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Funny Games o la vacilación del fantasma

Por: Tomas Vergara / 16 de noviembre, 2019

El filósofo Slavoj Žižek en El sublime objeto de la ideología (1989) explica el fenómeno de la identificación a partir de un circuito entre dos tipos: identificación imaginaria e identificación simbólica. Por una parte, la primera identificación es representada en el yo ideal o Idealich (abreviado i(a)) y posee un carácter “constituido”, es decir, es la identificación con la imagen que nos gustaría ser (‘imagen amable de mí mismo’). Por otra parte, la segunda identificación es representada en la agencia del ideal del yo o Ich-Ideal (abreviado I(A)) como una identificación “constitutiva”, es decir, con el lugar desde el que el sujeto es observado. Entonces, la identidad de cada sujeto es construida por un cruzamiento, entre imagen especular y la potencialidad de exhibición de ciertos rasgos de esta, pero ¿cuáles rasgos?

En la fórmula lacaniana, ‘I’ representa los rasgos, características significantes, que provienen del gran Otro (representado, a su vez, por la letra de Autre) en el orden simbólico (146). Se trata de cómo estos rasgos determinantes asumen una forma concreta por medio de la fórmula lacaniana “un significante representa a un sujeto para otro significante” (Miller citado en El sublime 146). Tomaré un ejemplo simple de la película Funny Games (Michael Haneke, 1997), la escena de los huevos: la sra. Berlingue y su familia, se acomodan en su casa de verano. De pronto, llega un extraño amable y tímido al lugar, Peter, quien, en nombre de unos vecinos aledaños, Fred y Eva, pide unos cuantos huevos para ayudar en el almuerzo de estos. No obstante, todo sale mal, aparentemente Peter es muy torpe. Rompe los huevos tres veces (“lo siento”, “usted es muy amable por entender”), y echa el teléfono de la familia al agua. Naturalmente, Anna (la sra. Berlinguer) progresivamente se enfada y le ordena salir de la casa. Paul, el otro extraño, entra en escena. Actúa ante Anna como si desconcertado no entendiera la situación y vuelve a pedir los huevos: “dele los huevos a Tom y no molestaremos más… se lo contaremos a Fred y Eva. Sinceramente, nunca me había pasado algo así ¿y a ti Tom?”[1]. ¿Cómo Paul logra entrar a la casa y manipular a la familia Berlinguer al comienzo de la película? Pues él es consciente de que los significantes vecino amable representan a la sra. Berlinguer para los significantes Fred Eva. De este modo, se origina un encadenamiento de los significantes— la cadena significante— por medio del lenguaje del Otro, adquiriendo la forma de un nombre reconocible o un mandato que es tomado a cargo o designado por este Otro (‘yo soy Anna, soy adulta, soy actriz, etc.’) (El Sublime 146). Y únicamente en la medida que exista esta cadena simbólica, puede haber represión. Pero ¿quién observa y designa?

Claramente esta función es del gran Otro (A) y, por tanto, la identificación simbólica consiste en la identificación con el lugar desde el que soy observado, desde el que nos miramos a modo que nos resultamos dignos de esa amabilidad, dignos de amor (147). Žižek destaca que no hay que pasar por alto el vínculo entre ambas identificaciones, porque cuando ocurre la identificación imaginaria siempre es en nombre de una cierta mirada del Otro, es decir, siempre implica una subordinación a la identificación simbólica (151). La brecha entre el modo en que me veo y el punto desde el que estoy siendo observado para parecerme (o reconocerme) amable es crucial para entender los fenómenos de la neurosis —tanto obsesiva como histérica—. Podríamos decir que la identificación imaginaria imita a otro en el nivel de la similitud, un modelo a imitar (nos identificamos con la imagen del otro en la medida que somos como él); en tanto que en la identificación simbólica nos identificamos con el otro en un punto en el que es inimitable (y sólo se logra asumir por medio de un rol, un mandato o un papel) (152).

