Por: Leyla Manzur H. / 14 de Septiembre, 2017
¿Cuán fundamental es estar conectado permanentemente y ser invadido por datos e información que pasan a proliferarse de manera indiscriminada? El loop constante en el que se sitúa Isaak, la figura central de 8:30, la cinta de Laura Nasmith y Philip Leitner –quien, a modo de anécdota, estudió con Harun Farocki–, y que obtuvo el premio a la Mejor Ópera Prima en FICTALCA, nos traslada a un espacio que se asimila a una cárcel pese al feedback incuestionable que la tecnología y los equipos puedan facilitar; una prisión que no obliga a someterse a la inmovilidad, pero, al igual que el tren en el que viaja Isaak, no da giros superiores para hurgar, para explorar en la realidad concreta.
Isaak se encuentra inserto en una comunidad que no luce esencialmente como una geografía fantasmagórica en la que abunda la opacidad. Todo calza, todo cuadra, todo es regular, todo está elaborado desde una base simétrica, de tonalidades pasteles que vuelven casi todo uniforme. Incluso Isaak, quien se desempeña como vendedor, junto a sus colegas logran fusionarse y entramarse en este diseño. El mutismo, el espacio silente es clave. ¿Qué quiebre se puede pedir frente al poder de los medios tecnológicos que entorpecen el acto comunicativo? No es una interrogante reciente ni novedosa. No obstante, el ejercicio de integrarlo, de depositarlo dentro de un medio expresivo como es el cine, genera un valor relevante, que consigue articularse como ejercicio de construcción y desplome del lenguaje.
Isaak ni siquiera puede iniciar un intercambio real de ideas con sus colegas. Solamente entiende que el código establecido es la funcionalidad para forjar desde la economía, desde el trabajo mismo. Es un observador, consciente del universo del aislamiento imperante. Un observador silencioso que paso tras paso ingresa en una esfera de cuestionamiento, aunque fijando una cierta distancia ante alguna posibilidad de hacerlo explícito.
En otro segmento, y de acuerdo a una intervención planteada por otra figura de la cinta, es de interés pensar y analizar una evidencia del fenómeno de la sobreinformación: los obituarios presentes en los medios impresos se dotan de “más pureza y verdad” que el resto de las secciones de un periódico. De esta forma, se vuelve a detectar y reubicar la premisa de que las noticias enunciadas en las empresas informativas, en su mayoría, nunca han procurado ocuparse por una “pureza totalitaria” en su rol de guía, desvirtuando y confundiendo a los núcleos sociales. Por ende, se realzan los síntomas de la manipulación y el adormecimiento a los que son sometidas las masas. Aparentemente, para esta segunda figura perceptiva la verdad proviene, procede, mucho más desde los muertos que de los vivos. No deja de ser menor igualmente la localización de la niñez como testigo de la seudo-destrucción de los lazos, de los enlaces humanos; de la esfera fácil de penetrar en el que se instala de forma arrasadora y consistente la fuerza de la desconexión, de la indiferencia en la misma capa social.
Los zoom a los rostros a modo de examinación, los dígitos, las antenas, el elemento políglota/cosmopolita, las pantallas encendidas que emiten un sobre abuso de material ante los ojos de Isaak, que aturden, que dan la sensación también de cámaras ocultas tan invasoras y atrapa vidas como aquellas que dominaron formatos televisivos arrolladores como Gran Hermano; que conducen a una sensación, a una atmósfera quizás similar a la del territorio de The Truman Show (1998, Peter Weir), se convierten en simbologías excepcionales en este mapa. Tanto como la presencia del tren que corre a toda velocidad –la metáfora de la rápida e inmediata circulación de datos–; la del estancamiento, del acorralamiento, del aislamiento de un individuo en una especie de isla que él mismo se encargó de diseñar, y en el que queda confinado; y la del individuo que en ocasiones y voluntariamente se entrega y se extravía en un cosmos estilo Second Life.
Así, la arquitectura del espacio virtual indeleble se demuestra desde un punto de vista de “enajenación” del ser frente a su hábitat, su entorno y frente al otro. Incluso el hecho único de inclinar la cabeza ante el objeto tecnológico determina y representa un rasgo de subyugación en esta era. ¿Es más beneficiosa la proliferación de mensajes que evitar ser sometido? 8:30 en buena parte de su metraje responde que sí. ¿Por qué? Por la ausencia casi absolutista de cuestionar al sistema, a los lineamientos mercantilistas actuales, y por la conformidad fehaciente del individuo ante un aparato explicado por la funcionalidad, que va directamente de la mano con el estado de esclavitud que impide y que se aleja con violencia y radicalidad de la naturaleza del individuo como animal pensante.
8:30 se traduce como una zona concebida desde la reflexión y el movimiento cuestionador sin dejar de considerar su engañador y aparente ánimo inerte. Sus definidos rasgos de incomodidad, aunque creamos que nos dirige a un ámbito de hiperconectividad mediante el uso/abuso de redes, de información y de un “síndrome de Diógenes del sistema binario”, nos sume en un sitio sombrío, de cierta soledad y deshumanización. Por esta razón, la preferencia para dar un giro, para disociarse o no de la dominación es exclusivamente propia.