Por: Luis Horta / 03 de agosto, 2012
"El blues del orate"(60 min, 1987) Dirigida por Jorge Cano; Guión y actuación de Gregory Cohen
Existen muchas formas de entender la historia. La que recordamos, la que nos cuentan, la que nos imaginamos o la que nos imponen. Existe la memoria oficial, aquella que deja conformes a todos por que se hace inofensiva, no cuestiona el presente y permite digerir un futuro sin que entorpezca la transparencia del buen vivir, los hábitos cordiales entre lo que se transita y lo que no se quiere ver.
“El Blues del Orate” es una película marginal, filmada cuando la dictadura caía y la alegría llegaba, supuestamente. En esa corriente, es que Gregory Cohen aparece desnudándose frente a una cámara que no para de acosarlo cual carcelero, pero que no hace sino representar en él el estado de un país fracturado, engañado y que trataba de cubrir sus heridas con un falso heroísmo. Se comenzaba a establecer una nueva historia, la de los vencidos que llegan finalmente al poder, ese que se cultivó desde la publicidad, desde los cargos en el exilio o desde las redes y el lobby. Y es ahí donde una nueva sociedad neoliberal se vestía de progresismo y enterraba a los marginales, a los upelientos, a los proletas de la pobla, a los punkies, a los rebeldes de verdad.
Es ahí donde se contextualiza “El Blues del Orate”, un gran plano secuencia como los años de dictadura, donde el hombre se enfrenta a la cámara, a la soledad, al dolor y a la verborrea de la incomodidad, que se plasma en una fotografía oscura y una cámara que va y viene como quien acecha a la presa sin más que intimidarla, algo que perfectamente se hace recíproco con un monólogo genial interpretado por Gregory Cohen, uno de los grandes actores del cine contemporáneo, y que se despoja de lo innecesario para otorgarnos la belleza poética que solamente una joya del cine puede brindar en medio de la desazón y la tristeza.
“El Blues del Orate” es un redescubrimiento, una película que no existía en los libros de historia del cine chileno pese a los premios obtenidos y el reconocimiento que cosechó en aquellos años. Su exhibición instala una forma diferente de leer nuestra memoria visual, y que rearticula el paradigma del video experimental que se realizaba en los años ochenta, principalmente por videastas que no hacían sino maravillarse con las máquinas y dejar de lado la utopía, la crítica y el malestar, trocándolo por una experimentación formalista que terminó por ahogarlo y, arrastrar en su caudal decadentista a películas tan geniales como “El Blues del Orate”, absoluta antítesis de aquellos experimentos.
Redescubrir “El Blues del Orate” es una necesidad, así como un reclamo por el borrón de nuestra memoria, de nuestra historia la invisibilización que muchos propiciaron en torno a aquellos locos que ayudaron a generar un cine moderno, lúdico y rabioso, como el de Gregory Cohen.