Por: Guillermo Jarpa / 05 de enero, 2013
Nadie puede negar rotundamente que el año 2012 fue un “buen” año para el cine chileno. La calidad de las películas, su recepción en festivales internacionales, la difusión en medios especializados, o incluso, la cantidad de tickets cortados, demuestran – a grandes rasgos – que se respira aires de plenitud por esta zona del mundo. Por otro lado ese discurso tampoco es nuevo, y con ciertos bemoles cada año presenta un panorama relativamente similar: buenas películas independientes que circulan en festivales alrededor del mundo, uno que otro estreno nacional que triunfa en salas (esto es lo más escaso), y un conjunto (extenso) de películas tras cuyo estreno quedan archivadas para futuras presentaciones. Como decía: el escenario, a lo lejos, se divisa semejante año tras año.
Al respecto comienzan a asomarse un par de preguntas. ¿Qué podría diferenciar al año 2012 de otros años? No cabe duda de que existen diferencias, ¿pero podemos hablar de diferencias gravitantes? Volviendo a uno de los puntos que se rozaban en el párrafo anterior, es dable considerar desde un punto de vista valórico al año 2012 como un “buen”(se repite el cobarde entrecomillado) período para el cine chileno; no obstante, y aunque suene de perogrullo: ¿qué significa que una película sea buena? Tampoco es descabellado creer que en esta búsqueda por un lugar en el concierto internacional se esté perdiendo de vista lo particular, la observación sobre aquellos rasgos que permiten avalar la calidad de una obra artística por sobre la instancia que la valida. Bajo un prisma a esta altura ya ingenuo, se podría argumentar que la crítica es la zona “habilitada” para dirimir sobre tales avatares, empero su evidente parcelación y su profunda falta de impacto la han dejado como un espacio abandonado. Fértil, pero retirado.
La introducción propuesta cumple la función de preámbulo para un breve comentario sobre una película chilena, estrenada el 2012, y que se podría incluir en ese amplio conjunto de películas que no fueron consideradas competentes para los circuitos festivaleros, y que tampoco fueron éxito de taquilla. Miguel, San Miguel podría haberse levantado como uno de los grandes estrenos del año; mal que mal, relata la historia del grupo de música chileno más importante de las últimas décadas, la cual nunca había sido llevada a la pantalla – grande o chica – , a pesar de la cantidad de elementos atractivos que contiene – la sola personalidad de Jorge González da para una serie completa de televisión.
A pesar de lo que el razonamiento expuesto pueda inducir, Miguel, San Miguel no es una “mala” película; sino una película consumida por pequeños errores. Quizás su mayor pecado sea confundir un retrato cándido con una puesta en escena ingenua, allí donde lo último evidencia una artificialidad que no va en regla con la propuesta estética. Y es que no se le podría culpar de eso: la tentación de idealizar la “prehistoria” de Los Prisioneros – monumento cultural de una época, e índice de una transformación socio-política que hasta el día de hoy exuda melancolía y desazón – es demasiado alto, considerando el contexto en que se enmarca: la dictadura durante la década de los ’80. Un rápido vistazo por los fenómenos televisivos de ficción de los últimos años, dan cuenta de la necesidad del medio por imaginar esa época, a través de retratos a la vez cándidos (Los 80) y políticos (Los Archivos del Cárdenal).
En cierta forma Miguel, San Miguel intenta seguir una línea similar, pero tropieza en detalles que en su acumulación enflaquecen la película hasta un punto donde el residuo es una narrativa a medio llenar. La propuesta es clarísima: enfrentados al telón de un contexto represivo, un grupo de adolescentes, a punta de maña y esfuerzo, levantan el sueño de conformar un grupo de música que a su vez está permeado por las vicisitudes del entorno; y que será (esto lo sabemos nosotros) emblema impertérrito de su tiempo, y por tanto, referente para el futuro. En el papel parece una fórmula ideal para comulgar con el público, a la vez que proporcionar un retrato crítico sobre el mundo que les tocó vivir. No obstante, la relación entre Jorge González y Miguel Tapia, eje articulador de la historia, resuma en gestos y diálogos empaquetados, animados por un guión que no termina de cuajar. Ambas condiciones presionan al relato a movilizarse hacia el espacio de lo obvio, socavando las posibilidades alegóricas de una representación cuya mayor ventaja es la tensión entre arte y sociedad. En otro cauce, la fotografía zigzaguea entre instantes de resplandeciente fulgor y deslavada expresividad, develando que la decisión de utilizar una contrastada fotografía en blanco y negro respondía más bien a condiciones de producción que a una propuesta estética determinada. De todas formas, su cuidada artesanía y precisa dirección de arte permiten embriagarse con la candidez revelada, a momentos mesurada, a momentos extraviada.
Movilizando el análisis hacia otras zonas, Miguel, San Miguel es una película necesaria como recordatorio del tipo de cine que se realiza en el país. Si consideramos el largo y arduo trecho que recorrió la producción para llegar a este punto, nuevamente nos encontramos con la necesidad de pensar como las condiciones de producción pueden impactar en la propuesta artística; desde otro punto de vista, quizás es útil preguntarse por las intenciones para su distribución e impacto en el público. Miguel, San Miguel se ubica en un espacio intermedio: explorar una propuesta artística a la vez que conectar con un público capaz de reconocerse en el relato. Es allí donde residía su fortaleza, como también la eventualidad de la contradicción. Como corolario, no hubiera sido una idea descalabrada pensar la película para la televisión, donde (a la zaga de lo que se lleva haciendo en otras latitudes) actualmente está aconteciendo un cambio positivo en la calidad de las propuestas narrativas y estéticas, en especial, aquellas que buscan explorar las contradicciones socio-políticas del sistema democrático heredero de la dictadura. Si están las condiciones de producción para eso, habría que considerarlo para otra discusión.