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Artículos Crítica Especial: Dossiers

El espacio en el universo de Totoro

Por: Luis Horta / 26 de Julio, 2015

Un mundo comienza en una buhardilla: al subir, las pequeñas niñas encuentran un espacio oscuro lleno de presencias, seres que desaparecen cuando se les toca, se transforman en hollín. El espacio se eleva para proponer una nueva dimensión de lo real adosado al universo infantil que es capaz de proyectar dimensiones nuevas sobre lo real.
“Mi vecino totoro”, emblemática película del cineasta japonés Hayao Miyazaky, propone una curiosa lectura sobre el espacio y las relaciones de los sujetos con una invisibilidad presencial. La muerte, en este caso, presupone un cotidiano sin conflictos mayores, y la entretención prefigura un espacio de dialogo con sujetos imperecederos, las “presencias” de otras realidades. De acuerdo a esto, el paisaje juega diversos roles de lectura, ya sea como un juego de oposiciones del agreste y campesino poblado al que llega a vivir una familia nueva, como en los vericuetos de una casa abandonada y antigua. Rincones, rendijas, buhardillas y habitaciones son motivo de inquietud y curiosidad por parte de dos niñas que no dudan en ingresar y apropiarse de estos lugares ínfimos, con la sorpresa de encontrar ya otros habitantes en ella, lo cual sirve como pie para el relato principal.
La película se inicia con el desplazamiento, narrando la historia de un padre de familia que se traslada a su nueva casa junto a sus dos hijas pequeñas. Atraviesan los bucólicos paisajes hasta llegar a una derruida casa, donde el desplazamiento no acaba, ya que las pequeñas niñas curiosean todo este mundo nuevo. Se trataría de un viaje con un carácter espiral, que finaliza con el descubrimiento de “algo raro”: los seres del polvo que habitan entre rendijas y que desaparecen cuando se les toca.
Lo mismo ocurre en el bosque, donde reina el espíritu encarnado en la imagen de una especie de gato gigante, que viaja en un “gatobús”, un particular medio de transporte cuya velocidad lo hace casi imperceptible para los humanos. El ensueño en que permanentemente parece instalarse el relato genera una lectura de la espacialidad como un medio que linda entre lo real y lo imaginario. Una especie de vigilia prolongada y estetizada, más allá que la metáfora, como una forma de proponer un relato visual psicológico.
Si los espacios elegidos funcionan como reducto, en “Mi vecino Totoro” los personajes se vinculan con estos desde una alteridad dada por la permanente movilidad, la cual es limitada y engañosa, ya que a pesar del constante desplazamiento de los sujetos en el espacio, estos quedan suspendidos y dependientes de éste, por ende no traspasan sus fronteras de forma clara, sino que abren nuevas dimensiones para expandirlo o contraerlo. En este concepto es importante la relación con la vigilia y el sueño, como un terreno donde la especialidad se proyecta hacia lo subjetivo más que a una forma de racionalidad puntual y específica.
“Mi vecino Totoro” es una película compleja a nivel visual. Tal como los grandes relatos clásicos, también se camufla tras la imagen del cuento infantil, para proponer claves alegóricas sobre el espacio y lo real, como en este caso. La inmensidad revestida por la intimidad familiar, la relación de la vida y la muerte como cotidiana y desprovista de dramatismo, son conceptos visuales que se vinculan finalmente a la necesidad de albergues y cobijos. La ausencia de madre, la presencia de los espíritus y la inmensidad del bosque son, por ejemplo, motivos visuales  que amplían la imaginación. Senderos, rincones y escondites son la tónica de una película espesa y analítica sobre el mundo de lo real.

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