Por: Francisco Castro / 22 de Noviembre, 2015
Desde los principios de la filosofía, incluso hasta nuestros días, han habido debates sobre las diferencias, convergencias o alcances que puedan haber entre pensamiento filosófico, científico y artístico. Platón fue destacado por sostener una de las primeras formas de, podría decirse, realismo idealista, donde los caminos de filosofía y arte se separan esencialmente, como aproximaciones radicalmente distintas abordar la realidad. La filosofía, para Platón, así como para muchos filósofos a través de la historia, es una actividad científica por excelencia, por oposición a una actividad artística. Su rol es representarnos la realidad tal como ella es, determinando los límites y alcances generales de nuestro acceso a ella, y proveyéndonos de métodos certeros para abordarla. El arte, por contraste, sería un ejercicio imitativo de la realidad, cuyo fin no es representarla, sino adaptarla a nuestras pasiones, gustos, aspiraciones individuales, emocionales y más idiosincráticas.
El cine, como una forma de arte, sería visto como una actividad centrada, incluso atrapada, en el reino de la mera ilusión, de lo puramente sensible y contingente, esto es, una arena de caprichos y pasiones. En una línea distinta, pero semejante y emparentada con esta forma de pensar, muchos filósofos, hasta bien entrado el siglo XX, objetaron la posibilidad de que el cine fuera considerado un medio propiamente filosófico. Otros han considerado que el arte, en particular el cine, podría tocar temas filosóficos, sirviendo como para ilustrar ejemplos relevantes para la filosofía (como la función cumplida por los experimentos mentales), pero no siendo él mismo una actividad filosófica. Otros han considerado que el arte es de suyo una actividad filosófica. Más allá de lo interesante que puedan ser estos debates (que pueden ser encontrados sumariamente enel artículo enciclopédico Philosophy Through Film de Christopher Falzon), en este breve artículo asumiremos que la filosofía y el cine, tanto como las ciencias y las artes en general, inevitablemente comparten muchos de sus medios, fines, y temas. Mal que mal, todas estas actividades se hacen por mor de cierto tipo de realización humana, para lidiar con nuestra inevitable condición de entidades biológicas conscientes. En lo que viene, revisaremos brevemente algunas razones para pensar al arte del cine como una actividad cercana, comparable y hasta cierto punto emparentada con la filosofía, y algunos ejemplos conocidos que ayudan a ilustrar este apasionante y prometedor cruce de perspectivas.
Una razón bastante inmediata para considerar que el cine, en tanto actividad narrativamente cargada, es por tanto filosófica en un sentido importante, se puede encontrar al revisar el trabajo del lógico y filósofo Willard Van Orman Quine, destacado exponente de la llamada tradición “analítica” de la filosofía contemporánea. Quine, en el marco de sus investigaciones en la filosofía de la ciencia y del lenguaje, nota que todo el lenguaje humano, en tanto organización e implementación práctica de distintos sistemas de creencias, está cargado de conceptos y consideraciones filosóficas, particularmente del tipo que los filósofos llamamos ontológicas o metafísicas: conceptos y consideraciones sobre la naturaleza de la realidad, sobre cuáles son los componentes básicos y elementales del mundo que habitamos, en su dimensión general y abstracta (por ejemplo, el espacio, el tiempo, o las cosas, su estructura y propiedades fundamentales). Esto implica, entre otras cosas, que nuestra forma de describir y representarnos el mundo nunca puede ser plenamente neutral; siempre nos vemos obligados a tomar una decisión, explícita o implícita, sobre cómo hay que entender el mundo en sus componentes generales, y esas decisiones no pueden estar directa y unívocamente fundamentadas en una experiencia humana prístina y despojada de apreciaciones teóricas primitivas (similarmente, una brillante combinación de argumentos por parte de Nelson Goodman y Ernst Gombrich pueden ser ocupados para establecer un caso similar para las artes “representacionales” – revisar el artículo Aesthetics de Barry Hartley Slater, sección 8). Un poco de atención meticulosa a lo que decimos todos los días, en cualquier tipo de contexto, puede ilustrar muy bien cuántas referencias explícitas o implícitas hay sobre cosas tan amplias y abstractas como la naturaleza humana y de la mente, la naturaleza de las relaciones sociales, la organización política de nuestras sociedades, etc. (por extensión, si el cine es alguna forma de discursividad, o implemente alguna forma de discursividad, el cine no está excento de consideraciones filosóficas abstractas en su fabricación). Consideraciones similares sobre la naturaleza del conocimiento y del lenguaje pueden encontrarse y trabajarse a partir del trabajo de filósofos como Martin Heidegger, o, más aun, en su sucesor crítico, Jacques Derrida y otros exponentes del nunca bien ponderado e identificado “estructuralismo” francés y otras tradiciones asociadas. Similar y análogamente, en las últimas décadas hay creciente consciencia del rol que juegan las metáforas en el conocimiento filosófico y científico, un rol que no es necesariamente auxiliar y secundario.
