Por: André Joufee / 18 de abril, 2020
LAS VERDADES
Dos escritores nacionales le deben la apertura de la esclusa literaria europea a Luis Sepúlveda Calfucura: Francisco Coloane, Premio Nacional y Hernán Rivera Letelier. Al “Jack London o Melville chileno”, Sepúlveda lo colocó en editorial Phoebus de Francia y a Hernán Rivera lo recomendó a la editorial de Anne Marie Metailié. La propietaria, en cuyo honor se apellida esa casa editora, al parecer sentía una atracción enorme por Sepúlveda, lo cual se facilitaba por el sistema de matrimonio acordado con su esposo: medio año juntos y el resto cada uno independiente.
Sepúlveda me llevó a un departamento en el barrio latino de Paris, en cuya puerta se leía una plaquita con el nombre Metailie. Luego de un exilio a partir de 1977, donde recorrió Argentina, Uruguay, Brasil y Ecuador, en este país conoció a los shuar, pueblo originario que inspiró Un viejo que leía historias de amor. Luego partió a México y remató en Alemania, Francia y finalmente en Guijón, Asturias, España.
Sepúlveda tenía una amiga, Ana Peterson, residente en Hamburgo. Ana reunía fondos para la oposición chilena y con el tiempo aprendió que éstos no siempre llegaban a destino. Entonces decidió traer ella mismo el dinero en efectivo. Enrique Miller, periodista, corresponsal del Diario de Bilbao en Alemania (primero vivió en Bonn y luego en Berlín cuando se convierte nuevamente en la capital del país), le señala mi casa para que permanezca en ella mientras cumple su misión. Era alta, imponente, nada menos indicado para pasar inadvertida en La Victoria, por ejemplo. Gran fotógrafa, Ana parte una mañana y me dice que volverá en la noche. No recuerdo si regía aún el toque de queda.
Oscureció y nada de la Petersen. Pasé la noche en vela y recién a los dos días reaparece campante. Había cumplido su objetivo, pero decidió visitar a la hermana de «Quico» Miller, y juntas partieron por el fin de semana a Vichuquén, sino me equivoco. Si Ana no midiera un metro ochenta y cinco, la habría retado. Ana fue muy amiga de Lucho, como también del Quico, ante de que conociera a su esposa. Creo que por ahí se cavó un abismo por la intromisión de Cupido.
Margarita Seven, que vivía en la Selva Negra, Schwarzwald, fue madre de cuatro de sus seis hijos. El escritor ya había estado casado con Carmen Yáñez. Me cuenta entonces: “Como la alemana es muy ordenada con el asunto platas, me lleva la contabilidad”. Tengo entendido que esta situación incluso se prolonga cuando hace más de dos décadas vuelve a los brazos de su primera mujer, cuya relación con la alemana fue siempre buena, según contaba.
Carmen también contrajo el virus pero salió adelante con éxito.
A comienzos del milenio, hubo un problema con el ayuntamiento de la ciudad española donde se radicó hasta la muerte. Sepúlveda ideó la Feria Internacional del Libro de Guijón. Era todo un éxito y punto de atracción cultural. Víctor Hugo de la Fuente, director propietario de Le Monde Diplomatique, el mejor amigo de Sepúlveda, concurrió en varias oportunidades a España y nadie menos imparcial en aceptar cualquier crítica dirigida a Luis.
Al parecer, Carmen obtenía honorarios por su trabajo en el encuentro literario, y alguien quiso transformar algo muy normal en un vaso de mala leche. Es como los Fondart: muchas parejas postulan a los fondos pues tienen tareas diferentes. Lo mismo con otros acontecimientos de todo tipo, Pymes por ejemplo. Sepúlveda seguramente se encargaba de la feria misma y Carmen del tema operacional.
Me consta el dolor que le provocó la campaña montada en su contra, pues lo estaba entrevistando desde Chile semanalmente por teléfono para Cosas, en una de las escasas oportunidades que me abrieron las puertas para colaborar (lo entiendo, nadie quiere a un ex editor husmeando por la nueva casa). Y la entrevista a Luis cae justo cuando estalla el “escándalo de Guijón”. Dos llamadas; dos tercios de la entrevista; para el tercero me responde primero su esposa: “Luis está muy mal de ánimo, no quiere hablar con nadie”. A la semana siguiente la misma respuesta de parte de uno de sus hijos. Sepúlveda estaba abrumado por las acusaciones y rumores de las cuales se colgaron todos los envidiosos y detractores, y se enfermó física y mentalmente.
Aparentemente hosco, podía ser muy cariñoso. También cortante. El escritor salió herido de la política en Chile. Había sido expulsado por rebelde del Partido Comunista en el ’68, e ingresó al Socialista. Dejó con rencor el PC.
