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Educación física: Palo blanco.

Por: Colectivo Miope / 05 de enero, 2013

“Los hombres que adquieren cuando pueden hacerlo serán alabados y nadie los censurará. Pero, cuando no pueden ni quieren hacerlo cuando conviene, serán tachados de error y todos les vituperarán”.

Nicolás Maquiavelo, “El Príncipe”. 1513.

“Yo creo en la provincia”, testificó Pablo Cerda (parafraseando a Bonasera), protagonista y director de Educación Física, en el estreno universal de éste su primer largometraje, el pasado jueves 13 de diciembre en la Cineteca Nacional. En diferido, el mismo día, se liberaba la película vía Cinepata.com, socio estratégico de ésta.

Es en la provinciana república del universo web donde esta noble máxima se está poniendo a prueba, de forma cuantitativa, estadísticamente, para de esta manera extender su alcance de forma insospechada y generar extrapolaciones redituables en lugares múltiples e inimaginables. He ahí la gracia, el sentido y la sustentabilidad de “compartir” estratégicamente los contenidos por Internet y, de esta manera, no aceptar someterse exclusivamente a que el trabajo realizado se defina únicamente en la cronométrica arena presencial. “Los que vamos a sobrevivir, además, no nos conformamos solo con saludar”, sería la moral acá esgrimida (parafraseo rebuscadamente, ahora, a los gladiadores).

Apenas hace una década los contenidos en línea eran una alternativa inestable y marginal –incluso de la ley; a los ascendentes precios de las salas comerciales, a la estrecha oferta de sandias caladas, o incluso una respuesta cercana a cierta fobia social contra aquel encuentro público. Si bien el terreno virtual aun no está pavimentado ni iluminado, ni mucho menos del todo regulado –sino más bien plagado de salteadores de caminos–, tampoco ofrece un escenario más estable el conducto regular, donde el ultraje y el linchamiento está garantizado por el mercado.

Y por otro lado, depende, entonces, de la madurez o mejor dicho de la autoconsciencia del público en no convertirse en un número pasivo, o peor aun, paralelamente por eso mismo, en un Ariel Roth (Pablo Cerda en Velódromo), el niño símbolo de cierto enajenante consumismo virtual, quien tragaba mucho pero se nutría nada, metía su cabeza en la pantalla luminosa que además usaba como barbitúrico. Recordemos; sus relaciones interpersonales quedaban mustias y los contenidos vistos rápidamente olvidados o acaso nunca realmente resignificados.

Como sea, volviendo a la Cineteca Nacional; comienza la proyección. Los cuerpos se predisponen. Los ánimos se aquietan. Las respiraciones y otros ruidos fisiológicos llegan al primer plano sonoro. El espacio aísla de preocupaciones hogareñas y focaliza la atención al frente. Existe un encuentro, un roce y un contacto cómplice e implícito que altera la percepción, nutre y complejiza la experiencia de principio a fin. Y ésto, no es nostalgia, es contrato social, por visceral que parezca.

En su debut, Cerda aplicó lo más respetable de su experiencia actoral con Fuguet (Velódromo y Música Campesina) y devastó –para su mérito– todo lo neurótico y odioso de aquellas personalidades, sin perjuicio de que el tipo de personaje sea, aquí incluso, el mismo (un no-emprendedor, cómodo e imperturbable solitario, pero aquí sí algo querible), mas sus herramientas -adquiridas por idiosincrasia y contexto- considerablemente diferentes. Rescató, entonces, de aquella lógica “garage”, también, el factor productivo, el que induce a depositar el peso en el guión, en lo actoral y en cierta mesura técnica pero sin despreocupar la visualidad correcta que se permitió.

Se revelan las primeras imágenes de Educación Física: espacios abiertos y el cansino transitar de su protagonista, Exequiel (Pablo Cerda), durante varios minutos por San Antonio. El público se deja seducir por los momentos simpáticos y evidencia ansias de reír, hasta con lo más inane. Luego, aparece, cuando el protagonista revela sus tres grandes cilindros adiposos, a un costado del plano, el título de la película; un presagio encriptado de mucho de lo que emergerá a partir de su sigla; “Esmeradamente Fuguetiano”, “Escasamente Fálico”, “Escisión Familiar”, “Engañosamente Fútil”…

Pero tampoco seria justo circunscribir el debut netamente a partir de la experiencia con Fuguet, pues con su productora -La Nena- Pablo Cerda ha estado desarrollando producciones de tono similar a lo intentado en E.F. Por ejemplo, y de forma muy emparentada, lo hizo en el cortometraje Domingo (2009), donde un joven irritable, el mismo Cerda, vive un encuentro doméstico más bien forzado (ficcional pero hiperrealista), plagado de incomodidades e incompetencias varias, con su lacónico padre (real).