Entonces, la pregunta crucial que Žižek extrae del psicoanálisis y coloca en el paradigma cinematográfico es ¿para quién actúa ese papel? ¿cuál es la mirada (del Otro) que se tiene en cuenta cuando el sujeto se identifica con una determinada imagen? (148); en otras palabras, ¿cuál es la identificación simbólica que sostiene la identificación imaginaria? Žižek analiza en su libro, ejemplificando la propuesta de Eisenstein sobre el cine paródico de Chaplin. Básicamente identifica un rasgo esencial: “una actitud depravada, sádica, humillante, con los niños (…) se les molesta, se burlan de ellos, se ríen de su fracaso” (149). Luego se pregunta: “¿desde dónde hemos de mirar a los niños para que nos parezcan objetos a los que molestar y burlarnos de ellos, y no frágiles criaturas que necesitan protección? La respuesta es, por supuesto, la mirada de los propios niños” (149). De este modo, el cine de Chaplin identifica simbólicamente al espectador con el sadismo infantil, reconduciendo su identificación imaginaria de adulto-espectador.

En consecuencia, la pregunta que formulamos es ¿cómo la película austríaca Funny Games identifica simbólicamente al espectador cinematográfico para sostener o destruir la identificación imaginaria de este en su inserción a la película? Lo primero que podría responderse es que, al menos, es identificado imaginariamente como voyeurista, que necesariamente “imita” el ritual de espectador: se cree espectador que ve una historia, un conflicto. Entonces, es necesario introducir uno de los conceptos clave para el psicoanálisis: la fantasía. Sigmund Freud describe la fantasía como un sueño diurno, sueño por lo íntimo y vergonzoso de su contenido, es decir, originado en las pulsiones de un deseo insatisfecho (130).  Mientras que Jacques Rancière en “La verdad por la ventana…” analiza la fantasía freudiana como una indistinción entre “la vida ordinaria y lo extraordinario del sueño” (220), es decir, ambos coinciden en que aparece como elemento, que distancia al sujeto de una Verdad propia del mundo, “lo irreal”—de los sueños—, es decir, el inconsciente freudiano.

La primera escena de Funny Games introduce al espectador en la fantasía de las vacaciones ‘perfectas’ de una familia burguesa desde un plano en picado, lo que Žižek denomina un plano de Dios. Este plano, según el autor, aparenta transparencia y objetividad (34), generando una sensación de seguridad en el espectador (‘veo todo desde arriba, no se me oculta nada a la vista’). En esta, acompañada de la melodía de Tebaldi, se filma un pequeño auto avanzando por la carretera. Los personajes juegan a adivinar la canción que se escucha y, por tanto, entendemos que el sonido pertenece al orden interior del relato (sonido intradiegético). Lo curioso es que las tomas al interior del auto no filman a las personas como tal, sino más bien los objetos en este: los discos, la radio, sus manos; Haneke enfatiza las acciones e intenciones entre individuos. En la fantasía, los objetos toman un significado importante: el auto avanza entre un hermoso paisaje cargando un bote. Y cuando por fin la cámara, frente al auto, exhibe a la familia (sin que ninguno observe la cámara), la música diegética se corta e irrumpe una música extradiegética violenta de la banda neoyorkina Naked City. En la lógica actual de las sociedades capitalistas, se enseña y cree comúnmente que la fantasía opera en el nivel de este elemento extradiegético disruptivo que “deforma” la realidad, esto es, el razonamiento de: ‘el director crea la ilusión de que esta realidad bella e inocente se torne violenta’—de manera similar a como experimenta Kuleshov[2] en el cine. No obstante, la teoría lacaniana nos enseña que la fantasía opera de manera opuesta, es decir, precisamente por vía de esos elementos que permiten la construcción fantasiosa de una familia burguesa tranquila y objetivada. No obstante, cuando por fin observamos a los sujetos, la magia de la fantasía se deshace: el marco fantasmático de la película y sus objetos materiales al ritmo de Tebaldi o Gigli se vuelve un ruidoso grindcore que incomoda al espectador. De esto se trata la película: una familia adinerada en vacaciones fantaseadas. De pronto, su casa es invadida por la llegada de unos “extraños”, Peter y Paul, quienes terminan por destruir lentamente la fantasía tanto de los sujetos como del espectador.

