aparecerá en las películas en las que trabajará. Es cosa de comparar sus fotos y las imágenes de las películas.

Junto a Raúl Ruiz en el rodaje de Tres tristes tigres.

“Diego llegó a Chile en el primer Festival de Viña del Mar, el año 67. Venían muchos argentinos ahí, como Fernando Birri, Raimundo Gleizer. Frente a una terrible situación en Argentina, en donde había ocurrido ese mismo año el golpe de Onganía, un gobierno lleno de represión hacia los jóvenes, Chile y ese festival era el lugar en donde todos anhelaban ir. Le encantó la bohemia, caminar, turistear, conversar, hacer chistes. El chileno es muy ingenioso, es divertido cuando quiere. Eso le encantó y decidió quedarse a vivir. En el Festival además estaban Aldo Francia, Raúl Ruiz… Fue entonces donde arma una gran amistad con Raúl, con quienes ya se conocían desde la Escuela de Santa Fé, adonde Raúl había ido. Fue por entonces también donde nosotros nos conocimos. Yo lo acompañaba a todos lados, siempre juntos y así vi como hacían el cine chileno. Era una vivencia tan linda, gente tan convencida de lo que estaba haciendo.”

Los amigos, los tigres y Valparaíso

“Raúl lo invitó a hacer el Tango del viudo, una película que nunca terminaron. Eran jóvenes de 23, 24 años, y a esa edad estaban marcando el paso del cine chileno. Marcando realmente el paso, eran bastante cercanos, al punto que Ruiz invitó a Diego a vivir a casa un tiempo, cuando no tenía mucho para subsistir. Fue entonces cuando hicieron Tres tristes tigres. Era una simbiosis perfecta, eran iguales, no hablaban mucho, pero se entendían por completo. Se iban a un rincón y conversaban, planificando lo que iban a hacer. Era tanto esa complicidad que los actores se molestaban un poco. Recuerdo perfectamente cuando se rodó la escena de las botellas. Lo conversaron a solas un rato y Lucho Alarcón le decía a Shenda: “qué estarán hablando ya los hueones”. De esas conversaciones salían cosas como el paseo de los curados, que era como el de la cueca chilena. Todas esas cosas yo vi como nacieron, las viví muy profundamente con Diego. Después la película tuvo muchos problemas, problemas con el laboratorio porque las copias salieron negras y el sonido no se entendía nada, aún así la película funcionó. Nadie puedo haber marcado más el lumpen chileno que Raúl. Después ellos se distanciaron un poco, porque todo el mundo quería trabajar con Raúl, quien se rodeó de mucha otra gente.

“Luego vino Valparaíso mi amor. Una de las cosas que más me ha emocionado ver, es cuando Diego bajó esa escena inicial de Valparaíso mi amor. Yo estaba recién en pareja con él e iba a verlo los fines de semana. Con esa escena del escape por los cerros, Diego dejó su huella. Aldo Francia siempre fue un agradecido de Diego, sabía que Diego con, su mirada, le estaba dando un valor sumamente grande a la película. Ya en dictadura, Aldo vino a visitarnos antes de un homenaje que le harían en el Festival de La Habana. Él ya estaba bastante afectado por el parkinson y aceptó viajar. Fue un reencuentro algo triste por el estado de Aldo, pero recuerdo que su mujer me dijo: “hace años que no veía a Aldo tan feliz”. De hecho, le dijo a Diego que quería hacer otra película con él. Pero su estado ya era grave y le costaba mucho hablar.”

El sueño de la UP y la oscuridad de los golpes

“Diego se dedicó después a la docencia en la Escuela de Cine de Viña en 1969, que había formado Aldo Francia. También comenzó a trabajar en los noticiarios de Chile Films y en algunos documentales. Luego apoyó a Allende, en las campañas del gobierno. Fue por ese entonces cuando realizó ese bello documental con José Román llamado Reportaje a Lota. Diego para esto creó una moviola para editarla, así con carretes de madera, todo artesanal. Ese documental terminó ganando la Paloma de oro en el Festival de documentales de Leipzig en 1970. Fue un trabajo hermoso con José, un director de alma, con quien habían forjado una fuerte amistad, real. Entremedio, quedaron varios trabajos truncados, como el proyecto de hacer una película sobre Balmaceda, con Fernando Balmaceda. También hizo la fotografía de la película de su amigo Enrique Urteaga, Operación Alfa.

“Y llegó el golpe, algo muy duro. Todo se vino abajo. Diego cayó detenido en el Estadio Nacional y como era extranjero lo expulsaron. El problema es que el 76 se vino el golpe en Argentina y Diego volvió a caer preso por causa del Plan Cóndor: dos años preso, aunque lo podíamos visitar. Reservado con las cosas terribles, nunca contó su pasar por ambos centros de detención. Si lo torturaron, los posibles abusos, nada de eso nos contó. Si ayudó a otra gente que se vino de Chile a Argentina, si salvó películas (como se dice sobre La Batalla de Chile, que él salvó negativos), menos. Hubo muchas cosas que él no me dijo, para protegerme. No digo que él era un guerrillero o algo así, pero hubo muchas cosas hermosas que él las hacía anónimamente.”

El lejano Chile y la injusta muerte

“Luego de esos días negros, intentó cosas, hizo una película con Eliseo Subiela, la primera de él, La conquista del paraíso. Trabajó en otras películas, la mayoría fracasos. Y por entonces nació el videoclub, el que se transformó en un lugar de referencia cinéfila. A Chile sólo volvimos después de visita y nunca a vivir, se sabía que las cosas estaban bien distintas en Chile. Algunas amistades permanecieron, como la de Pepe Román, que ya estaba más dedicado a la crítica y a la docencia. Existieron algunas ofertas para trabajar en cine, como Miguel Littin que le ofreció a Diego trabajar en Acta general de Chile. Circulaban muchos proyectos, pero nunca nada se concretaba. Tuvo conversaciones con Valeria Sarmiento, por ejemplo, como también tuvo la posibilidad de hacer cursos en San Antonio de los Baños en Cuba. Pero Diego no buscaba el éxito, no buscaba figurar y hay una anécdota que grafica totalmente esto, fue en el Festival de Viña del Mar en el año 93. Se hizo un homenaje a realizadores argentinos y empezaron a nombrar a los homenajeados, salió su nombre y brotaron grandes aplausos. Entre la fila, el que estaba al lado de él, le dijo: “¿y ese quién es?.

“En 1998, Diego estaba en un proyecto estatal, justo en su natal Santa Fé, en donde había que hacer unas plantaciones y Diego registraría aquello. Era un proyecto que lo tenía muy contento. Pero tenía muchos problemas de presión y no se cuidaba mucho. Fue por allá que le vino un derrame cerebral y se fue. Justo allá en Santa Fé.

“Recuerdo lo que me dijo Pepé Román cuando supo la noticia: “se me murió el único amigo que tuve”. Él como vivió murió, era demasiado humilde para un sistema que tu tienes que mostrarte, hacer boato, él no era así.”

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