Por: Fernanda Vicens F. (Rayo verde cineclub) / 17 de Noviembre, 2017
Era domingo muy temprano por la mañana, había dormido poco y estábamos una amiga y yo honestamente muy contagiadas por el espíritu alcohólico de Hong Sang-soo. Claire’s camera nos había llegado el martes de manera muy fuerte, intempestiva y cargábamos desde aquel día con una sensación que se movía entre los colores y las cosas. Nuestra semana en el festival de Valdivia devino definitivamente, una especie de espíritu y estado de alerta ante la belleza. Estábamos con mi amiga además muy juntas en esto, compartiendo un relato que nos era muy propio, muy íntimo y que al tiempo tenía que ver tanto con lo que veíamos en las salas, como con lo que ocurría en los lugares destinados a ese viento, colmado además de primavera. Una belleza cristalina, definitivamente propia de cierto halo que ronda a Proust o Debussy. Kilómetros de juncos y por otro lado tulipanes y pequeñísimas flores azules, antiguos árboles y perros durmientes sobre jardines de musgo, éstos últimos parecían además estar en algún extraño lugar soñando siempre con el sol.
Siguiendo el trazado de Nietzsche, Deleuze nos plantea la necesidad de escribir filosofía fuera del papel, abandonar el viejo estilo para así hallar nuevas formas de expresión filosófica. Determinados encuentros entre imágenes, sonido y movimiento, tal vez. Estaremos orbitando siempre sobre este aún incipiente punto, convengamos por ahora en que se trata de nuestro lugar de partida, la idea de la película concebida como texto filosófico, el que a su vez conserva una estricta relación con la vida. Singular forma del estar ahí en las películas. Emanación, surgimiento. Suerte de vaho amplificado desde alguno de sus posibles pliegues, puntos de partida. Volvamos a nuestro domingo poco pasado de las once de la mañana y sentémonos junto a las no más de siete personas presentes (Recurro a este paréntesis para agradecer todo el silencio y quietud de quienes ahí estaban).
Hablar acerca de las posibilidades del cine no puede ser nunca asunto menor o agotado. Habrá que insistir en esto al menos cuantas veces nos sean precisas. Detengámonos por ahora en algunos de los aspectos que la extensión de este texto nos permite.
La dimensión narrativa de Wavelength (1967) no se subyuga ni se sitúa por sobre nada. Existe ahí para ser necesariamente abandonada. Las presencias humanas pronto salen (incluso alguien muere), mas la habitación no se vacía jamás. O bien, de lo que se vacía es de su condición de mero escenario destinado a la consumación de sucesos, permitiendo así la aparición de lo que en ese cuarto y en la pantalla puede ser todo lo demás. Añadamos a esta idea la cuestión de que la salida de los cuerpos del comienzo no significa ni podría significar su completa desaparición, sino más bien puede que éstos ronden, por ejemplo, bajo la forma de su posibilidad de retornar a la imagen. Retrocedamos un momento hacia las líneas de poco más arriba y detengámonos en aquel todo lo demás.
Materia, fragmento y aparición:
Conforme el tiempo sucede y se inscribe en la materia fílmica, el cuerpo entero de la película muta. Es decir, lo que es aspecto propio de lo temporal, imposible además de contemplar mientras sucede, se hace forma. Se trata nada menos que de tiempo haciéndose imagen, volcándose a un asunto muy propio de la Naturaleza. Tenemos una imagen en permanente estado de actualización, un encuadre que conforme avanza en su duración, va ligeramente dejando de ser el mismo, (es probable que en un primer comienzo no lo percibamos, pero avanzamos hacia el mar y conforme lo hacemos ocurren cosas. Es esto inevitable). Es el tiempo lo que va dotando a la imagen de nuevas e incesantes inscripciones (salpicaduras, manchas, roturas, etc.). Lo que lo hace escapar y que el cine en su indagación experimental lo trae muchas veces de vuelta (Sin ir demasiado lejos, tomemos como ejemplos Lemon (1969) de Hollis Frampton o Serene Velocity (1970) de Ernie Gehr). La materialidad de Wavelength es también lo que hace la película, el celuloide no es mero soporte que sostiene la imagen filmada. Es presencia, es objeto, también es movimiento y aspecto catalizador del tránsito del que hablábamos justo antes. Hay por parte de Snow una conciencia de aquello y surgida de ésta, una bella manipulación ¿Qué es lo que puede ocurrir en un nivel del espíritu cuando de manera intempestiva aparece un color?
