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Porque Podemos

Por: Carlos Molina González / 10 de julio, 2013

El ser humano normaliza, naturaliza lo que aprende. Así es como ha “funcionado” desde hace miles de años y lo seguirá haciendo. Así es como ha construido la realidad que habita y reproduce día a día. Por esa razón, el que estemos rodeados de imágenes, como probablemente nunca antes lo habíamos estado en nuestra historia, no constituye rareza alguna.

Convivimos con ellas, las capturamos, las transformamos, compartimos o almacenamos. Y seguramente, si de un día para otro desaparecieran, buscaríamos el modo más rápido para comenzar a producirlas de nuevo, en ese casi instinto por trascender, dejar constancia que se estuvo “aquí”, de vencer la muerte.

A través de las imágenes conocemos el mundo, nuestra ciudad, una parte del pasado, o podemos ser partícipes de algo sin siquiera movernos de nuestro hogar. Gracias al streaming, a un celular e internet, está la posibilidad de “ir” a un concierto o a una protesta. Nos acerca y nos aleja de nosotros, como comunidad, todo en un mismo movimiento.

Pero más allá de esas consideraciones, nos detendremos en el hecho de que “sólo necesitamos” (no podemos obviar la parte monetaria implícita en estas tecnologías) de un celular y una conexión a internet para hacer esta transmisión en directo. Ya no requerimos de un estudio móvil, ni de grandes equipos humanos. La calidad de imagen y sonido podrá no ser la mejor, pero lo que importa es la inmediatez (el “estar” ahí) y la facilidad para lograrlo, que en sí misma ya es una inmediatez, concepto tan propio de nuestros tiempos.

Treinta años antes, más menos, la irrupción del video analógico puede decirse que provocó una revolución parecida a la de ahora. Quizás la palabra revolución resulte un tanto exagerada, pero es innegable que a partir de ese momento más personas podían tener la posibilidad, por los menores costos, de realizar una película, dejar registro ya no sólo en fotografías de hechos importantes para la sociedad, o bien de reuniones familiares que importaba inmortalizar.

Hoy en día aún más personas tienen dicha posibilidad con el video digital. Los costos son más bajos, e incluso está el “milagro” del crédito. Así, resulta cierto que, tal como ocurrió en su momento con la fotografía, la imagen en movimiento progresivamente se ha ido democratizando, teniendo muchos ya la oportunidad de dejar algo, de perpetuarse a través de ella.

Ahora bien, las mayores preguntas, y cuestionamientos si se quiere, debiesen hacerse en este momento, antes que se produzca una nueva “revolución” tecnológica, antes que podamos grabar, por poner un ejemplo, videos en 3D con los celulares u otro aparato de bajo, o relativo bajo costo (si es que aquello ya no es posible).

Registramos todas estas imágenes, cosa que llame en lo más mínimo nuestra atención y, casi por automatismo, presionamos “rec”. Pero para qué, ¿con qué fin queremos grabar? ¿Es porque realmente nos parece importante hacerlo, porque creemos que lo que está frente a nosotros es relevante o pudiese llagar a serlo? ¿O sólo lo hacemos porque podemos, porque tenemos los medios para registrar todo lo que esté a nuestro alcance?

Puede que esa actitud no sea otra cosa que la satisfacción de un cierto deseo, o más bien necesidad, inmersa en esa misma lógica de la inmediatez. Un método de defensa, quizás, ante el miedo que ese momento se vaya tan rápido, sea tan irrepetible, como casi todo lo que nos rodea.

Conocemos muchas veces el mundo sólo a través de una pantalla, de los ojos de la cámara, que son limitados, y por estar tan pendientes de registrar cada instante, no ponemos atención a lo que ocurre fuera del cuadro, que puede ser aún más importante y trascendente desde diversos puntos de vista. Finalmente acumulamos imágenes sin saber muy bien para qué.

Quizás nos falta más reflexión, y preguntarnos por lo que de verdad deberíamos registrar, hacer perdurar. Ser más calmos al momento del “rec”. Recuperar ese cuidado de antaño, en donde sólo filmabas lo que considerabas verdaderamente importante, porque sabías que el material era costoso y que por ende no podías registrarlo todo.

Vivimos en una época (¿o economía?) donde la imagen cada vez se democratiza más en su acceso, en su producción, pero en la cual la misma se ha transformado, al parecer, en una suerte de tirano.

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