Por: Colectivo Miope / 22 de diciembre, 2012
De los 8 documentales en competencia nacional en In-Edit 2012 Rosita, «la favorita del Tercer Reich» parecia el más inusual, el más atípico, el más exótico incluso, por retrotraer justamente a una cantante oriunda de Viña del Mar que cosechó senda fama lejos de Chile, pero no en cualquier contexto, sino que en plena consolidación y caida del Nazismo. María Esther Aldunate del Campo fue hija de una cantante lírica y un diplomatico, posteriormente usaría el seudónimo con el que se le conoce -Rosita Serrano- en honor a una familia con la cual vivió 6 años en su infancia cuando su madre estaba constantemente en gira. A partir de los 17 años acompañará a su progenitora; Brazil, Portugal, España, Francia, fueron algunas de sus residencias, y a partir de 1936 lo fue la Alemania controlada con mano de hierro por el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, donde se estableció y consolidó.
Rosita se presenta en el reputado cabaret berlinés Wintergarten y participa principalmente en espectáculos de music hall, interpreta boleros, tonadas, y otros estilos, en general todo muy en la línea de lo que luego se denominaria Schlager, además explota su personalidad, su porte y su belleza grabando discos, participando en películas y –lo más controversial– presentándose en multiples eventos oficiales para jerarcas del régimen. En 1943 canta para refugiados judios en Suecia, lo que en definitiva la vuelve sospechosa de conspiración, es perseguida por las SS y debe abandonar el país. Su itinerancia por el mundo continua durante las siguientes décadas pero ni la popularidad ni el éxito anteriormente logrado volvería a repetirse. En 1997 bajo una precaria situación económica, olvidada, ignorada o desconocida por los medios y el Estado chileno, muere en Santiago, a los 83 años.
¿Cómo retomar con normalidad tu trabajo, como legitimarlo, si la mayor parte, “la mejor”, fue hecha prácticamente con, para y dentro de un sistema que se erigió en base a un nefando totalitarismo y se dedicó al exterminio sistemático de seres humanos?
El documental exuda con alguna ansiedad aquel atendible anhelo de reconocimiento póstumo que tanto abruma a los chilenos (a los inseguros al menos). Aquel sentimiento insular nunca satisfecho y siempre dispuesto a saltar de emoción ante la ovación masiva, cualquiera, pues lo importante es la cantidad y la pompa. En Alemania aun se venden los vinilos de Rosita Serrano y es una figura del recuerdo al parecer bastante querida, más allá de haber trabajado y construido su fama con el apoyo mediático de los Nazis. Luego, por haber ayudado y protegido a refugiados judíos, el Yad Vashem plantó un árbol en su nombre, lo cual no es poca cosa. Es decir, sumando y restando, internacionalmente su figura tiene un espacio justo dentro de la música popular (alemana) y también por sus acciones humanitarias. Sin embargo en Chile esto no tanto o no lo suficiente, a juicio del realizador, claro. Quien como sobrino-nieto de Rosita introduce y mantiene gran parte del constructo audiovisual a partir de los testimonios vivenciales de su madre, Isabel Aldunate (sobrina y principal apologeta de Rosita).
Entre la batería de rostros parlantes entrevistados desfilan, además, el cineasta Dietmar Buchmann -quien en 1988 hizo el documental ‘Die Chilenische Nachtigall’ (El Ruiseñor chileno, 45’)-, el coleccionista y estudioso Mario Silva, el investigador Juan Dzazopulos, la actriz Carmen Barros, y en reiteradas ocasiones, nuevamente, Isabel Aldunate, la más vigorosa hincha. La película se constituye explícitamente, entonces, como una reivindicación o revaloración de su figura, su versatilidad interpretativa y su dominio escénico a través de las voces reunidas que se complementan, además, con material de archivo de entrevistas a la mismísima Rosita (para la tv alemana, durante los ‘80). El largometraje se manufactura, por la elección del soporte y el modo (correcto y sobrio) de organización de los recursos, como una pieza de vocación masiva por su pulcritud y sencillez, aunque discutiblemente emotiva. Reconociéndose que la música fertiliza el ánimo a través de las emociones, parece poco probable sentir algo por alguien con el cual hayamos tenido pocos o ningún lazo afectivo vinculado a experiencias personales o sociales concretas (en Chile). El registro, por lo tanto, posee de esta manera un planteamiento concienzudamente testimonial, informativo y de alguna manera con ciertos ribetes patrimoniales.