Rancière agrega el concepto de “marco” o “ventana” a la fantasía freudiana, que determina el distanciamiento del contenido de sueño y fantaseo (un afuera de la fantasía). Permite al espectador permanecer seguro—externo— ante la exposición directa del contenido. Este marco claramente coincide con la formulación lacaniana de la fantasía descrita como una suerte de velo. Lacan en la novena clase “La función del Velo” del seminario IV afirma que lo que se ama en el objeto de amor es algo más allá, que, a su vez, es nada y remite a ella por medio de su propia manera simbólica de estar ahí. De este modo, El velo cobra su valor, su ser y consistencia, precisamente porque este se proyecta y se imagina como ausencia que, a su vez, sustenta cierta ilusión fundamental en todas las relaciones atravesadas por el deseo (157). Por tanto, Su función es proyectar el objeto, causa de deseo, pero en una posición intermedia. Acá hay que hacer una distinción importante, el amor fetichista se transfiere mediante una metáfora al deseo, que se agarra al objeto ilusoriamente; mientras que el objeto, denominado objet petit a por Lacan, se constituye metonímicamente, es decir, remite a cierto punto de detención en la cadena, un punto determinado en la historia del sujeto. Parafraseando un poco las cuestiones que guían el seminario, ¿por qué para el sujeto el velo es más precioso que la realidad? ¿Por qué esta relación ilusoria se convierte en la esencial constitutiva y necesaria, de su relación con el objeto pequeño?

Haneke construye una desintegración progresiva y lenta de la fantasía del espectador al subrayar o, más bien, ofrecer perversamente ciertas posibilidades de retorno (esperanza) a la fantasía por medio de determinados objetos (teléfono, vecinos, escopeta, auto, etc.). Tal vez la más destacable y persistente de ellas es la más evidente: el cuchillo de cocina. El hijo de la familia Berlinguer es fundamental en la identificación de los personajes y el espectador: en la escena previa a la de los huevos, el niño pide un cuchillo a su madre y luego se detiene inoportunamente, “mamá, hay un extraño en la puerta”[3]. Lleva el cuchillo donde su padre, quien se encuentra en la orilla del lago instalando el bote. Ocurre, entonces, la discusión entre los extraños—los actores Arno Frisch y Frank Giering— y Anna —la actriz Susanne Lothar—. Paul extrae un palo de golf para “catarlo”, saliendo de escena. La cámara nos arroja a la subjetividad del sr. George, quien, junto a su hijo, escuchan los múltiples ladridos de su perro y de pronto un aullido de dolor. Se intuye que algo malo pasará. George exclama: “voy a mirar”[4] y suelta el cuchillo. La cámara, por medio de un primer plano, filma los pies del actor Ulrich Mühe, atravesando la cubierta del bote y destaca cómo estos dejan caer el cuchillo fuera del encuadre. ¿No es esta escena sinónimo de una insistencia perversa del director? La trama continúa y el espectador se olvida de este elemento, sin embargo, al final de la película, toda la familia ha muerto excepto Anna. Ella amordazada, es posicionada por Paul y Peter en el bote para ser arrojada en el lago. Mientras los chicos conversan, ella observa, por medio de un primer plano—junto al espectador—, el cuchillo que ha cogido. Intenta desatarse desesperada, pero Paul la observa y comenta: “esa sí es una actitud deportiva”[5]. Le arrebatan el cuchillo y lo lanzan al agua. ¿No es esta identificación fantasmática del espectador lo que permite, tanto a los actores como al director, hacer continuar la ilusión de este “juego” sádico?