Dado esto, no es extraño que, a diferencia de lo que pasó en la filosofía anglosajona (ampliamente marcada por la filosofía analítica e inspirada en una concepción ampliamente más cientificista sobre la labor del filósofo), la filosofía llamada continental puso atención al cine desde comienzos del siglo XX, empezando tempranamente con Henri Bergson, y continuado en célebres exponentes como Gilles Deleuze, Jean-Louis Schefer, Jacques Ranciere y Slavoj Žižek. Pero tampoco es sorprendente que más temprano que tarde, filósofos formados en la tradición analítica se sumarían y continuarían esta tradición de comentario filosófico del cine. Los debates y temas que cruzan a esta aventura intelectual son variadas y a veces un poco complejas (para un panorama, revisar Philosophy of Film: Continental Perspectives de Thorsten Botz-Bornstein). Pero antes que eso, me quiero enfocar en algo mucho más básico y directo: presumiblemente, la mayoría de los espectadores más entusiastas del cine consideran o sienten que su relación con él tiene un componente reflexivo muy amplio, y cuyos niveles de abstracción suelen colindar con esos mismos niveles que son propios de la filosofía profesional. Así, es evidente que «Matrix» (1999), tanto como «The Truman Show» (1998) o, mejor aun, «Abre los ojos» (1997), a su manera son la puesta en escena de una forma de la problemática cartesiana sobre la existencia del mundo real y nuestra problemática capacidad de acceder él, y a nosotros mismos (además de protagonizar debates altamente relevantes y técnicos como la posibilidad de una inteligencia artificial o de una ciencia/ingeniería cognitiva completa, temas centrales de la filosofía actual). Y son, por lo mismo y tanto como la filosofía, una expresión abultada y apasionada de la simple idea (muy presente en la imaginación de los niños, y de cualquiera), de que nuestra existencia podría ser ilusoria en cualquier grado de generalidad: desde que en realidad seamos pilas-humanas conectadas a una gran máquina que se apoderó de la tierra, hasta el dificultoso reconocimiento de que nuestras creencias más fundamentales resultaron ser inadecuadas para lidiar con nuestra realidad personal o la situación política de nuestro tiempo.
Asimismo, es evidente y notable cómo las películas de Ingmar Bergman tocan y exploran a fondo los rincones de la psiquis humana, tematizando con maestría algo que en la filosofía es trabajado, desde Hume, como el problema de la identidad personal, y, vinculado al psicoanálisis y las ciencias cognitivas, el problema del subconsciente (algo que puede ser explorado hasta la náusea en los interesntes comentarios cinematográficos de Žižek). Como casos menos abstractos pero igualmente fascinantes, películas sencillas como Nightcrawler (2014) de Dan Gilroy, o la extravagante Natural Born Killers (1994) de Oliver Stone pueden y deben empujarnos a tematizar los límites éticos del periodismo, la crisis moral de la familia y el alcance extremo del indolente morbo humano y la mercantilización de la vida que reflejan los medios de comunicación y el sistema carcelario; series como Mad Men, más allá de los rellenos inevitables para el estado actual de la industria de teleseries, pueden reflejar, a momentos y de manera magistral, situaciones científica y filosóficamente centrales como la explotación humana, los falsos lugares comunes de la meritocracia, los conflictos de clase, género y raza en general, y la situación de alienación estética y moral que adolecen las personas incluso de clases sociales más privilegiadas durante el capitalismo tardío (algo que obligatoriamente hemos de relacionar con la llamada “condición posmoderna” de Lyotard en adelante). Una obra como True Detective no debería pasar desapercibida para un aficionado al cine, pero tampoco para un filósofo de la moral, un sociólogo o un psicólogo, pues resulta un retrato maestro del crimen y la alienación radical en las sociedades industriales que tanto fascinó a personajes como Émile Durkheim (El Suicidio) o Sigmund Freud (El Malestar en la Cultura), aparte de protagonizar a un detective nihilista que hace las veces de un profundo y apasionado filósofo. A su vez, un filósofo de la religión de inspiración atea y naturalista como Daniel Dennet o Alain de Botton (o el mismo Durkheim, desde la sociología), ha de encontrar, en series como Vikings, un retrato ejemplar de los mecanismos naturales que impulsan el surgimiento del pensamiento teológico y su ubicuidad en el mundo humano, en sentido fenomenológico y psicológico, histórico, social y político. Como ejemplo notable de estos cruces interdisciplinares, el mismo Alain de Botton protagoniza, en su notable trabajo del canal de youtube de The School of Life, una serie de amigables trabajos de difusión que abordan las humanidades desde una perspectiva integral y radicalmente interdisciplinaria, donde las artes, la filosofía, y las ciencias sociales van intrínsecamente conectadas.
Asimismo, la brillante comedia de «Existenz» (1999) está plagada (en medio de sus chistes grotescos y sexuales, y sus graciosos guiños a la imaginación tecnológica de nuestra generación) de amigables y graciosas reflexiones e incluso referencias filosóficas. Particularmente notable es la conversación en el restaurante, donde aparecen en muy pocas líneas y de manera muy inteligente, el problema de la identidad personal y el del libre albedrío, reflejando perspectivas que bien podrían ser abordadas con fascinantes trabajos en filosofía de las ciencias cognitivas e inteligencia artificial (como en el Natural-born Cyborgs de Andy Clark), o los argumentos de Galen Strawson en contra de las teorías narrativas e individualistas de la identidad personal –revisar su publicación en la revista online Aeon Magazine–), y en contra (!) del libre albedrío. O también cuando los protagonistas notan que fueron traicionados por uno de los personajes del juego, el personaje de Jude Law pronuncia un breve y exagerado discurso cargado de desesperación y nihilismo, en un gesto que podría ser perfectamente una referencia cómica al existencialismo europeo del siglo XX y que es, de una u otra forma, parte de la conciencia histórica de nuestro tiempo.
Para mi corta experiencia en este tema, y en relación al afortunado y notable ciclo de cine que tuvo ocasión de realizar el Cine Club de la Universidad de Chile y el Grupo de Estudios de Filosofía Analítica de la misma universidad, me parece que hay un momento cúspide de reflexión filosófica en la reflexión que hace Evan Puschak (en su canal Nerdwriter1) sobre Ghost in the Shell, en un video titulado Ghost in The Shell: Identity in Space (como parte de su notable serie Understanding Art), donde propone una forma de dilucidar e interpretar la película a partir de la larga escena musical y ambiental que está en medio del film, mostrando cómo la película aborda de manera notable los tópicos de la identidad personal y la vida humana en el capitalismo avanzado, con una notable referencia al concepto de heterotopía en el historiador y filósofo francés Michel Foucault.
La experiencia parece mostrarnos de manera más o menos directa que la relación entre filosofía y artes, y en particular con el cine, llegó para quedarse, y que esa relación no es meramente accidental ni caprichosa. Me parece que este proceso de aceptación del arte como una labor intelectual profunda (y viceversa, incluso) es semejante al proceso mediante el cual aquellas artes que antaño se consideraban mera artesanía, como el comic o los videojuegos (¡O la pornografía!), pasan, lentamente, a ser consideradas parte integral del panteón de las artes y labores humanas fundamentales.