En Educación Física, desarrollando aquella idea primigenia de Domingo, Exequiel es un tibio profesor treintón, conduce con múltiples falencias pedagógicas clases de educación física a niños (víctimas colaterales y futuros Exequieles); se alimenta desordenadamente, y alimenta, también, mediante insalubres conversaciones –poseedoras de un notorio malestar– la relación que lleva con su padre anciano (Tomas Vidiella), con quien convive –al parecer– desde siempre, es decir, sin periodos de independencia. Su progenitor no está desahuciado pero sí aparenta un visible deterioro y cansancio propio de su edad, o mas bien a causa del colesterol acumulado por la gula enraizada en el Hollyfood, que con los sucedáneos se constituyen como únicos espacios de comunión familiar (además de la televisión; nuestro computador portátil actual). El padre intenta transmitir algunos axiomas de viejo sabio, supuestamente útiles, pero ya es demasiado tarde, Exequiel se limita a acompañarlo y hasta escucharlo. Se atrofia en este transe, tal vez, pero en el fondo la situación es tan estable y apacible que basta fantasear migraciones con cierta verosimilitud para asumir que vivir más solos de lo que ya están no da a lugar.

La vida de Exequiel se mueve igual que sus reiteradas sesiones de basketball; solitaria pero vital, eficiente pero no competitiva, cadenciosa y armónicamente rutinaria pero no necesariamente infeliz, y –algo nada insignificante– aquellas preocupaciones y presiones externas convencionales e impertinentes asociadas a “madurar” y “crecer”, para él, al menos durante un buen rato, no existen…porque realmente no existen. Mal que mal tiene trabajo y se mantiene. Solo alguien con ínfulas de juez (fracasado) o de padre (malogrado) podría reprocharle la supuesta carencia de virilidad emprendedora que realmente él no requiere. Que el espectador lo quiera para si mismo apropósito de Exequiel ya es otra cosa.

Nadie duda que Exequiel posea un temperamento templado, llano, limitado, y hasta tontorrón. Probablemente consecuencia de muy pocos estímulos (tal vez tuvo profesores como él), y que la representación dada sugiera cierta piedad condescendiente con el personaje, pero no. Esto es un embeleco (inteligente) que tal como está, y por el contrario, pone a prueba al séquito de emprendedores y triunfadores que curiosa y sospechosamente pululan en torno a Exequiel extrapolando no pocas frustraciones y ansiedades propias. Pretendiendo incluso responsabilizarlo a él, ahora, al verlo lento y hasta débil, de sus respectivos insatisfacciones o malas maniobras.

Si es que nos planteamos supuestamente más maduros, resueltos, cojonudos y perspicaces que Exequiel, el bochorno no se debería proyectar. Exequiel, por de pronto, se te planta en las narices, como un espejo, entregándote la posta de algo más duro, lo que a la larga necesariamente gatilla incomodidades y revisiones personales, generalmente tanto más perturbadoras, ocultables y reprochables que la güata sebosa y las tetas marchitas del protagonista.

Ahora bien, yendo un poco más allá, todo aquel que haya vivido en -o conocido- alguna ciudad de provincia puede comprender qué pasa por la cabeza del protagonista, quien claramente nunca ha salido de su ciudad, que probablemente nunca tuvo “el valor” de salir o, mejor dicho, la necesidad. Su cultura, tiene que ver con una constante procrastinación de los asuntos dada por las cercanías geográficas y los lazos igualmente inmediatos de las urbes pequeñas. Y convengamos que Exequiel no es peor que su país, que –igual de pragmático en su metro cuadrado– está acostumbrado a meter la mano en la tierra y obtener todo; cobre, frutas, verduras y cuanta materia prima haya ¿Para qué, entonces, pensar o hacer más de la cuenta? No se puede exportar lo que no se tiene o desarrolla. No se puede salir a dar jugo. Exequiel –limitado y todo–,  algo de esto comprende, y le hacen pagar el precio por aceptar ser quien es.

 “Yo estoy bien, y esta es mi casa”, dice Exequiel con dignidad, en un momento clave, con esa seguridad que nunca explicitó pero que siempre tuvo.

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