Por: Carlos Molina González / 26 de noviembre, 2014
Rostros que evidencian largas jornadas de trabajo al sol, la dureza de la vida, de la pobreza y las carencias. Más de allá del cierto lugar común que entreveran estas palabras, dichas son las caras que pueden verse mayoritariamente acompañando el cortejo fúnebre de Luciano Cruz Aguayo, uno de los fundadores del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), quien fallece el 14 de agosto de 1971, y cuyos funerales se realizan dos días después, con largas columnas de personas, venidas desde diferentes partes del país, abarrotando las calles de Santiago.
Campesinos del centro y sur de Chile, como lo evidencian los lienzos en donde aparece nombrado Linares, Hualqui o Ñuble, se reúnen con pobladores, estudiantes, trabajadores y algunos políticos de la capital, para despedir los restos de Luciano. La cámara recorre sus rostros, se pasea entre ellos, como un “marchante” más. Se detiene en algunos, los que llaman su atención por la fuerza e historia que transmiten en medio de ese agitado 16 de agosto.
Un símil de estas imágenes y sensibilidad hacia la gente “común y corriente”, aquellos protagonistas anónimos, y mayoritarios, de la “vía chilena al socialismo”, puede encontrarse en la trilogía “La Batalla de Chile”, dirigida por Patricio Guzmán, en donde es precisamente el “pueblo” (por usar una palabra útil, aunque manoseada hasta perder su real sentido) el principal actor.
Sus sueños, esperanzas, organización, conflictos y desacuerdos con el poder, son los que ocupan la mayor parte del metraje, y llaman más la atención por su convicción y ese sentirse parte activa de un proceso político, como nunca antes había ocurrido ni volvería a ocurrir. Era su gobierno.
Jorge Müller fue su camarógrafo y director de fotografía, y a todas luces parece ser también el autor del material correspondiente a los funerales del fundador del MIR, en el cual él también militaba, formando además parte del Frente de Trabajadores Revolucionarios del Cine, el FTR del Cine, como tantos otros Frentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria existían en los diferentes campos claves de la vida política nacional de ese entonces[1].
La búsqueda estética, un pulso seguro y movimientos fluidos, además de ciertos encuadres (como lo primerísimos primeros planos) son lo que llevan a pensar y tener bastante certeza que Müller es quien filmó estas imágenes desconocidas, y que después de más de 40 años podrán en verse en el marco de la conmemoración del Día del Cine Chileno, en recuerdo del propio Jorge y su pareja, Carmen Bueno, quienes fueron detenidos y hechos desaparecer por la DINA en 1974, durante la dictadura cívico-militar chilena.
No obstante, el punto central a tratar aquí, quizás brevemente, es el hecho de cómo estas imágenes dejaron registro de personas que quizás fueron detenidas, torturadas, asesinadas o hechas desaparecer, cuestión más que probable dada su militancia o simpatía política.
Vistas con la distancia del tiempo, ya no sólo su significado está acotado al hecho de haber dejado para la posteridad un funeral multitudinario, y cómo lo político se vivía en ese momento, sino que sugieren estas otras ideas de qué habrá ocurrido con ellas y ellos, si estarán aún vivos, y si aquel será, tal vez, el único registro en imagen que existe de ellos, no pudiendo obviar para ello que antes la fotografía no era tan masiva como hoy, sobre todo hacia las zonas campesinas más alejadas.
Aquellas ideas sugeridas por las imágenes que vemos ante nuestros ojos resultan atingentes, así como el hecho de que muy poco se sabe de aquellas víctimas anónimas, de los casos no “emblemáticos”, las que constituyen, fríamente acaso, parte de la cifras solamente, un número, pero no tienen un rostro. No se trata de ver esto como algo de “fama” o cosa por el estilo, sino como un intento de restitución de una dignidad arrebatada y el doblar la mano a aquel acto de hacer desaparecer a esas personas, de negar su existencia, de borrarlas, a la larga, de la memoria de una comunidad.
Desde sus inicios el ser humano y la imagen, la representación, han estado ligados. Finalmente esta última subsiste al primero y es el vestigio de lo que fue, de lo que estuvo aquí. Vuelve a presentarlo frente a sus pares y generaciones futuras. Presencia de la ausencia.
En cierto modo, y como lo hace notar Ana González en el documental “La Ciudad de los Fotógrafos”, de Sebastián Moreno, el no tener una fotografía de alguien es como si no hubiese existido. Ésta, en nuestros tiempos y ya desde su invención, es el vestigio más patente, y potente, que queda de alguien. Es la presentación, la constatación más fuerte si se quiere, de la existencia de alguien para aquellos que no lo conocieron. Lo reviste de una “humanidad”, lo erige como una persona en sí, como un “algo” concreto.
Por ello la importancia de estas imágenes, de su exhibición pública, para que así esos rostros nos sean reconocibles, se les considere parte de aquel proceso político, y no queden sólo bajo el rótulo de “el pueblo” y un número. Y a su vez, y por qué no, que en un futuro no muy lejano puedan ser efectivamente reconocidos, que eso rostros anónimos y esos nombres sin rostro se unan, y ellos y ellas no queden como doblemente desaparecidos, de cuerpo y de imagen.
[1] Para conocer más de dicho Frente, revisar el texto “Imágenes desparecidas, imágenes re-encontradas: Un acercamiento al Frente de trabajadores Revolucionarios del Cine”, del mismo autor, en http://issuu.com/cimolinag/docs/r7a/24?e=0