Categorías
Artículos / Estudios de Obra + Patrimonio

Una mirada perdida que se recupera fragmentada: Un pequeño estudio sobre Recuerdos del Mineral el Teniente (1919-1957) de Salvador Giambastiani.

Por: Pablo Rivera / 27 de diciembre, 2011

Recuerdos del mineral «El Teniente» es una película con un periplo particular, que vale la pena dar a conocer. Filmada entre 1918 y 1919 por Salvador Giambastiani, cineasta italiano avecindado en Chile, fue realizada por encargo de los directivos de la Braden Cooper Company, compañía minera estadounidense que por esos años explotaba el yacimiento. La película original, un largometraje  llamado El mineral de El Teniente, se perdió, como gran parte del cine mudo chileno, hasta que en 1955 se encontró una copia en las bodegas de la compañía en Rancagua. Patricio Kaulen y Andrés Martorell, documentalistas contratados por la misma empresa se abocaron a la tarea de restaurarla. Pese a las dificultades que ello implicaba, pues la película había sido filmada en rollos de nitrato de celulosa y estaba muy deteriorada, los autores se las arreglaron para seleccionar las tomas que consideraron más significativas, y así dar a conocer, como homenaje, un cortometraje de 12 minutos de duración, denominado Recuerdos del mineral «El Teniente». Esta nueva versión fue estrenada en 1957, luego fue exhibida en el marco del Festival Retrospectivo de Cine Chileno de 1959 del Cine Club Universitario y actualmente forma parte del acervo de la Cineteca Nacional del Centro Cultural Palacio La Moneda. Además, Kaulen y Martorell realizaron una versión sonora, musicalizada y con textos de Raúl Aicardi. En este texto tomaremos en consideración la versión muda[1].

Salvador Giambastiani, verdadero “hombre orquesta” de la producción original (las oficia de director, fotógrafo, camarógrafo y montajista, aunque era algo usual para la época) había llegado a Chile hacia 1915, desarrollando una ascendente carrera como cineasta[2]. Nacido en Italia en 1885, busca mejor suerte para sus proyectos en América del Sur. Llega a Buenos aires y de ahí pasa a Santiago. Este exilio es comprensible si tomamos en cuenta que cualquier otro lugar era mejor que una Italia enfrascada en la Primera Guerra Mundial, donde de seguro las pretensiones de un cineasta no hubiesen sido bien recibidas. En 1916 produce el cortometraje La primera fiesta de los estudiantes de 1916. Luego, en 1917, funda Chile Films Co. Ese mismo año se casa con Gabriela Von Bussenius[3] (nacida en 1901), a quien apoyaría como director de fotografía en la realización del largometraje llamado La agonía de Arauco o El olvido de los muertos, la primera película chilensis dirigida por una mujer. Giambastiani moriría en 1921, al parecer, de mal de Chagas.

Ahora bien, Recuerdos del mineral «El Teniente» se encasilla dentro de las primeras producciones nacionales del cine mudo y entra, por su temática, dentro del género documental. Sin embargo, posee varias particularidades que la hacen resaltar entre tales clasificaciones.

Desde los primeros minutos, vemos el desarrollo de una mirada que se centra en aspectos tecnológicos, deteniéndose en las amplias estructuras, las maquinarias, las chimeneas. Todo ese despliegue tecnológico de fuerzas productivas, pese a ser fruto de la fuerza e inteligencia humanas, las supera ampliamente. Las construcciones de Sewell parecen estar hechas para colosos y gigantes, no para aquellas pequeñas figuras que aparecen, patéticamente, entre las moles de concreto o metal.

Asimismo como las instalaciones de extracción cuprífera resultan desproporcionadas frente a la figura humana, podría decirse que la misma tecnología que las engendró ha ideado su propia forma de reproducirse en imagen. La cámara de cine, aún manipulada por el hombre, se autonomiza. La imagen cinematográfica resulta ser la forma por medio de la cual la tecnología ha decidido reproducirse a través de la imagen. Ese mostrarse a sí misma, emancipándose de la misma materialidad o realidad registrada, con el tiempo, sería lo que dará lugar a la imagen publicitaria.

No hay que olvidar que lo que Giambastiani hace es filmar los resultados del trabajo humano en cierto lugar. Las actividades humanas, enmarcadas por las estructuras y edificaciones que ese trabajo ha hecho surgir, son propiedad de la misma compañía que hace el encargo al cineasta italiano. Las instalaciones del complejo, sus trabajadores y las imágenes que los registran tienen el mismo dueño, son diferentes mercancías que giran alrededor del capital puesto en movimiento por la Braden Cooper Company. El documental de Giambastiani en un comienzo no era más que la imagen publicitaria de una compañía cuprífera, lo que nosotros llamaríamos un «comercial», pero es la posterioridad, el paso del tiempo y la expansión y reconocimiento de cierto tipo de lenguaje cinematográfico presente en la filmación, lo que le ha permitido ingresar a cierta área de estudios, a cierto tipo de campo académico para volverse objeto de estudio.

