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Cuando el argumento se sigue: la inesperada virtud de la Lógica en el Cine

Por: Inti Malai Perdurabo + Miguel Álvarez / 21 de Noviembre, 2015

La palabra “argumento” se utiliza en varios sentidos, pero al menos en dos: en primer lugar, la usamos para referirnos a las razones con que sostenemos una opinión; y en segundo lugar, nos referimos con ella a la trama de una película. En este breve artículo quiero jugar un poco, libremente, con esta afortunada anfibología.

La Lógica es la disciplina filosófica que estudia los “argumentos” en el primer sentido. Se trata de un estudio bastante árido y poco conocido, y ¿por qué no decirlo? También bastante aburrido, al menos para quienes no están acostumbrados a sus discreciones. Tal vez por lo mismo, no es un valor que se suela apreciar en una buena película.

De partida, sabemos que seguir el argumento de una película no es lo mismo que seguir un argumento filosófico. A menudo en las películas importa más la forma que la historia misma, porque esta última no es sino la “excusa” para mostrarnos lo que es verdaderamente importante: aquello que se pretende que sea bello, emotivo, inquietante, que nos haga pensar, etcétera. Esta es, casi siempre, la excusa con la que le perdonamos a nuestras películas favoritas sus pequeños errores de continuidad o sus ligeras inconsistencias narrativas, como cuando nos cuentan historias que, desde el punto de vista de las decisiones de los personajes, resultan ser perfectamente evitables.

Sin embargo, en algunas ocasiones el cuidado y la prolijidad lógica pueden darle a una película un valor insospechadamente bello. Las películas sobre detectives y misterios, viajes en el tiempo, diálogos profundos o de “final sorprendente” necesariamente deben estar estructuradas en torno a una firme y consistente base lógica, o no lograrán convencer ni entretener su exigente y despiadado público.

Desde este punto de vista, The Man from Earth, la no siempre bien ponderada obra póstuma del escritor Jerome Bixby dirigida por Richard Schenkman, se nos aparece como una verdadera obra maestra. La película en su totalidad transcurre dentro de una pequeña cabaña, y nos hace asistir a la cariñosa despedida de un grupo de profesores de universidad a uno de sus colegas del departamento de historia. En la intimidad de la velada, el querido John Oldman les hace una confesión increíble: él es un hombre de Cro-Magnon que por razones desconocidas dejó de envejecer a los treinta y cinco años y que desde entonces se la arreglado para pasar desapercibido (y no tanto) durante los últimos ciento cuarenta siglos. Toda la película es, de ahí en adelante, una profunda conversación entre un grupo de intelectuales que no pueden refutar ni confirmar lo que dice su amigo (que tiene “una respuesta para cada pregunta”).

Otro ejemplo notable es Primer, la película del ingeniero y matemático Shane Carruth. La cinta contó con un acotado presupuesto (al igual que The Man from Earth), pero lo compensa con una complejidad argumental que bordea peligrosamente el límite entre la genialidad y la locura. La visión y comprensión que tiene su creador de las paradojas de los viajes en el tiempo es tan sofisticada, que en comparación otras películas del mismo género nos resultan casi pueriles (como Back to the Future, cuya versión del viaje en el tiempo es tan inverosímil como el hecho de que la máquina para viajar a través de él sea un DeLorean).

En el medio del mainstream encontramos también películas muy bien diseñadas desde el punto de vista lógico. Por ejemplo en Minority Report, película de Steven Spielberg interpretada por Tom Cruise (!) inspirada en un cuento de Philip K. Dick, nos encontramos al final con una simple pero entretenida encrucijada lógica: el villano desea a toda costa salvar el proyecto Precrimen, un ala de la policía que predice crímenes antes de que ocurran para arrestar a los futuros responsables mientras todavía son inocentes. Sin embargo, la única manera de hacerlo es matando al protagonista, razón por la cual los videntes de Precrimen lo señalan como un futuro asesino. Y he aquí el dilema: si nuestro villano mata al protagonista, Precrimen funciona pero él va a la cárcel; y si no lo hace, entonces Precrimen no funciona, y por tanto los verdaderos crímenes fueron los secuestros de todos los “presuntos” futuros culpables.

Un director del círculo comercial que da que hablar por sus tramas complejas y bien armadas es Christopher Nolan. El ejemplo más obvio es Interstellar, otra maravillosa odisea del espacio con loops en el tiempo y cadenas causales cerradas; pero hay otras menos conocidas, como The Prestige, que aprovecha de una forma sobria y convincente la consistencia lógica para darnos un absolutamente sorprendente.

Nolan estrenó en 2010 la película Inception, que a pesar de haber sido bien recibida por el público y la crítica, desde el punto de vista lógico no tiene un argumento muy interesante. Su juego de recursiones no logra sorprender a alguien que la ve con atención, y hablar de “final abierto” es un poco apresurado. Fuera del mainstream podemos encontrar otras películas que juegan con el mundo de los sueños de una forma mucho más convincente e interesante. En Abre los Ojos, por ejemplo, Alejandro Amenábar nos presenta, entre otras muchas cosas, una de las propiedades lógicas más intrigantes de los sueños: la posibilidad de albergar dialecias o “contradicciones verdaderas”. En la trastornada vida y mente de su protagonista vemos cómo una y la misma mujer pasa a ser a veces su amada Sofía y otras la psicótica Nuria, en un juego de intercambios sutiles y giros argumentales que nos hacen atestiguar en primera persona el lento descenso de un hombre hacia la locura.

Pero si de sueños y dialecias se trata, quien se lleve el oro en la categoría debe ser el gran Luis Buñuel. En una de las secuencias de su filme de 1974, Le fantôme de la liberté, el maestro surrealista nos pone delante de un absurdo increíble: la historia de una niña que ha desaparecido y no ha desaparecido, al mismo tiempo y en el mismo sentido, de su sala de clases. Este atrevido e hilarante pasaje es un desafío (bastante original) a la vieja ley lógica que prohibía las dialecias y que durante al menos veinticinco siglos fue considerada la piedra de tope de la racionalidad; antecedentes que sin duda nos abren vías de lectura y comprensión a un género fílmico bastante oscuro, pero que suele guardan pequeñas joyitas como ésta.

Una buena película, como toda buena obra de arte, debe ser capaz de decirnos mucho, si sabemos leer mucho en ella. Por lo tanto, ninguna perspectiva es en principio “mala” para examinar una película, aun cuando bajo ella muchas películas resulten ser “malas”. La perspectiva lógica, tanto ante el cine como ante la vida, no sólo nos da un criterio para distinguir buenos argumentos, sino también para ponernos a resguardo de los malos.

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