Más allá de los testimonios, en general, unilaterales y más bien hechos por amigos y seguidores fieles, lo particularmente revelador es en retiradas ocasiones ver y oír a Rosita interpretando canciones en registros de la época. Esto pareciera fútil si consideramos que todo el dato histórico se puede leer, apreciar e incluso desarrollar mucho más en un libro investigativo mas no así lo performático, mucho más vinculante y esencialmente sensorial. A primera vista Rosita despliega una capacidad singular para mezclar estilos y géneros, para hacer juegos sonoros con su voz y la guitarra, como por ejemplo, el uso de los silbidos, las gesticulaciones histriónicas y el abuso de las erres que al parecer tanto gustaban a los alemanes. En otros fragmentos intercalados la vemos vestida con atuendos estereotipadamente tropicales, en medio de percusiones y escenografías afrocaribeñas. Esto que podría quedarse en lo meramente kitsch si no es por la versatilidad e hibridez calculada en un repertorio necesariamente requerido y diseñado milimétricamente, en definitiva, para apaciguar los ánimos de la población germana empujada a otra guerra, para acolchonar uno que otro discurso oficialista y, cómo no, para sazonar amablemente las noticias provenientes desde el frente.
Si bien Rosita Serrano grabó proporcionalmente menos en español que en otros idiomas, y sus temáticas cuando tenían algún imaginario de tufillo medianamente latino lo eran a la medida de los locales, el documental llega a plantear que el mismísimo Hitler le sugirió que cantara en alemán, y así lo hizo. Esto es factible, solo hay que recordar que el III Reich se caracterizó por hacer una “limpieza” racial y cultural dura contra todo lo que no fuera puramente alemán y eso necesariamente salpicaba a todos los extranjeros en mas de un sentido, apelando a la consabida arbitrariedad del dogma. La frase que supuestamente le dijo Goebbels al cineasta Fritz Lang en 1933 denota la lógica de turno para con todos: “Nosotros decidimos quien es ario y quien no”.
Para el Tercer Reich, la música, tanto la de primera línea (Wagner, Schübbert, etc) como cualquier otra, debia estar al servicio del poder y la política. La música era sinónimo de control y seducción social que debia otorgar dividendos productivos para los planes bélicos en desarrollo. El entretenimiento sin intención ni solidez cultural era inutil, y derechamente pervertido. Dentro de este rango, para el regimen, lo eran todas las “denegeradas” nuevas corrientes y estilos vanguardistas (el swing, el jazz u otros) provenientes principalmente de negros, judios y sujetos sin nacion, sin una cultura “sana”. Goebbels, tenia claro todo lo anterior y sus principios resumian a la perfección como se debian hacer las cosas a nivel comunicacional, lo que consideraba evidentemente prensa, gráfica, radio, cine, y música.
Principio de la vulgarización: Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar.
Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda del III Reich.
Hubiera sido fascinante saber que opinaban los Nazis respecto a Rosita Serrano, cómo la veian realmente, utilitariamente. Si bien al parecer le tenian cierto aprecio por su semblante, su talle y su eficacia hipnótica en escena, hay que recordar que en definitiva era una extranjera más, siempre al borde de la desconfianza. Se sabe que fue vigilada por los organismos de inteligencia partir de 1940, con todo lo que eso significa. Lo que va apuntando el documental es que ella no tenia mayor consciencia o interés en los asuntos ideológicos, y por lo tanto tampoco comulgaba necesariamente con los preceptos más duros del Reich a pesar de no tener apariencia de latinoamericana, ni mucho menos de chilena (media más de 1.75, tenia ojos color esmeralda, facciones finas y era considerablemente blanca). De alguna manera es posible acercarse a cierta noción de percepción distanciada al respecto, aunque no a través del documental. En una escena del largometraje de Wolfgang Petersen, El Submarino (Das Boot, 1981), el U 96 torpedea un barco inglés y la tripulación alemana recibe la orden de no tomar rehenes, éstos, entonces, se queman vivos o ahogan frente a los marinos que presencian impávidos la agonía. Horas mas tarde éstos juegan cartas y hacen planes para su próxima misión, súbitamente “La Paloma” de Rosita Serrano emerge desde un transmisor acompañando y por lo tanto apaciguando el agobiante asinamiento, las ansiedades y mitigando por algunos instantes los horrores cometidos.
