Por: Camila Pruzzo / 25 de Junio,2015
Resulta asombroso pensar que hay quienes creen que el tema sobre las dictaduras latinoamericanas está agotado, cuando en realidad no se ha hablado lo suficiente. Me es imposible no sentir impotencia al escuchar los relatos de aquellos que lograron sobrevivir a una de las mayores masacres del siglo XX, a aquellos que sufrieron el rigor de los golpes y el maltrato, quienes incluso fueron exportados como cargas al extranjero para ser aniquilados y torturados en una fría hermandad militar entre países como Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Brasil y Chile.
La Operación Cóndor, la trasnacional de la tortura, requería del apoyo de Estados Unidos para mantener bajo control la “invasión” que sufría Latinoamérica en manos del marxismo, cuando en realidad los únicos invasores eran el consumismo y la apatía, el abuso de poder y la desconfianza, en manos de los serviles militares anti-institucionales, escondidos tras la política de la buena economía de los dictadores y sus expertos, apoyados una vez más por el gran Tío Sam.
Llenaron a nuestros padres con odio y temor, nos volvieron ciegos y sordos a la violencia para no estorbar, se construyó una falsa democracia para que “vivamos felices”, olvidando que aun quedan nombres en extensas listas, que aun hay padres, abuelos, hermanos e hijos buscando a sus familiares, historias que no han encontrado ni justicia ni fin en esta dulce patria. Desde entonces, Chile se ha llenado de imágenes de la resistencia, y aun así pareciera ser una sociedad anestesiada por los últimos índices económicos y el progreso, con la festividad que el mercado imponga, “el día de…” y las ofertas nocturnas de algún mall. Pero se ofenden con los montajes que la prensa internacional denuncia, con las tragedias y las muertes en guerras de países petroleros. Las imágenes de la violencia no sólo retratadas en actos mortales en sí mismos, la violencia que ya no es percibida como tal sino como costumbre, como vida diaria.
En medio del dolor que guarda la memoria, los sobrevivientes de la dictadura recuerdan con cariño aquellas esperanzas que los ayudaron a vivir en la oscuridad. Describen a sus compañeros, sus hijos, amigos y parientes, mártires quienes no contaron con la suerte que ellos describen. Testimonios de vida, historias para creer nuevamente en la humanidad, en la capacidad de resistir a la tempestad y poner el hombro, contar aquello que por mucho tiempo nos negaron y conocer la historia de un país que se empeña en olvidar. Películas como ésta nos aterriza en la realidad, en aquella que se esconde tras las múltiples políticas de la reconstrucción, en la que queda estigmatizada para las conmemoraciones televisivas del 11 de Septiembre, sin reconocer que desde esa fecha el país dejó de ser el mismo, que no recuperamos la democracia sino que la disfrazamos para engañarnos una y otra vez. La historia de sus vidas, sus testimonios, nos permite entender el presente que construimos día a día, el sentido de la realidad que no es la película en sí misma, pero que se deja ver a través de su construcción fílmica.
Pero también nos enseña a celebrar la vida, los logros de aquellos que luchan por años en la búsqueda de sus familiares, quienes prestan sus testimonios para resguardarlos y despertar a otros, sacarlos de la anestesia en la que permanecen a diario entre el consumo y el individualismo promulgado por el desarrollo y la post-modernidad. Tener más cineastas como Pedro Chaskel, más artistas exaltados por la injusticia y la indignación, pero que a su vez logren rescatar la admiración y el entusiasmo, descubrir una vez más en cada obra, el rescate de la memoria y la humanidad.
“(…) Sabemos lo que es vivir en una sociedad sometida a un clima de miedo permanente. Una sociedad en la que la justicia está solamente al servicio de los más poderosos. Una sociedad en la que las instituciones destinadas a la defensa de la población se convierten a la vez en verdugos de esta misma (…) Me resisto a aceptar que estemos viviendo frente una fachada democrática tras la cual se oculta un estado que empieza a mostrar esos conocidos síntomas del pasado.” [1]
[1] Cita a Pedro Chaskel en el artículo “Unas pocas reflexiones”, escrita por Pedro Chaskel para el sitio Trac Araucanía AG. De la Asociación Gremial de Trabajadores del Audiovisual y Cine de la Araucanía.