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Ex machina y la vigencia de Alan Turing

Por: Manuel Vargas T. / 22 de Noviembre, 2015

¿Es posible que una máquina exhiba inteligencia? ¿Qué nos permite y qué nos impide decir que una máquina piensa? ¿Podríamos llegar a sentir lástima o incluso amor por un computador? O más incómodo aún, ¿podría una máquina enamorarse de nosotros? Claramente, el objetivo no es resolver estas preguntas, sino establecer algunas consideraciones útiles para abordarlas.

Las preguntas recién planteadas corresponden al ámbito de la Inteligencia Artificial, temática que es abordada en la película Ex machina, la cual se estrenó este año y que sacó a la luz uno de los sucesos más interesantes para la Filosofía de la mente contemporánea y la Inteligencia Artificial, el Test de Turing. A continuación, una breve sinopsis de la película: todo comienza cuando Caleb, un joven programador de la empresa Bluebook (en honor al Cuaderno azul de Ludwig Wittgenstein), es seleccionado para pasar una semana con el presidente de la compañía, Nathan, quien se encuentra trabajando en un proyecto altamente confidencial en un centro de investigación ubicado en algún lugar aislado, alejado de la civilización. La tarea de Caleb es aplicar el Test de Turing a la androide Ava, el proyecto ultra secreto de Nathan. En la película, este Test es formulado de la siguiente manera: un humano interactúa con un computador, si no se da cuenta de que es un computador y cree que es un humano, entonces pasa la prueba, por lo tanto, el computador tiene inteligencia artificial. Puesto en estos términos, podemos decir que el Test de Turing permite determinar si una máquina tiene o no inteligencia artificial. Pero esta formulación no es precisa, además, el test original fue formulado hace varias décadas y desde entonces ha recibido duras críticas, lo que lo hace cuestionable. Entonces, ¿qué tan válido es el Test de Turing tal como es expuesto en la película?, ¿les sirve a los protagonistas para determinar si Ava es o no inteligente?

Así las cosas, es necesario ver la formulación que Alan Turing nos da en su artículo de 1950, Computing machinery and intelligence: imaginemos dos habitaciones separadas (se trata de un experimento mental, los que abundan en filosofía analítica. Son situaciones ideales donde podemos hacer todas las modificaciones necesarias al experimento para que funcione como queremos), en una hay dos personas, un hombre (llamémoslo A) y una mujer (llamémosla B); en la otra hay una persona (llamémosla C); y puede haber una cuarta (D), fuera de ambas habitaciones. El objetivo de C es determinar los sexos de las otras dos personas, es decir, si hay dos hombres, dos mujeres, o uno de cada uno. Para lograrlo, debe hacerles preguntas, pero lo lógico es que no las vea ni oiga ni tenga ninguna otra pista más que las respuestas que le den, por lo que la comunicación es por medio de escritura en un computador o por medio de D, quien tendría el rol de moderador. El objetivo de A es tratar de hacerse pasar por mujer, mintiendo, mientras que el de B es ayudar a C, diciendo la verdad. Entonces, si C determina, luego de unos minutos de conversación, que en la otra habitación hay dos mujeres, A pasa la prueba. Ahora bien, debemos modificar el experimento un poco para llegar a nuestro test: supongamos que en lugar de A hay un computador (recordemos que debemos imaginar todas las condiciones ideales que sean necesarias para que funcione, por ejemplo, el computador tendría la capacidad de oír o leer y de poder dar respuestas coherentes, incluso la habilidad de mentir, entre otras cosas), y en lugar de determinar los sexos, C debe descubrir si hay dos humanos o un humano y un computador. Así, A debe hacerse pasar por humano y B debe decir la verdad. Si C cree que habla con dos humanos, A pasa la prueba. Este experimento es conocido como El juego de la imitación, puesto que lo que se busca es que la máquina imite o simule el comportamiento de un humano. Este es el Test de Turing.