Pasemos ahora a nuestra idea de fragmento. La habitación tal como la habitamos, inscrita en la imagen y la duración, precisa por lo menos de ser desarmada, fragmentada insisto hasta el punto de llegar a poder percibir todos los objetos que ahí existen. Los que además, no son demasiados (residen en mi memoria una silla amarilla, cuatro ventanales, una estantería e imágenes en el muro. La fotografía del mar). Pareciera la duración de la película ir en armoniosa concordancia con la posibilidad de hacer divisiones en una suerte de hilo de tiempo imaginario, cuyos trozos tienen su momento para cada uno de los objetos. Se está en definitiva, haciendo aparecer las cosas, dotándolas de una duración ilusoria. Los pocos objetos comienzan a adquirir presencia cuando se los observa habiendo pasado un tiempo, el mismo plano permite que se desmenuce lo que lo compone y vayan apareciendo las cosas como unidades constitutivas de lo que forma parte. Imagen que deviene imágenes. Existe una especial relación entre tiempo, imagen y percepción. Volvamos a pensar, por lo menos muy a menudo en esas filosofías que desbordan su propio texto. Si sucede esto, es posible que permanezca actual. El arte. Podemos hacer que las imágenes sucumban al tiempo o que estén por fuera de éste, he ahí su afirmación. Notemos la forma en que dicha afirmación es a la vez gesto, esperemos se intente siempre ir por este camino.
Qué es lo que desde una ventana puede entrar, o desde una habitación salir. Qué es lo que desde una película puede ocurrir. Existe en Wavelength un desplazamiento desde la profundidad película y hacia ella. Me imagino que tal vez un estado de levitación pueda asemejarse a esto. Son propios de la habitación (pequeña fracción a su vez de todo lo que existe), los fenómenos de luz y movimiento que la bordean. Siempre está la posibilidad de que el exterior acceda a esa dimensión ligeramente hermética y lo hace a través de luces, de la participación de la noche, del día y de la ciudad. No se trata de una imagen acabada, sino de, insisto, una suerte de lugar, refugio y nido propicios para la formación de ideas. Eterno retorno de la luz. La ventana es el espacio abierto para la posibilidad de que algo, producto del tiempo, pueda entrar desde fuera. Lo que estará siempre ingresando, tenemos, serán formas de la luz. Nuestro punto de partida siempre tendrá una zona asignada sólo para sí, y hay aún muchísimas. Voluntad haciéndose órgano.
Detengámonos justo antes de esa idea, volvamos al comienzo de Wavelength. Además de ese afuera (la inmensidad de la ciudad, el resto de la casa, lo inabarcable del mundo), que incide según la relación existente entre tiempo-imagen- luz, la película va posibilitando la construcción de al menos algunos de esos lugares y de muchísimos más. Imágenes fuera de la película, nuestras imágenes. Esa es una de las capas de Wavelength. Y Wavelength, lo sabemos, está llena de capas. Espacio cualificado como potencia. Espacio para la filosofía. Terreno para pensar el cine, pensar lo propio, pensar el mundo. Es del tipo de películas tan necesarias. Si nos estamos quietos y en silencio podremos sumergirnos en la máquina. Wavelength está moviéndose todo el tiempo. Si afirmamos esto, es porque asistimos a tránsitos permanentes. El plano es un punto de partida que hace que estados “extrafílmicos” regresen o comiencen a existir. La película puede ser una máquina al asumir una actitud hacia ella, actitud la cual puede ser en extremo sencilla y tal vez trátese ésta de sólo dejarnos caer (ojalá también la veamos proyectada, pero seamos realistas, hay sueños que en Chile no suelen consumarse). Es desde una postura así que nuestra especie de vehículo recién echa a andar y que como todo organismo precisa de condiciones para desplegar sus potencias. Si la percepción se mueve, si logra casi que por milagro ocurrir algo así, el cuerpo entero lo hará con ella. Brevemente y sin quedarme en este punto, la mirada vacía no puede jamás experimentar todas las posibilidades del cuerpo del que es parte, el movimiento se detiene, la organicidad de una vida se marchita. Si las imágenes pueden pasarnos por encima es porque algo hay de cadavérico en esa indiferencia, cobardía o traición. Esto no puede constituir sino un asunto por lo menos peligroso.
*Nota: El filme Wavelength (1967) fue exhibido en la 24° versión del Festival Internacional de Cine de Valdivia, en donde los Cineclubes de Chile realizaron su IV Convención titulada «Contracultura, educación y accesos no comerciales al cine».