Por: Monserrat Ovalle Carvajal / 27 de Enero, 2016
La siguiente escena no parece extraña: Fin de semana en un mall de alguna comuna alejada del centro de la ciudad, con filas enormes de personas dispuestas a pagar más de cinco mil pesos para ver el último estreno del gran Hollywood en una sala con butacas móviles, pantalla en 3D y aire acondicionado. Nada fuera de lo común. Otra escena nada de extraña: Día de semana en una biblioteca pública de la misma comuna, con menos de diez personas esperando para ver un documental sobre el problemática mapuche al sur de Chile. La entrada es gratuita.
Lo primero que podemos preguntarnos al comparar ambas escenas es ¿en qué estamos fallando? A la falta de público para asistir a ver películas de corte no comercial y gratuitas, podemos fácilmente frustrarnos por ello y comenzar a dar películas comerciales o bien desistir en el trabajo de divulgación de un cine escondido de las pantallas del mall. Sin embargo, en la repetición de las exhibiciones, en las conversaciones de los cine-foros, en el crecimiento en la cantidad del público asistente, y la fidelización de algunas personas que vienen siempre, se llega a un punto de no retorno en donde es imposible dejar el trabajo. Sólo queda buscar otras maneras en las cuales seguir la ruta ya trazada: la de la divulgación del cine y la formación de audiencias. Porque hay un cine más allá de Star Wars, sin hacer un juicio de valor al respecto, un cine joven y tampoco tanto que ha pasado al olvido y que como experiencia artística/estética/informativa necesita ser visto y re-visto.
Quizás lo que buscamos no es tener una fila enorme de público esperando por ver una película de animación en stop motion filmada a principios de los ochentas, aunque sería magnífico, pero sí nos interesa que al menos un puñado de personas pueda ver esa película y emocionarse o discutir al respecto, quedando con ansias de más. Ahí nos topamos con uno de los pilares fundamentales al inicio del trabajo de formación de audiencias, que es la discusión al finalizar las exhibiciones. En un cine común la gente se va rápidamente de sus asientos al final de la película, viendo apenas los créditos. Pero en una función más reducida es posible e imperante hablar sobre lo que se ha visto, compartir opiniones, socializar la experiencia vivida con otro, con alguien que vio lo mismo que yo a mi lado, pero comprendió algo distinto. Algo quizás extraño en estos tiempos de virtualidad e inmediatez… qué es eso de conversar con un desconocido al terminar una película. Es mucho y es impresionante. Para la muestra un botón: Cierta vez se exhibió “Recado de Chile” con Pedro Chaskel, montajista de la obra, como invitado. Ese día estaba lloviendo, apenas vieron el documental 10 personas. Sin embargo al finalizar la gente estaba emocionada, incluyendo a una niña de 6 años que no paraba de hacerle preguntas a su madre sobre el exilio y las personas desaparecidas. Todas las personas asistentes nos dieron sus propio relato sobre vivir en dictadura, algunas parientes de desaparecidos, otra quien su padre era el encargado de cincelar los nombres en un memorial de DD.DD., y así se creó un ambiente de intimidad como en una pequeña sobremesa familiar. El montajista se fue agradecido, todas las personas se despidieron de él afectuosamente dándole las gracias por su trabajo, por contar una parte de la historia. Y eso es impagable, una función única.
Al exhibir películas en lugares comunitarios, no sólo recae la importancia de formar audiencias que puedan mirar películas fuera del circuito comercial, pudiendo también aprender sobre lenguaje audiovisual, sino que especialmente se abre un espacio de reflexión íntima donde las personas que viven en un mismo lugar puedan conocerse y reconocerse en un espacio distinto alejado del tumulto de la calle. Así el cine se transforma en una experiencia distinta capaz de acercarnos unos con otros, a reunirnos a ver una película y conversare en funciones únicas, a veces emocionantes, que el dinero no puede pagar. No hay que olvidar que el arte es también una forma de hacer comunidad, que la cultura la hacemos nosotros, y nos puede permitir una pausa en nuestras ajetreadas vidas para vivir una experiencia que es mejor si es compartida.