En el Encuentro de Viajeros Asombrosos, meeting anual literario en Saint Malo organizado por Michel Le Bris, gran admirador de Coloane, invitado en dos oportunidades a esta ciudad de intramuros, golpeada por ataques ingleses hace siglos, coinciden Jodorowsky, Manns, Coloane, Volodia y Sepúlveda. Un amigo común, Guillermo Haschke, productor de grandes acontecimientos artísticos en Francia para conjuntos y cantantes chilenos (en el Odeón, por ejemplo), me acompañó a Saint Maló, y mientras conversaba con Sepúlveda, Haschke se le acerca y le presenta a Volodia Teittelboim. El escritor ovallino se encoge de hombros y mientras le da la espalda, susurra un: “Mucho gusto, buenas tardes”. Consciente de que había una herida aún abierta, no atiné a decir nada, pero Volodia y Guillermo, ausentes del origen, quedaron con la boca abierta, Yo tampoco me sentí regio, les cuento. Para pasar el mal rato, pues tenía una buena relación con Volodia, caminé hacia la Isla de Re, donde yace Chateaubriand. En las noches sube la marea y el montículo queda aislado de tierra firme. De pura pena casi pernocto al lado de la tumba
La producción literaria de Sepúlveda no es muy prolífera, libros realmente buenos son tres, además Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar relato infantil llevado al cine con éxito y se puede ver en internet.
En las últimas décadas era muy leído por sus columnas distribuidas en diferentes diarios del mundo. Por eso en El País, cuando informan de su contagio, concluyen: “Cuando sane nos obsequiará con una anécdota inolvidable para contar sobre su experiencia con la peste”. Ese fue el capítulo inconcluso en la vida de Luis Sepúlveda, hijo de un propietario de restaurante de Ovalle y de una enfermera mapuche.
LAS MENTIRAS
Esta historia quizás alguna vez la escribí cuando tenía El Ventilador en el granvalparaíso.cl. Entonces El Ventilador era visto por cientos de miles, con temor, ansias de saber lo cierto o lo informal o dudoso.
En 1975, encuentro a Luis en su departamento y me señala: “Como es probable que en el ’97 finalice tu periodo en la Embajada -finalmente ocurrió en el 2000-, te sugiero investigar algo inédito. Ocurre que Pedro de Valdivia remite al rey de España unas cartas muy completas sobre lo que sería Chile y de paso, le confidencia sus amoríos con un cabecilla mapuche llamado Lautaro. Sería interesante que leyeras esas cartas que están en Sevilla en el Archivo de Indias”.
La verdad es que ingenuamente le creí, pensando quizás que entre líneas el conquistador iba a aludir en esas misivas algo personal sobre quien lo traicionaría después.
A mediados del año 2000, Mireya Letelier, entonces una de las directoras de área de UNIACC, donde yo trabajé ese año, viajaba a España. Yo no poseía una acreditación o membresía de investigador para ingresar a la documentación confidencial del archivo, pero Mireya sí. Con ciertos aspavientos, ya en España viajó a Sevilla, y solo encontró cartas en español antiguo, casi ilegibles incluso para historiadores y en las cuales don Pedro no aludía ni siquiera a doña Inés de Suárez, sino características del territorio conquistado. Mireya también se burló: ¿Cómo un vasallo iba a comunicarle al soberano sus relaciones más encima homosexuales con un indígena si aún en éstos tiempos para muchos es un tema tabú?
Sin embargo, la voz de los vientos, algo insinuaba a nivel de copucha el colegial de esta relación porque cuando conté la gracia que me hizo Luis, más de alguno se dio por “haber sabido sobre ese caso”. En única oportunidad posterior en la cual tuve comunicación con Sepúlveda (en los años noventa fuimos bien amigos, luego él en Europa y yo en Chile, distanció la amistad pero no el afecto que le tenía) le reprocho su tomadura de pelo. Muy serio con su rostro bien mapuche que enloquecía a las alemanas y franceses, me responde suelto de cuerpo: “Escuchaste mal, porque eres medio sordo, te dije Madrid, no Sevilla”.
Esto retrata a otro Luis Sepúlveda Calfucura.
La segunda mentira ya no piadosa gira en torno a la típica pregunta: «¿Dónde estabas tú para el once de septiembre del 73?»
En mi primera entrevista antes de amigarme con Sepúlveda contesta: “Me sentí como traicionado. Estaba en una fábrica deshidratadora de ciruelas en Puente Alto y ahí me dejaron botado y tuve que arreglármelas por mi cuenta». En otras entrevistas concedidas en el extranjero, afirmó: “Estuve en La Moneda luchando al lado del compañero Salvador Allende”. Conversé con algunos GAP, incluso Rino Jorquera y Carlos Ominami, y ambos desconocían la pertenencia del escritor al grupo de amigos del Presidente. Tercera y última versión: “Me fui directamente, como nos instruido en el partido, al cordón industrial de Vicuña Mackenna”.
En fin, da lo mismo. Lo importante fue su supervivencia, más fácil de sortear la muerte entonces que una corona convertida en virus.
En lo personal, tampoco le creí la cabalgata de punta a punta en Tierra del Fuego junto a un fotógrafo argentino de, creo, apellido Verbisky.
Tengo entendido que hizo una película con mi amigo el actor Oscar Castro en la Patagonia argentina, pero algo ocurrió, nunca se supo si la finalizaron o quedó en bodega, pero sí que dio origen a un amplio documental sobre la Patagonia difundido por canales de televisión del mundo entero.
Supe que hace años vino a Chile y estuvo bañándose con amigas y amigos en una piscina en Coltauco. Yo, en Punta Arenas ignoraba esta súbita presencia de Luis, pero creo que le dio pauta para muchas críticas al sistema vigente en la patria que lo vio partir hace 43 años. Por eso reaccionaba con rapidez ante los acontecimientos nacionales desde España como si estuviese en Plaza Italia.