El marco de la fantasía en Funny Games es, entonces, representado para el espectador por esta ventana velo reproducido por el encuadre cinematográfico en tanto que, implica un distanciamiento respeto a la diégesis (nivel en donde se encuentran los personajes interpretados). Y establece cierta relación con los elementos internos —la música, por ejemplo— que, a su vez, cumplen un lugar específico en la trama fantaseada. En el capítulo “más allá de la identificación”, Žižek explica que en la teoría lacaniana el mandato o rol del Otro es asumido por el sujeto como una contradicción implicada en la pregunta histérica “¿che vuoi?” (“¿qué quieres [de mí]?”). En este sentido, el mandato (espectador, actor, papá, esposo, hija, víctima, etc.) responde a la intención enigmática del Otro (‘me dices esto, pero ¿qué quiere decir?’, ‘¿qué es lo que quieres o ves en mí que hace que sea esposo o víctima?’). Esta incógnita se traduce en un vacío o apertura en el deseo del Otro, una interpelación a la inclusión en el orden simbólico (‘sé tal persona con tales rasgos’) que falla en el proceso (‘¿por qué debo asumir ser esto?’). En este momento, la respuesta tapa o rellena la apertura de la “falla” mediante un argumento imaginario que mantiene abierta la brecha entre pregunta y lo que “hay en el sujeto más allá del sujeto” (159); precisamente, esta respuesta corresponde a la fantasía misma. De este modo, Žižek explica “la paradoja de la fantasía”: además de brindar una respuesta evasora, proporciona las coordenadas de nuestro deseo —las que construye el marco que nos permite desear algo— (163), formalizado en el matema ($ <> a) donde ‘$’ corresponde al sujeto en falta, sujeto de deseo y ‘a’ a un resto, el pequeño objeto a, causa de su deseo. Pero ¿cómo un objeto comienza a contener algo X que provoca la fascinación de nuestro deseo? Un objeto determinado solo puede ser deseado en la medida que entra en las coordenadas del marco (los paréntesis del matema) o, como ya he señalado, el velo, esto es, su dimensión “positiva” en tanto que genera satisfacción al sujeto. Sin embargo, esta paradoja permite un fenómeno desde otra dimensión: “la negativa”. Cuando un objeto se aproxima demasiado a los rasgos distintivos de cierta Cosa, normalmente escaparan a los rasgos reductivos de su marco de la fantasía, entonces, el objeto se vuelve asfixiante, traumático (165); es decir, ocurre una aparición desprotegida y directa de la Cosa (que podría, por ahora, ser relacionado con la ‘a’ del matema), sin una mediación simbólica y, por esta razón, en el funcionamiento de la fantasía, la palabra mata la Cosa.

En la película, la fantasía opera principalmente desde esta dimensión negativa. Primero, la realidad de los personajes es desintegrada con la intrusión de los sujetos externos, que ingresan a su espacio de veraneo idealizado. La fantasía de la película se torna una fantasía sádica, en el sentido, en que como espectadores (nosotros) podemos seguir en el circuito de identificación —mientras vemos el sufrimiento ajeno—, dando respuesta al enigma del Otro, en tanto esta respuesta se mantenga en el cuadro determinado de la película (‘se trata de una ficción en la que los personajes pueden escapar’, ‘me están mostrando este sadismo perverso con el fin de reflexionar sobre lo malo que es’, etc.). No obstante, hay un gesto que desdibuja este límite de la ventana, levanta el velo, un guiño que provoca al espectador un abrupto rechazo: la mirada de Arno Frisch. Es en este momento cuando el espectador realmente se integra al film, cae preso en la mirada de su actuación en la que se rompe la llamada comúnmente “cuarta pared”, la ventana misma que distancia al espectador con lo intradiegético, identificándolo en el lugar extradiegético. Es decir, para la audiencia, en este punto, el marco del deseo ya no opera como soporte, sino que desaparece momentáneamente, es más, con ello, es el deseo el que vacila momentáneamente para tornarse en angustia.