Lo que podria en concreto sugerir el documental no es tanto el glorioso momento en la carrera de esta chilena como algo anécdotico y una curiosidad única y hasta simpatica de recordar en un contexto con el cual no tenemos mayor vinculación (pues si se trata de nacionales en el contexto de la II Guerra Mundial Chile tiene varios otros nombres que evocar, como Peter Hansen, santiaguino, ese sí un activo participe de las Waffen-SS). Es entonces el descenlace, el retorno, el volver y sobrevivir a duras penas en Chile lo problematico y lo que puntualiza la película como gran tema. Es decir, aquello que emerge en determinados escenas es el “olvido” o la ingratitud de un país para con una artista (nominalmente nacional; culturalmente cosmopolita) ¿Pero cómo recordar o gratificar lo no experimentado, lo no sentido, lo no oido? ¿Por gracia, por acumulación de loas ortorgadas por otros? Algo así.
Se supone que cuando Rosita volvió definitivamente a Chile en 1991 sus amigos diligenciaron la denominada Pensión por Gracia con la Concertación –conglomerado que lideraba la incipiente democracia y por lo tanto aun temeroso de la estabilidad de su aventura– pero hubo rechazo o tramitación hasta que ya fue demasiado tarde. No sabemos si por aquel cuestionable vinculo con el Nazismo, por ser admirada por Pinochet o por no cumplir con los requisitos para tal efecto, el documental no lo clarifica ni aspira a profundizar aquello, se conforma con anunciarlo y regocijarse en ese lamento.
Hoy se puede leer, simbólicamente, que esa pensión acumulada con los años retorna y se materializa indirectamente para financiar el documental Rosita, la favorita del Tercer Reich ($35 millones, Fondo Audiovisual). Si Rosita hubiera gestionado la pension antes de 1989 tal vez la hubiera obtenido logrando una senectud menos dolorosa, menos dramatica, pero tal vez no habría documental….Quién sabe. Está claro que no se puede tener todo en la vida.
Cada año, más películas chilenas triunfan silenciosamente en el extranjero, en festivales europeos, principalmente. Triunfar es una palabra que encandila e induce a confusión o a cierta idolatría altanera, pues parece demasiado amplio el verbo, poco específico y excesivamente ruidoso, revelándose incluso prepotente; algunas realizaciones llenan salas, otras venden dvds, otras se comercializan en televisoras, otras incluso bien financiadas (públicamente) rinden nada. La mayoría tiene escaso eco en Chile (en parte porque justamente nosotros aspiracionalmente miramos hacia afuera) y sin embargo eso no anula ni exacerba la calidad ni la propuesta de cada proyecto. Simplemente se puede llegar a reconocer que hay momentos de conexión con determinadas audiencias o sensibilidades, como –volviendo a la música– el singular caso de otro desconocido en sus tierras, el Sixto Rodríguez de Searching for Sugar Man, por dar un ejemplo a la mano (aun cuando la música de éste haya sido parte de una causa totalmente opuesta; contra el racismo del apartheid sudafricano).
Una cosa tal vez si ha quedado clara, y es que tanto en los ’40 como en los 2000 no hay mercado o la suficiente demanda cultural que sustente la creación local –en parte por falta de un buen Nacionalismo, uno sano y constructivo– y que, por lo tanto, seguirán existiendo tanto Rositas ocultas o ajenas como Violetas (Parra) archireconocidas y queridas. Ambas dignas y valorables por sus grandes, modestos o equilibrados logros económicos o estéticos en sus respectivos contextos y particularidades. Lo que parece siempre hay que hacer, sin importar el contexto político o social, la bonanza o el goteo, está claro, es ahorrar (en caso de no planificar una oportuna y profiláctica inmolación).
Sitios consultados:
http://holocaustmusic.ort.org/es/