Por: Vittorio Farfán / 08 de abril, 2015
Es un hecho que en Chile existe una devoción sacra e institucional por cualquier miembro de la familia Parra, culto que refiere a un grupo selecto de artistas nacionales que están en una especie de exilio social, llenos de “ceremonias ceremoniosas”: se los ubica bajo el sol mientras una autoridad da un lindo discurso interminable sobre “lo solemne que es tenerlo acá, aunque realmente no lo conozco bien”. De estas castas familiares relacionadas con el rescate cultural, siempre hay un pariente chico, un olvidado, un infravalorado. En este caso este es la historia de Óscar Parra, el menor de los Parra.
Conocido con nombres refrescantes como el “Tony canarito”, y actualmente como “El Tata Picarón”, la película se centra en lo que él llama “sus últimos días”, amenaza que nunca se concreta. Vemos sus días entre las cañitas de vino, los paseos al bazar, las conversaciones con la gente que lo quiere, su vida de hijo ilustre del barrio y relatando historias de su pasado. Entre las conversaciones, los chistes, las canciones picarescas, Óscar Parra tiene la añoranza de retornar a Chillán. Su personalidad hace no solo ser el hilo conductor de la historia, sino que de alguna forma el amo y señor de un relato que en realidad tampoco le importa: su personalidad la toma la forma de registrar, construyéndose un documental con elementos que nos hace incluso perder una idea de temporalidad y no tener tan claro en qué año estamos. Esto consigue granes escenas documentales, como la celebración de un caótico cumpleaños en una especie de parque perdido en Santiago, con la infaltable torta de piña. Esos momentos hacen imposible no querer a tal personaje.
El Parra menos Parra es un documental que saca carcajadas, ya sea con los chistes pícaros de “Canarito” o las canciones en doble sentido. Y su vida, que de alguna forma es un nostálgico chascarro, transforma a esta obra en un documental loable, dando otro giro a elementos de la nostalgia. El protagonista, a pesar de dominar el relato, no es egocéntrico o autorreferente, ni encausa la historia a egoísmos menores. Su simpleza nos convoca a seguir en este divagar de sus últimos días de su vida, y cumplir los últimos sueños como deambular por esas viejas calles de la ciudad, dando alegría a esos panteones arquitectónicos de otro Chile, que de apoco cae en el sueño sin fin.
El documental El Parra menos Parra se plantea como una obra poco ambiciosa, que no busca nada más que ser el testimonio de Óscar Parra, algo que al mismo tiempo lo hace ser una gran pieza. A pesar de tratar temas como la nostalgia y lo crepuscular, se demuestra la alegría de un personaje que está reconciliado con su vida regalando alegría desde una humildad sincera, que logra algo que no surgía hace mucho tiempo en el cine local: salir con una gran sonrisa. Es un documental refrescante, casi como un melón con vino en una tarde de playa.