De algún modo, lo que observamos en el cuadro cinematográfico se torna demasiado cercano a lo Real de la ficción, entendiendo lo Real como un registro no fenomenológico (cruzado por el simbólico e imaginario) que supone un “sin ley, está desprovisto de sentido, no tiene orden, no se une a nada, se opone a lo verdadero como el ser” y únicamente se presenta bajo una especie “trozos de Real” (Morel 203)—lo que particularmente interesa de este Real es el objeto en el matema del fantasma—. Dicho de otro modo, nos volvemos demasiado cercanos a la Cosa-Actor, determinada antes por las coordenadas irreales o rasgos esenciales de quien interpreta este papel en el cine (‘sabemos que es consciente que actúa para nosotros, pero confiamos en que no lo evidencie’). Así, la identificación simbólica con el voyeurista sádico freudiano es destruida cuando el actor, por vías de su mirada, deja de ser objeto de nuestro deseo (‘es capaz de interpelarnos con los ojos’). ¿Dónde se encuentra ahora? mediante este proceso, el actor se posiciona en un lugar que representa una voluntad del Otro, controlando los límites del cuadro de nuestra fantasía que, a su vez, son disueltos pues pasamos a ser el objeto de su actuación, de modo similar a como ocurre con el espectáculo pornográfico (‘nosotros somos el destino del goce perverso de los actores’) (Todo lo que usted 35), actuamos de espectadores en el film, para su propia actuación. Por eso la mirada de la Cosa-Actor —la mirada de la Cosa— produce ese efecto angustiante, pues nos arroja al interior del contenido fantaseado, al otro lado de la ventana ya rota de Rancière, el lugar de los lobos en el caso el Hombre de los Lobos (1918) de Freud, no existen distancias, ni escudos (relación dada como $<>a donde el cuadro ha desaparecido). Cuando en The Pervert’s Guide to Cinema Žižek define “la mirada de la fantasía” como aquel ángulo oscuro, punto ciego, desde donde el objeto observado nos devuelve la mirada, apunta a este momento donde vacila el soporte fantasmático de la fantasía. Es entonces que, interpelados por la mirada del sujeto hanekeano, la insoportable mirada que juzga, pero que también goza de nuestra incomodidad y culpa, de nuestra vergonzosa actuación de espectadores, es desvelada. Pero no basta con mirar al espectador y lo interpela por vías de la pregunta sobre su deseo: “¿quieres que siga?”[6] (‘¿deseas mi goce obsceno?’, ‘¿por qué lo miras?’); que corresponde al mismo modo de identificación utilizado contra la familia Berlinguer (‘sí, te golpeé, pero ¿entiendes que no me dejaste opción?’, ‘¿entiendes que fue tu deseo y no el mío?’).

Entonces, el espectador se identifica simbólicamente no como voyeuristas, sino como cómplices o rehenes de su goce. En esto radica, según Žižek, la diferencia entre la concepción freudiana y lacaniana de la perversión: en Lacan, el perverso no es un sujeto absoluto que usurpa el derecho a disponer sin restricciones del cuerpo del otro (fórmula freudiana) sino, más bien, un sujeto que se posiciona en el lugar de objeto-instrumento, pero no con el objetivo de su propio placer, por el contrario, para el goce del Otro—el espectador como ‘$’, sujeto escindido— (35). Por tanto, la fantasía no tiene lugar alguno en el perverso, motivo por el cual el matema de la perversión se define por medio de la inversión del fantasma: a>$; nosotros espectadores, somos divididos por el goce desvelado de los actores quienes se “objetualizan” en función de dicho goce desesperante.

Obras citadas

Žižek, Slavoj. “Identidad”, El sublime objeto de la ideología. México: Siglo veintiuno      editores, 1992.

—————-. “El corte hitchcockiano: pornografía, nostalgia, montaje”, Todo lo que usted         siempre quiso saber sobre Lacan y nunca se atrevió a preguntarle a Hitchcock.                Argentina: Manantial ediciones, 2013.

Freud, Sigmund. “El creador literario y el fantaseo”. 1908. Obras completas. Tomo IX, Tr.         José L. Etcheverry. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1992.

Lacan, Jacques. “La función del Velo”, Seminario IV: La relación de objeto. Argentina: Paidós,             2001.

Rancière, Jacques. “La verdad por la ventana. Verdad literaria, verdad freudiana”, Política           de la literatura.  Argentina: Libros de Zoral ediciones, 2011.

Morel, Geneviève. La ley de la madre. Santiago: Fondo de cultura económico ediciones, 2012.

