Por: Gabriel Vallejos / 21 de Noviembre, 2015
Es indudable que el cine y la filosofía tienen mucho que aportarse mutuamente. Por un lado está la relación obvia que tiene la filosofía con la reflexión acerca de los fundamentos de cualquier disciplina o actividad, lo que incluye al cine. Sin embargo, el cine también ha aportado y tiene mucho que aportar a la filosofía. Las obras cinematográficas han sido fuente de inspiración para los filósofos, pero también pueden proveer situaciones que ponen a prueba teorías filosóficas, analizando sus consecuencias y llevándolas a la práctica en un mundo de ficción.
En la filosofía se recurre muchas veces a la imaginación para investigar teorías o postulados. Se utilizan suposiciones contrafácticas (qué pasaría si…, supongamos qué…) y experimentos mentales. Se procede planteando situaciones diversas y a veces fantásticas, como universos con solo dos elementos, Tierras duplicadas, personas sin conciencia, expertos en la ciencia del color que solo ven en blanco y negro, etc. Muchas veces estos planteamientos no encajan con el mundo tal como lo conocemos y en ocasiones hablan de mundos con características totalmente diferentes. Pero al plantearlos nos permiten poner a prueba nuestras teorías filosóficas y comprender así aspectos del mundo real, ya sea del lenguaje, la conciencia, la práctica científica, la naturaleza humana, etc.
Es en este punto donde la ficción ha servido como herramienta (voluntaria o involuntariamente) para la filosofía, planteando escenarios que llevan al límite las teorías filosóficas o generando situaciones donde la filosofía tiene mucho que decir. Incluso ha habido autores que inspirándose en reflexiones filosóficas han plasmado en sus obras consecuencias insospechadas de alguna idea.
Donde esto es más notorio es en la Ciencia Ficción, tanto en la literatura como en el cine. Conocido es el caso del escritor Isaac Asimov, que se inspiró en la filosofía de la historia para escribir su saga “Fundación”, o en la filosofía de la moral para escribir su saga de los Robots. Por otro lado películas como Dark City (1998), Existenz (1999) o Matrix (1999) nos han mostrado que puede haber razones para dudar de la existencia del mundo exterior, de la demostrabilidad el pasado y de la validez de nuestros recuerdos. Y así podrían nombrarse muchos otros casos.
Dentro de las temáticas filosóficas abordadas desde la ciencia ficción, hay un tópico que ha producido excelentes obras tanto literarias como cinematográficas que han cautivado a la audiencia y dado mucho trabajo a los filósofos: Se trata de los viajes en el tiempo. El tema es relativamente nuevo en la filosofía, habiéndose comenzado su estudio hace menos de un siglo, a diferencia de otros temas tratados por la ciencia ficción que han sido parte central de la filosofía desde su nacimiento como disciplina.
Los viajes en el tiempo, especialmente hacia el pasado, plantean muchas dificultades lógicas. Si bien físicamente parecen ser imposibles, la filosofía se ha dedicado a investigar sus consecuencias. Su ocurrencia traería como resultado contradicciones y paradojas. Por ejemplo, uno podría ir al pasado y matar a su propio abuelo antes de que uno haya nacido. Entonces ¿Cómo es posible haber podido viajar al pasado para matar a nuestro propio abuelo si al matarlo uno no podría nacer? (Esto se conoce como la “paradoja del abuelo”). Hay dos salidas a este problema. La primera postula que si uno viaja al pasado para matar a su abuelo no lo logrará, ya que de lograrlo éste moriría antes de que uno nazca, por lo que uno no podría nacer, y por ende, no podría viajar al pasado con el fin de ejecutar dicha acción. Básicamente, si una persona viaja al pasado, entonces formará parte de los eventos que ocurrieron en ese tiempo y que causaron el futuro tal como lo conocemos, incluyendo nuestro viaje hacia el pasado. Pero esto trae serios problemas, ya que estaríamos frente a lo que se conoce como una cadena causal cerrada (A causa B, que causa C y C causa A), lo que tiene como consecuencia un evento que es causa de sí mismo (representado con una analogía, sería como que uno se tomara en brazos a uno mismo). Esto también podría dar origen a eventos no causados o a objetos sin origen. Tomemos el siguiente ejemplo: una persona se roba una máquina del tiempo de un museo, viaja al pasado con ella y una vez allí, dona esta máquina al mismo museo para que en unos años más él mismo pueda robársela y viajar al pasado. ¿Cómo se originó esta máquina del tiempo? Estas y otras paradojas parecen no tener fácil solución.
La segunda perspectiva es la que recurre a los muchos mundos posibles: Uno viaja al pasado, encuentra a su abuelo (al que se odia y hay tiene buenas razones para no quererlo vivo) y efectivamente lo asesina. En este caso uno inaugura un nuevo mundo en donde nuestro abuelo muere joven y uno no nace. En este caso el viajero en el tiempo quedaría atrapado en este nuevo mundo que ha inaugurado, en este nuevo pasado donde nuestro abuelo fue asesinado. Sin embargo los problemas que plantea el viaje en el tiempo no terminan ahí. Por ejemplo, uno podría volver al pasado cercano y acabar duplicado, encontrarse con uno mismo en el pasado, etc.
Son muchas las obras del séptimo arte y la literatura que se han adentrado en estos problemas y que se han situado en alguno de los escenarios expuestos. Un ejemplo reciente que se destacan por su coherencia e implacabilidad lógica es la película española Los Cronocrímenes, escrita y dirigida por Ignacio Vigalondo el 2007. A lo largo del filme, que sorprende por su sencillez y claridad, el espectador se ve enfrentado a un escenario de dudas y suspenso constante. El protagonista, un hombre que lleva una vida tranquila y rutinaria, sale de su casa para seguir a una muchacha que observó a lo lejos en un bosque. Este simple paso precipita una serie de eventos inesperados que culminan con un viaje en el tiempo. Permanentemente uno se pregunta cuál de todos posibles escenarios de viaje temporal se está desarrollando. Por un lado está en manos del protagonista decidir si modificar o no el pasado, pero a la vez surge la duda si tal modificación es posible, y temiendo que, de serlo, pueda llevará a consecuencias irreversibles.
Esta pieza cinematográfica puede ser vista como un experimento mental que explora las consecuencias de un viaje hacia el pasado inmediato. El autor conscientemente toma partido por un posible escenario (que el espectador no conocerá hasta el final), y lo fundamenta a través de su obra. Pero las reflexiones filosóficas no terminan cuando se acaba la cinta. Esta obra incita al espectador a preguntarse por otras posibilidades, a generar suposiciones contrafácticas en base a la misma trama, y a reflexionar sobre otros temas relacionados, como el libre albedrío, la causalidad, el “efecto mariposa”, las cadenas causales, los mundos posibles, etc.
Cuando la película finaliza la reflexión filosófica no ha hecho más que comenzar. En ese sentido, la obra sobrepasa su estatus de pieza cinematográfica, convirtiéndose en una herramienta para la reflexión filosófica y en un excelente ejemplo de como a la ficción, y concretamente el cine, ha dado valiosos aportes a la filosofía.