Por: Luis Horta / 05 de enero, 2013
Es curioso que la “crítica seria” poco -o casi nada- planteara algún acercamiento profundo hacia la película más vista en la historia del cine chileno, “Stefan Vs. Kramer”, estrenada en el curso del año 2012. Lugares comunes más o menos, los ojos parecieron colocarse en la acomodada “No” (Pablo Larraín, 2012), más que en una comedia liviana, popular y televisiva, aunque bastante pretenciosa. De “Stefan Vs. Kramer” nadie habló mal, y la crítica solo se limitó a señalar que era una película que “entregaba algo más”, que “no era una sucesión de chistes”, una «película familiar» e incluso que era una “crítica a la política”, todas reflexiones que arrojan cierta simpatía y la aparente incapacidad de enfrentarse a un éxito de masas.
¿Es acaso la crítica la que está más distante del público que las películas nacionales? ¿Es tan grande la distancia entre crítica y cine popular? ¿Se dio por perdida la pelea por las pantallas locales? ¿Se asume definitivamente que las masas y el “cine de arte” no son compatibles, y renace la antigua paradoja de la “entretención de masas” como oposición a las “bellas artes”?. Si bien este texto no pretende aclarar ninguna de éstas dudas, si busca abrir interrogantes válida a partir de una película que devela la crisis de las audiencias manipuladas por el centralismo, el mercado y las fracturas de la educación pública.
Antes que todo, es pertinente situar a una película como “Stefan Vs. Kramer” en una línea entre “El Burócrata González” (Tito Davison, 1964), “Ayúdeme usted compadre” (Germán Becker, 1968) y “Todo por nada” (Alfredo Lamadrid, 1989). No parece antojadizo cuando todas ellas abordan el imaginario del sujeto popular en relación al sistema que los cobija y las expectativas de éste.
“El Burócrata González” es el retrato de una clase media aspiracional que no solo trata con desdén a sus pares, sino que fija sus objetivos hacia su transformación en clase burguesa: Manolo (el comediante Manolo González), intenta convertirse en un empleado público, un “burócrata”, para tener así un pasar estable en un empleo liviano, seguro y que puede ser eterno. Por su parte “Ayúdeme usted compadre” incorpora un elemento fundamental en esta operación: la idea de aldea. Basado en el éxito de un programa de televisión de iguales características, la película gira en torno a una sucesión de arquetipos fácilmente reconocibles (la patria, la identidad) a modo de un eterno videoclip chauvinista basado en el folclore estereotipado y oficial, institucionalizando la identidad como un elemento delimitado por el poder.
Es la estetización de una nación en apariencia diversa, sublimada, acrítica y apolítica, con la aparición del animador de TV “Don Francisco”, la aparición de agrupaciones folcloristas como “Los Huasos Quincheros” y “Los Perlas”,
o cantantes juveniles de moda como Fresia Soto, donde todos ellos construyen un espacio mitológico sobre un Chile emprendedor, que necesita espacios de entretención en una especie de comunión visual, y que por años fue la película nacional más vista en la historia.
“Todo por nada” es otra película paradigmática, hoy día prácticamente olvidada por los expertos y los investigadores, pese a que es un eslabón fundamental para entender lo popular en el cine nacional. Fundamentada abiertamente en la explotación que propone el mercado, sus mecanismos operacionales no son tan distintos a los empleados por el cine contemporáneo: la utilización de rostros televisivos en una época en que los medios ya se encontraban en un desarrollo amplio, y apelando a resquicios narrativos como filmar en el Festival de la Canción de Viña del Mar –curiosamente igual que “Kramer”-, la película es un retrato del destino (colectivo) en que transita aquella clase media de “El Burócrata González”, ya sea desde la tímida intención por escalar económicamente, hasta la frivolidad explícita producida por un estado de arribismo permanente, la herencia de la dictadura neoliberal. En “Todo por Nada” “Alejandra” es una promotora de supermercado que no duda en acostarse e involucrarse con cualquier empresario, productor de televisión o personalidad influyente, con el objetivo de escalar en sus ansias por transformarse en una estrella de televisión. La configuración moral de un personaje como “Manolo” parece ingenua ante un mundo supeditado por el mercado, la vanidad y el nivel socioeconómico en un país abiertamente capitalista que vive los últimos días de una dictadura –ausente en el relato-, y donde el status (económico y social) se transforma en el leitmotiv del vacío social y del anonimato de lo colectivo. El triunfo del individuo es sinónimo de modernidad de la misma manera que en “El Burócrata González”, y la identidad colectiva es el mismo lugar común de “Ayúdeme Usted Compadre” .