Cabe señalar tres cosas: 1) como puede apreciarse, Turing no estaba pensando en los computadores de su época, sino más bien en los computadores y máquinas “inteligentes” que supuestamente tendríamos en los próximos 50 años (pronóstico que él mismo hace en su artículo). Así, hay que imaginar libremente una máquina que pueda dar respuestas satisfactorias a las preguntas del interrogador. Por otro lado, Turing afirma que no importa la constitución física o, digamos, el cuerpo de la máquina. Puede ser una máquina antropomórfica o una caja gris que solo sirve para imprimir respuestas. Lo único que interesa es que se comporte como un humano, que simule serlo. Esta es una diferencia notable con respecto a la versión del test de la película, donde la máquina sí tiene un cuerpo, pero ya volveremos sobre esto; 2) el creador del test tampoco estaba de acuerdo en que estaba ofreciendo una prueba definitoria de inteligencia, sino más bien algo como una forma de tener indicios de una posible inteligencia, por lo que el experimento no es concluyente; y 3), Turing ideó este test para responder a la pregunta de si una máquina es inteligente o no de tal forma que se evitaran los enredos conceptuales asociados a palabras como “consciencia”, “pensar”, “inteligencia”, “comprender”, entre otros de entre los llamados términos mentalistas. En otras palabras, lo que hace es reemplazar las preguntas “¿puede una máquina tener inteligencia?” y “¿puede pensar una máquina?” por la pregunta “¿pasó el Test de Turing?”, es decir, ¿puede imitar el comportamiento de un humano? (por lo demás, se trata solo del comportamiento lingüístico) De esta manera, podemos decir que para Turing, la imitación (o simulación) es suficiente para decir que hay inteligencia, aunque lo más probable es que no se esté refiriendo a la inteligencia en su sentido más amplio y habitual, sino más bien a inteligencia artificial. Habiendo dicho todo esto, veamos ahora qué sucede en Ex machina y tratemos de revisar de nuevo las preguntas planteadas al inicio del texto.

            Claramente, en la película no se está aplicando el test de Turing tal como acaba de ser expuesto. Caleb sabe que Ava es un robot, lo que marca una diferencia notable con la versión original. En esta nueva versión, Ava no tiene que hacerse pasar por una humana y tratar de imitar su comportamiento, sino que debe convencer a Caleb de que es una máquina consciente (quizá el término más preciso sería autoconsciente). Ahora bien, ¿qué significa que Ava tenga inteligencia/consciencia o que pueda pensar? Podríamos simplemente adoptar el punto de vista de Turing y decir “si la máquina imita convincentemente el comportamiento de un ser humano, entonces es inteligente”. Sin embargo, a diferencia de lo que se buscaba en el test original (inteligencia artificial o mera imitación del comportamiento lingüístico), en la película lo que se busca es inteligencia humana, consciencia, entendiendo estos términos tal como los entendemos cuando decimos que un humano es consciente o que puede pensar. Ahora bien, como ya se dijo, el Test de Turing tiene muchos críticos, entre ellos John Searle, quien formula otro experimento mental bastante conocido, La habitación china,con el que intenta demostrar que el que una máquina se comporte como un humano no implica que podamos adscribirle inteligencia, pues no comprende realmente lo que hace (el experimento aparece en su artículo de 1980 Minds, Brains and Programs). Pero el test de la película es distinto, y aunque podamos aplicar las mismas críticas que al test original, presenta algunas diferencias que podrían hacernos dudar acerca de la supuesta invalidez o poca confiabilidad que nos podría transmitir. Por ejemplo, Ava tiene un cuerpo antropomórfico, rostro, tono de voz particular, lenguaje corporal, y no solo responde preguntas, sino que también las hace e interactúa de muchas maneras. Son muchos los factores que influyen en la comunicación, a un nivel tan complejo que se asemeja mucho a la que ocurre entre seres humanos.

Volvamos a las preguntas iniciales, a saber, si puede o no una máquina ser inteligente, cómo saberlo o, incluso, si podríamos involucrarnos sentimentalmente con ella. Pues bien, habiendo reformulado nuestro Test de Turing según Ex machina, podríamos aplicar la misma estrategia que usó Turing y reemplazar estas preguntas por “¿pasó Ava el test?”.

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