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Ventana: ¿El retorno del miedo?

Por: Luis horta / 08 de abril, 2015

La no-identidad de un grupo de sujetos asfixiados por un entorno industrial, gatilla un relato que en apariencia instala una reflexión sobre el suicidio, aunque en profundidad plantea tesis políticas sobre un modelo social, sus márgenes y las formas de concebir al otro en un modelo deshumanizado. Filmada en la localidad de Ventanas, la película elige geográficamente un lugar desplazado, el cual ha saltado a la palestra comunicacional por las denuncias de contaminación ambiental producto de la emanación de gases, químicos y desechos, que la llevaron a ser considerada legalmente en 1993 como “zona saturada de contaminación”. Ventanas ha sido durante años golpeada por el modelo neoliberal: la sobre explotación irracional y la degradación de todo a costa del capital, sus pobladores no solamente han visto destruido un entorno originalmente paradisíaco, sino que han empobrecido sus condiciones de vida a costa de la explotación y la acumulación. La película “Ventana” comienza ahí.

Con un argumento tan simple como críptico, la película expone la historia de un grupo de amigos que se reúnen en una casa en la costa para suicidarse uno a uno. Sin miramientos morales, la película plantea en la degradación de la carne una alegoría sobre las relaciones de alteridad que exhibe un modelo cultural y político. Los cuerpos al interior de la película son expuestos en su decadencia moral y física, la cámara se acerca ya no a sujetos sino a objetos decadentes y putrefactos, anti humanos cuyos valores están ausentes: solo sobrevive la industrialización, las máquinas, la explotación.

Más que un film de denuncia o un retrato de relaciones humanas, “Ventana” no puede ser leída como un film naturalista. Es una completa alegoría fantástica y generacional, que se maravilla con un cierto clima spleen, donde la melancolía es también un sentimiento de contemplación frente al mundo desde una otredad fijada geográficamente en una geografía maquinal. En “Ventana” se expone una reflexión profunda sobre la deshumanización del sujeto en el mundo contemporáneo, en un contexto post revolucionario consumido en su derrota, entregado conscientemente a conformarse como una comunidad autodestructiva y entregada al shock del cuerpo como un constante de liberación. Una comunidad que no cree en el otro sino en su muerte, que es lo único verdadero.

La lectura sobre las posibilidades pornográficas de la imagen permiten comprender la postura anti sistémica de la obra, la cual devela la amargura por el estar y la ansiedad por restarse de una historicidad consciente por medio de la desaparición. “Ventana” culmina con los cuerpos putrefactos exhibidos tal como en películas como «Nekromantic», mientras otros cuerpos terminan abandonados en la playa como basura, todos invisibles para el modelo que se impone a través del paisaje omnipresente.

La escritora Naomi Klein “argumenta que la situación en la cual se encuentran los países cuando adoptan oficialmente las prácticas neoliberales es análoga a aquellas en las que se encuentra un individuo cuando ha sido sometido a un proceso de tortura conforme a los métodos científicos desarrollados durante el siglo XX” (Rojas, 66). En “Ventana” encontramos precisamente un modelo de representación social donde el espacio y el tiempo son el paisaje de intemperie en que los sujetos desvalidos miran desde un interior asfixiante a una realidad menos optimista aún. Es la cumbre del individualismo generacional, que responde cosméticamente a una historia y a un gesto de reclamo estéril que deviene en el aburrimiento del fin de semana. La banalidad, la abulia, la melancolía exacerbada son parte de un retrato decadentista, incómodo posiblemente para el público.

“Ventana”, que tuvo su estreno oficial en el Festival Internacional de Santiago SANFIC 2014, pasó curiosamente desapercibida para la crítica local, a pesar de ser uno de los largometrajes chilenos más interesantes del año. Posiblemente esa idea de lo orgánico que expone Susarte, y que se encuentra también en sus obras anteriores como la serie de televisión “El Gen Mishima” (2008) y los cortometrajes “Mia, Eres mía” (2005), “Ensayo sobre la ceguera” (2004) y “Game Over” (2003), hablan de un autor capaz de exponer en imágenes un retrato generacional formado en la cultura visual y alejado de una institucionalidad tradicional. En este caso, la película tiene la lucidez de proponer una lectura desde una generación que nace en la mitad de la dictadura y crece en la transición, pero ante todo va mutando entre la imagen del Chile neoliberal y la imposibilidad del otro.

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