“Stefan Vs. Kramer” viene a tender un puente con esa construcción del imaginario de sociedad instaurada por éstos films, curiosamente también exitosas comercialmente en sus respectivos momentos. “Kramer” relata la historia de un reconocido imitador y comediante que, tras su éxito social y económico, asciende junto a su familia a vivir en un barrio de elite junto con estrellas de la televisión local. La escalada social es explícita (“comenzó vendiendo paltas” se indica en un chiste del film), pero también representa un nivel aspiracional que se ha transformado en un estándar del neoliberalismo, del consumo y de una idea de progreso. La identificación es evidente cuando en el Chile de hoy los artistas viven en barrios de artistas, los intelectuales en barrios de intelectuales, los políticos en comunas de políticos, y las clases bajas en la periferia.
A partir del cambio de casa con que se inicia el film, se plantea la clave del conflicto: los males del neoliberalismo evidenciados en las clases medias. Un sujeto que trabaja doce horas al día, exitoso y entregado a su fama, paulatinamente relega la idea establecida de familia, desplazándola por su trabajo. Es evidente la sublimación del éxito en dos polos: laboral y familiar, pero siempre cuantificable. Sin embargo, el relato plantea una curva cuando, de manera paralela a este relato, un grupo de políticos y personajes públicos comienza a entretejer un plan para eliminar mediáticamente al imitador que, día tras día, arruina sus (¿valiosas?) imágenes públicas, con representaciones satíricas que explotan sus falencias, su humanidad. El plan consiste en que éste grupo de políticos y personajes de la farándula elabora un concurso de televisión para que «nuestro protagonista» participe junto a su anónima esposa, y así destruirlo públicamente. Y efectivamente la dupla comienza a ganar hasta llegar a la final, a la cual Kramer no asiste por encontrarse…cantando en el Casino. Surge la figura femenina quien decide salir adelante sola y así ganar la competencia ante la idolatría de un público entregado al heroísmo de una mujer abandonada por el trabajo: el matriarcado como reflejo de una sociedad contemporánea que ve en la figura femenina un pilar estóico de desarrollo, o una necesidad en la horfandad.
Más allá de este conflicto, los elementos que emplea la película a nivel argumental son la clave para entender la histórica audiencia que convocó, apelando a la fidelización por medio de la decadencia del sistema neoliberal que se manifiesta en las clases medias, vulnerables y sometidas a ser la mano de obra en un sistema depredador. La película efectivamente tiene una conexión con las clases medias y bajas por interpelarlos directamente: el automóvil de marca, la ropa, el cambio de vida a un barrio de elite, la farándula, la ausencia de vida íntima. A lo largo de la película no solo vemos un desfile de imitaciones del actor cómico, sino un espejo deformado de los estados patéticos de la población, entregados en clave de comedia para así utilizar esa identificación como una virtud. “Kramer” parece conocer al público al que se dirige por que es tan frívolo como él, aspira al éxito económico tal como el chileno medio, y se ríe de la imagen política como se ríe todo chileno, error que cometieron «Charly Badulaque» (Marcos Carnevale, 2001) o «Che Kopete» (León Errázuriz, 2007) con sendos fracasos comerciales.
“Kramer” no es una película política, eso es claro, a pesar de que aparece una serie de políticos de derecha aparentemente ridiculizados. Sebastián Piñera (y su hermano Miguel, que también aparece en “Todo por Nada”), Pablo Zalaquett, Arturo Longton (que más bien es hijo de políticos de derecha) o Rodrigo Hinzpeter, apariencia que se quiebra en el falso final cuando todos ellos se dan la mano en la misma idea de unidad que plantea “Ayúdeme Usted Compadre”. Son personas nobles y afectadas en un país donde todos tienen un lugar para ser aceptados: un sueño identitario colectivo.
“Stefan Vs. Kramer” se estrenó con 109 copias en 35mm, cifra inédita que posibilitó copar las pantallas por un buen rato. Sin recursos del Estado, y con numerosos placement, la película se subvenciona y recupera gran parte de una inversión que tampoco es menor. Un ejemplo para la idea de mercado que plantea el gobierno de turno, y que coloca los pelos de punta a los investigadores y críticos que parecen no asir por ningún lugar a una película popular y liviana, que interpela a los lugares comunes nacionalistas y a una sociedad televisada. Pero también da cuenta de manera inconsciente de una sociedad quebrada por las bondades del neoliberalismo, adherida a una idea apolítica de nación planteada desde los años ochenta, violenta en las operaciones sociales de la comunicación, de las imágenes, de un estado tan invisible como inservible, y que en la ridiculización del armamentismo -en la secuencia final- demuestra lo habituados que estamos a una violencia social invisible y permanente, adherida en el cotidiano de seres individualistas como todos los personajes del film, hedonistas y banales, ¿acaso el sueño real de toda la clase media chilena?.