Esta referencia a que se trata de una obra encargada, es decir, una suerte de aviso publicitario para uso como carta de presentación con fines mercantiles, nos aleja de una mirada que pudiese caer en la denuncia o la exaltación de las acciones o de los trabajadores. Buscaría dar cuenta del movimiento, del continuo crecimiento y progreso de las obras en la oficina salitrera. Sin embargo, augura algunos otros usos para la mirada documental. Al escapar de las exigencias del relato o la narración de una historia o hilo conductor, el manejo de la cámara y sus operaciones a la hora de capturar imágenes adquiere un implícito protagonismo.

Por ello, el documental no interpela, sino que se deja ver. Por ejemplo, la infamia del trabajo infantil aceptado en la época, nos pone frente a una extraña escena, la única que podría decirse que está arreglada, “maqueteada”. Una fila de trabajadores emerge de la oscuridad de un túnel, en orden etario, desde un niño a un anciano. Se confecciona un pequeño cuadro. Una suerte de «edades del hombre», donde podemos ver el itinerario del trabajador minero. De niño carga leña, y sucesivamente, se convierte en operario, crece, se desarrolla, y su porvenir de viejo se ve tragado por la oscuridad del túnel del que acaban de emerger. Como una raza de hombres topo, nacen de la mina, trabajan toda su vida engrandeciendo sus túneles, hasta que mueren en ellas, en las galerías, los túneles.

El travelling de la cámara, en amplias panorámicas, muestra a una cordillera indiferente ante la actividad que tiene lugar a sus pies. Si las estructuras empequeñecen al hombre, las grandes moles tectónicas lo hacen aún más. La estructura enorme se vuelve una frágil cáscara mediante un par de movimientos de la cámara.

Otra toma que llama la atención muestra un paisaje con algunas estructuras. La cámara sigue el sentido del viento, se desplaza con él, por lo que la panorámica no se ve forzada, sino que al contrario, se desliza enfatizando su movimiento. Como si al seguir el sentido del movimiento registrado, el propio deslizarse de la cámara pasara a segundo plano. Primero, una chimenea, luego el humo de la locomotora, el viento estira el humo y la cámara lo sigue, en un lento deslizarse hacia la derecha, donde, tan lentamente que aparece de improviso, una carreta de bueyes entra en la escena en sentido inverso, como un contrapunto.

Diríase que pese a ser un documental (que buscaría “enseñar” la realidad) lo que muestra es una cierta forma de mirar. Como si se nos estuviese obligando a realizar ciertos ejercicios visuales, como si se nos pidiese encontrar el punto de fuga de tal o cual imagen, de señalar contrastes, cadencias, etc. La cámara nos guía sin darnos cuenta, enseñándonos algo más que una supuesta “realidad objetiva” de lo registrado.

El triunfo de Giambastiani (de lo que queda de él en el filme reconstruido) consiste en dar cuenta de operaciones de registro fílmico sin caer en el panfleto o lo turístico, de desarrollar una mirada objetiva pese al origen comercial, publicitario, de su producción.


[1] Para mayor información, pueden revisarse los textos de Alicia Vega Re-visión del cine chileno, editorial Aconcagua, Santiago, 1979, pp. 221-234 (el artículo sobre Recuerdos del Mineral “El Teniente” puede encontrarse en Memoria Chilena (http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0029375.pdf)); e Itinerario del cine documental chileno, 1900-1990, Universidad Alberto Hurtado, Santiago, 2006

[2] En el texto de Alicia Vega (2006) podemos encontrar varias obras con distintas participaciones de su parte:

– La coronación de Jorquera en el Parque Cousiño (1918)Cortometraje, 35mm.

– El Mineral «El Teniente» (1919) Largometraje 12 rollos. 35mm.

(copia restaurada de Kaulen y Martorell, 35 y 16mm, Santiago, 1957.)

– Actualidades Chilenas (1919), Largometraje 35mm.

– La gran exposición de Temuco (1920) Cortometraje 35mm.

– Santiago bajo la nieve (1920) Cortometraje 35mm.

– El paseo escolar del 12 de septiembre (1920) cortometraje 35mm.

– Actualidades magallánicas (1921) cortometraje 35mm.

Para un listado completo, visite: http://www.cinechile.cl/persona-4601

[3] Para mayor información véase el libro de Eliana Jara Donoso, Cine Mudo Chileno, que contiene un listado biográfico de cineastas chilenos del período. Dicha lista puede encontrarse en Memoria Chilena: http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0029377.pdf

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *