Por: Luis Horta / 26 de Marzo, 2016
El documental “Gringo Rojo” narra la historia de Dean Reed, cantante pop que, gracias a las casualidades del mercado, se hizo famoso en Chile durante los años sesenta, impactando tanto a la empaquetada revista Ecrán como a las agitadas calcetineras de la época. Sin embargo, y para arruinarlo todo, Reed conoce las poblaciones marginales, los sindicatos obreros y los dirigentes sociales, transformándose en un activista de izquierda y abanderizándose con los cambios sociales que el país comenzaba a experimentar. Apoya activamente la candidatura de Salvador Allende, asiste a protestas populares e incluso «lava» la bandera de los Estados Unidos frente a la embajada. Tras el golpe de estado de 1973, Reed se radica en Europa del Este cantando su rock and roll febril frente a la rubia muchachada del otro lado del muro, que escasamente conocían del delirio que la industria musical ya se encargaba de globalizar. Su conciencia social lo lleva a dirigir una curiosa película en homenaje a Víctor Jara (“El Cantor”, 1978), alternándose con roles protagónicos en spagetti westerns y visitas a Nicaragua, Cuba y otros países del denominado “Tercer Mundo”.
Esta historia anecdótica le sirve al cineasta Miguel Ángel Vidaurre para dar cuenta de los procesos subterráneos que transitan por la gran historia, estableciendo un relato que desacraliza a una comunidad setentera valiéndose de recursos tan pop como el videoclip, la gráfica, el rock and roll y la estética kitsch. Desde su inicio el documental es una provocación formal que mezcla dos territorios casi infranqueables del periodo, como son la siempre sacra puesta en imágenes de la izquierda chilena con la sensibilidad popular. Esta estrategia se transforma paulatinamente en una lectura personal del autor sobre la utopía y -por cierto- la decadencia de un imaginario fundado en la imagen. Dean Reed, en su ingenuidad gringa, convierte a Chile en el paraíso perdido de la identidad y la pureza, erigiéndose como un adalid en la defensa de los desposeídos y estableciendo con ello una vinculación con lo popular que no necesariamente pasaba por el muralismo o la Nueva Canción Chilena, como se ha instalado en el inconciente colectivo. Paradojas de la vida, Reed se transformó en su propio personaje, un vaquero que hablaba en alemán y cantaba canciones de protesta, las cuales alternaba con sus primeros hits radiales: un híbrido que mezclaba el imaginario marxista con un azucarado pop que, curiosamente, despertó el fervor de la gente.
Miguel Ángel Vidaurre reafirma en esta película una especie de declaración de principios sobre su visión de mundo, proyectando un universo tan heterodoxo como posmoderno, que atraviesa el western (el libro “El héroe y el umbral” de 2002), el cortometraje (el libro “Apología a la fragmentación” de 2004) hasta las películas fantásticas (la duología “Oscuro/Iluminado” de 2008 y “Limbus” de 2009). Parece ser que la obsesión por los insterticios aún inexplorados de la historia, y particularmente de la Unidad Popular, han inquietado a este cineasta en sus dos últimos proyectos, ya sea en “Marker ’72” -con la visita a Chile del cineasta Chris Marker-, como ahora lo hace con “Gringo Rojo” (2016), un delirio que se vale únicamente del material de archivo y el montaje para instalar un nuevo relato sobre la UP. La estrategia desecha contar una gran historia precisamente para acercarse a la pequeña anécdota que ha sido invisibilizada, tal como ocurre con un registro en la Universidad de Chile durante la dictadura en que Reed, clandestino, entona el himno «Venceremos» horas antes de ser expulsado del país. Pura alteridad que no tiene como fin historizar, sino establecer una escición del tiempo histórico a partir del enfrentamiento de la gran épica con el pequeño gesto inútil que una cámara transformó en una proyección de tiempo que quedó almacenada durante décadas, olvidada sin que a nadie le importara. La crítica es interesante: ¿Qué hay en esas imagenes que fueron desechadas por un sistema inocuo, que únicamente instrumentaliza su memoria de acuerdo a los vaivenes del interés comercial, político o social?
Más allá de la excentricidad y la anécdota, “Gringo Rojo” es una reflexión sobre los medios y la imagen en el mundo contemporáneo. El archivo se convierte en un detonante del «nuevo mundo», vestigio de una realidad tan permeable como condicionada a la mecánica del cine. Desde ahí emerge un sujeto ahistórico, determinado por su auto construcción y que termina convertido él mismo en propaganda marxista, para finalmente morir en extrañas circunstancias e invisibilizado por quienes lo levantaron. Con ello, una película aparentemente amigable y divertida, se convierte en una particular reflexión sobre los sujetos convertidos en objetos de un modelo cultural contemporáneo, en donde “todos somos imagen”, y por lo mismo efímeros y olvidables.
El archivo constituye la alteridad de un relato hegemónico, pero no lo hace sino para constituirse en otro relato que a su vez emplea la imagen como si se tratara de materialidad maleable, con la que se intenta dar forma a un proceso histórico imposible de aludir únicamente con la palabra. En esta persectiva, resaltan los testimonios de Agustín “Cucho” Fernández y José “Pepe” Román, quienes convivieron con Dean Reed en su minuto de fama, aunque sus intervenciones sirven nuevamente para desarticular una lectura lineal de la historia, exponiendo un testimonio subjetivo sobre el vacío de la imagen y el extrañamiento que provoca un ídolo pop en el marco de la revolución, abordándolo desde la desacralización del ídolo teenager.
El documental de archivo es una técnica contemporánea que toma conciencia de la materialidad de la imagen, desecha el rodaje y construye con pequeños fragmentos una lectura sobre lo real que aparece en los márgenes de la historia valiéndose de películas huérfanas, noticieros, reportajes de TV e incluso archivo doméstico, extremando los recursos del montaje para resignificar artefactos visuales de diferentes procedencias. El archivo se convierte en una fuente documental subjetiva, no académica, y cuyas desprolijidades deben ser leídas en amplias dimensiones precisamente por que surgen desde la producción mecánica e industrial. En «Gringo Rojo» emergen archivos poco conocidos o que se encontraban abandonados, detonando en su puesta en relato un mundo novedoso y problemático, el cual conflictúa al documento oficial con la paradoja de haber sido en otra época también parte de una oficialidad establecida. Así, la lectura sobre lo efímero de un modelo cultural hace directa alusión a los modos de auto construcción visual y la fagilidad de la imagen. En este caso, la ambivalencia del archivo construye la riqueza de un relato que pasa desde la ironía hasta la amargura sin mayores transiciones: ¿Qué llevó a que un rockstar gringo se transformase en la cara visible de la revolución marxista?.
“Gringo Rojo” no propone respuestas, sino preguntas estéticas sobre una comunidad dual, la cual se ha situado entre el consumo y los modelos hegemónicos de representación. Pero aún así la imagen es banal: aquello que alguna vez fue oficialidad hoy se transforma en los desechos de la cultura de masas.