Por: Daniel Miranda Acuña / 27 de Enero, 2016
Para nadie es extraño que el documental chileno contemporáneo ha tenido un aumento tanto en la producción, audiencia, premios y sobre todo diversidad temática y formal.
Nuevos documentalistas han sorprendido al mundo entero en los festivales, logrando importantes galardones para el cine nacional en el extranjero. En definitiva vivimos un buen momento del género. Sin embargo, documentalistas de la vieja escuela, que han tenido una importancia histórica en nuestro cine han seguido realizando y estrenando historias que aportan sobre todo, a la memoria política del país. Son los casos de Pedro Chaskel y “De vida y de muerte: Testimonios de la Operación Cóndor” y Patricio Guzmán con “El Botón de Nácar”, precisamente este último ganó el Oso de Plata a mejor guión en la Berlinale del pasado año.
“El Botón de Nácar” es la segunda entrega de la trilogía de la metáfora, comenzada hace unos años con la potente “Nostalgia de la Luz” (2010). En esta entrega, Guzmán continúa con la poética de la asociación; el personaje es el mar y como este con sus sentidos ha sido protagonista desde la matanza y el exterminio indígena en la Patagonia hasta los detenidos desaparecidos que fueron lanzados al océano desde los helicópteros de la FACH en la dictadura militar.
Esta asociación resulta de una belleza poética gracias a tres elementos que podemos identificar como fundamental en la constitución de este documental.
Primero, el guión. El método de Patricio Guzmán es constante en todas sus películas, el trabajo desde la voz en off como hilo narrativo que apoya el montaje de las imágenes que observamos. Si bien el tono es algo inconfundible y parte de la identidad del director, es en este filme donde logra quizás una madurez cinematográfica importante. El uso de imágenes de efectos del espacio, planos poéticos largos y sobre estetizados no serían del todo emotivos sin la voz en off que conjuga esa asociación que tanto insiste. Se nota que el trabajo desde el pre-guión hasta el armado final debió haber sido larguísimo, ya que la palabra se transforma en el guión documental.
Segundo, ya hablamos de la poética de la imagen. Si en su anterior documental el desierto y el cielo tenían una importancia en la puesta de escena, en esta segunda entrega el mar toma más potencia visual cuando las historias que oímos se convierten en un catalizador de la memoria. El material de archivo y la puesta en escena se acoplan al sonido que también juega un papel fundamental en sentir la oscuridad de nuestra historia.
Por último, el tema. El cine de Guzmán mantiene su misma dirección; la memoria como elemento fundamental para entender nuestro pasado, presente y futuro. Algunos encontrarán repetitivo, pero es parte de la identidad de este director que ha basado su carrera en entender como nuestro país vive en una constante memoria frágil y obstinada. Es el cine el medio posibilitador para recordar que en Chile se exterminó no solo en la dictadura, sino también a nuestros pueblos aborígenes.
Un botón que se encuentra en un carril oxidado, encontrado hace unos años atrás y que con el peritaje adecuado se determina que pudo ser uno de los lanzados por los militares en dictadura; un botón como el de un indígena que perdió su identidad, un botón que podría haber sido de detenido desaparecido, es precisamente ese botón que observó Patricio Guzmán en Villa Grimaldi el que dio origen a la asociación de historias no cerradas en nuestro país.
“El Botón de Nácar” es uno de los mejores documentales del 2015. Quizás debió tener mayor apoyo tanto de la audiencia nacional, como de distribución y como de la critica especializada. Porque, aunque algunos traten de no darle importancia a lo que pasó, es la memoria lo único queda para entender nuestra identidad como país. Y en eso, el cine juega un papel fundamental.