Por: Camila Pruzzo Moyano / 17 de Octubre, 2015
“Personalmente, no puedo soportar la violencia. En cualquier película estándar americana, hay 20 veces más violencia que en cualquiera de mis películas.”
Michael Haneke no sólo es el influyente e importante director y guionista que conocemos hoy, también es dramaturgo, amante de la música, crítico de cine, director de ópera, profesor. Cineasta austriaco nacido en 1942, cuyo debut tuvo lugar 31 años después dirigiendo el tele-film “After Liverpool”. Hijo de las artes escénicas y el cine, no podía sino alcanzar el reconocimiento a través de la construcción de un perturbador estilo autoral, gracias a su capacidad reflexiva y sus estudios en filosofía y psicología, parte de su formación previa a la realización de películas. Los inicios del cineasta estuvieron basados en la adaptación de obras literarias y la producción de filmes para la televisión, hasta lograr la realización de su primer gran obra, que tomaría lugar dentro de una breve (pero no insignificante) lista de películas en su carrera. “The Seventh Continent” (1989) nos entrega pequeñas señales que nos permitirán transitar por la obra de este autor quien se declara así mismo “optimista de corazón”. Curiosamente ese optimismo que señala, pareciese no estar presente en sus películas. Es más, a simple vista podríamos decir que son bastante desalentadoras, puesto que no plantean una idea de realidad moral que debiera ser, sino que es bastante cercana a la realidad conocida. Un cine que sospecha de las buenas intenciones y que no da nada por hecho, con personajes cuyas vidas en apariencia están resueltas, pero que a medida que avanza la historia, nos demuestra lo contrario. La incomunicación, la ilusoria normalidad, la presencia de los medios, la violencia física y psicológica, los daños provocados por la modernidad, la frivolidad de la clase alta, son algunas de las temáticas que abarca Haneke, y que se basan en la necesidad de una reflexión artística y personal sobre la realidad.
“Mis películas las creo porque estoy afectado por una situación, por algo que me obliga a reflexionar, que se presta a una reflexión artística.”
La obra de Haneke plantea su optimismo mediante la presentación de la violencia como un factor irracional e injustificado. Es así como por ejemplo, en “Benny’s Video” (1992) el joven protagonista sólo quizás impulsado por el aburrimiento, asesina y esconde el cadáver de una joven niña que conoció momentos antes frente a su tienda de videos favorita. El acto de Benny no fue consecuencia de algún maltrato por parte de sus padres, o por algún rasgo psicopático del joven. Sus historias no justifican la muerte ni la tortura, la violencia no se entiende como un fin en sí mismo, ni para establecer una idea por sobre otra. La violencia no es para él un motivo de diversión, es ahí donde se manifiesta su optimismo. Y más allá de plantear una o más respuestas, sus producciones buscan la provocación, y es probablemente aquello lo que vuelve a Michael Haneke un artista.
“El arte debe hacer preguntas y no avanzar las respuestas, que siempre me parecen sospechosas e incluso peligrosas.”
Con aguda inteligencia, Haneke realiza películas visual y sonoramente convencionales, o al menos plantea un interés por la composición de los planos y sonidos de tal manera que caigamos sin problema en su provocación. Todo parece normal, hasta que algún elemento (sea interno o externo a los personajes) comienza lentamente a desarticularlo todo. Es tal su apariencia realista, que resulta aún más perturbador que un thriller o un filme de suspenso (no es coincidencia que algunos de los argumentos de sus obras estén basados en hechos reales y en observaciones muy bien planteadas.) La idea, o al menos una de ellas, es provocar al espectador para que participe de la obra, sea perturbado por aquel discurso que interpela a la realidad y la cuestiona de tal forma, que nos sentimos involucrados en aquellas prácticas cotidianas de violencia y sin sentido. Un cine que no busca complacer ni se instala en las expectativas de un público que busca evadirse; sino por el contrario, hacer que nosotros nos involucremos en la reflexión que propone el punto de vista del autor. Dejar de aceptar la violencia como la respuesta a cualquier problema, cuestionar la labor de los medios y nuestra propia realidad mediada por los artefactos (o como llama el propio Haneke, nuestro derivado de realidad). Aceptar el reto que nos propone con cada película.