Por: Camila Pruzzo /26 de Julio, 2015
La calidad de la animación de las películas de los Estudios Ghibli crean no sólo una realidad que es posible en los marcos de la imaginación, sino que también nos recuerdan a las imágenes de la realidad física conocida y a las sensaciones asociadas a ella. Su calidez, los detalles de texturas, colores y especialmente el carácter y desarrollo de sus personajes en las historias, han hecho de esta casa productora una de las más importantes en Japón y el mundo.
Películas aplaudidas por la academia e importantes festivales de Europa, cuyo país de origen ha sido consumido por el individualismo y el fan service de la animación que se transmite por televisión y el internet. El animé y la cultura otaku como se le denomina, ha menospreciado muchas veces el trabajo de las películas de Ghibli, ya que comercializan con la imagen de jóvenes pervertidos, hipersexualizados y cuyos fines no son más que satisfacer los placeres de una sociedad capitalista e individualizada. En palabras de Hayao Miyazaki, fundador de Ghibli, la animación japonesa se realiza “sin apenas observar la realidad”, siendo producida por personas que no soportan mirar a otros seres humanos; un producto de evasión que no motiva a cambiar las condiciones para un futuro mejor y mantiene la distancia entre las personas, creando personajes voluptuosos e insensibles que sólo buscan satisfacer las necesidades de seres cada vez más solitarios y alejados de la naturaleza y su alrededor.
«La mayor parte de la cultura moderna es superficial y falsa, pende de un hilo, y no es algo que se haya de tomar en broma. […] Expreso mi interés hacia una época venidera apocalíptica en la que ‘verdes hierbas silvestres’ tomarán el relevo. […] El período Showa fue triste porque la naturaleza, las montañas y los ríos, todo ello estaba siendo destruido en nombre del progreso económico. Sin embargo no aprendemos nada de lo acontecido en el pasado. […] No obstante los adultos (piensen lo que puedan pensar y crean en lo que crean) no deberían imponer su visión del mundo a los niños”. Hayao Miyazaki
La animación, así como otras artes, no puede ser apartada de su origen natural: la experiencia humana, lo que incluye aquello que lo rodea, sus sentimientos y la capacidad para formar comunidades. Es por eso que los personajes creados por Ghibli pertenecen a nuestros recuerdos y nos permiten sentirnos identificados, incluso cuando son retratados en mundos inverosímiles o apocalípticos, porque nos hablan de valores perdidos, retratan en sus historias el recuerdo de nuestra infancia, cuando creíamos que todo podría ser mejor y la adversidad estaba lejos de vencernos. Es más, aún en escenarios fantásticos, las tramas de sus películas están basadas en hechos históricos, como las guerras y sus consecuencias asociadas a la destrucción de la naturaleza, la contaminación y las ruinas de grandes ciudades y monumentos, hecho que podemos observar, por triste que suene, en el presente. La relevancia de sus obras (protagonizadas en su mayoría por niños y adolescentes) nos hablan de la capacidad del cine para motivar la conciencia y remover aún en nosotros la necesidad de construir un futuro alentador, a través de la superación de una sociedad corrompida por el egoísmo, aprendiendo sobre la tolerancia y la amistad al ponernos en relación unos con otros, aunque sea brevemente en la experiencia cinematográfica. Lo que surja tras sus enseñanzas, es tarea de todos.