Haneke, Michael. Funny Games. Película, 1997.

Fiennes, Sophie. The Pervert’s Guide to Cinema. Documental, 2006.

Scorsese, Martin. A personal journey through american movies. Documental, 1995.

[1] Citado de la película.

[2] El efecto Kuleshov es un concepto creado por la escuela soviética de cine en la década de 1920. Hitchcock, en una entrevista de Fletcher Markle (1964), explica el “efecto Kuleshov” como la utilización del montaje para modificar las ideas que expresan los elementos o personajes en la pantalla, es decir, interpela con la identificación del espectador. La escena de un hombre sonriendo puede ser interpretada como la de un sujeto ‘amable’ o bondadoso’ si el plano que le sigue a este es el de una mujer cuidando a su bebé (él siempre observa algo). Pero este sujeto puede también ser interpretado como ‘depravado’ si el siguiente plano ya no es la mujer cuidando un bebé sino una mujer desnudándose.

[3] Citado de la película.

[4] Citado de la película.

[5] Citado de la película.

[6] Citado de la película.

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Sobre el documental, la ficción y la ausencia de héroe en la Nouvelle Vague

Por: Rocío Cárdenas Wuth / 16 de noviembre / 2019

La Nouvelle Vague es una de las corrientes cinematográficas que ha estremecido las bases del cine, trastocando ciertos valores que, por décadas, la academia impuso como cánones ideales del cine[1]. Este, es un movimiento francés está articulado, principalmente, por dos jóvenes escritores y cineastas: Jean-Luc Godard y Françoise Truffaut. En este sentido, el presente ensayo intenta abordar dos aspectos fundamentales que edifican las bases de dicha corriente en marco de las producciones cinematográficas de ambos autores. Por un lado, se analiza el lenguaje cinematográfico, que transita entre el documental y la ficción―al tiempo que los tensiona― y, por otro, se evidencia la ausencia de personaje-héroe durante toda la trama. Estas dos características terminarán por entregar una aproximación al sello personal de cada autor, es decir, son pistas que develan la “relación dicotómica” de sus propósitos individuales. El corpus de este trabajo consta de dos de las películas más representativas del movimiento: Les Quatre Cents Coups (1959) de Truffaut y A Bout de Souffle (1960) de Godard.

En primer lugar, es importante considerar el agitado ambiente social que rodea el contexto de la Nouvelle Vague en Francia, a mediados del siglo XX. El término de dos guerras mundiales y la inestabilidad que trae como consecuencia el conflicto bélico, motiva en algunas personas sentimientos de renovación y ruptura en respuesta a la crisis de valores y principios. Particularmente, en Godard y Truffaut, las circunstancias histórico-sociales los inducen a desestabilizar y contrariar la tradición cinematográfica que se había gestado hasta entonces. De este modo, introdujeron al cine nuevos personajes y tópicos, técnicas y rodajes: deseaban impregnar en sus obras temáticas atingentes a su tiempo como la juventud y la bohemia, los paisajes bajos, la vida en la urbe, así como también naturalizar la filmación de películas fuera de los estudios profesionales y así escapar al aparente realismo del rodaje. Este ímpetu es el que logra imponerse en Les Quatre Cents Coups A Bout de Souffle.

En segundo lugar, y en relación al quiebre del canon imperante en el cine, la Nouvelle Vague irrumpe con un cambio de paradigma en la histórica elección cinematográfica entre documental o ficción. La industria exigía optar por uno de los dos géneros, no obstante, en la Nueva Ola el dilema es erradicado: se deben tensionar ambas propuestas. El teórico de cine español Domènec Font, en Jean-Luc Godard y el documental (2001), se refiere a ello como la “cualidad de doble dimensión del cine”, afirmando que el movimiento “pretende  reflejar fragmentos de vida y trabajar los códigos, transitar entre la realidad y la puesta en escena reduciendo la tensión entre estos dos universos y al propio tiempo mostrando el carácter artificioso de ambos” (Font 95) o, en otras palabras, promover la comunicación entre ambos extremos del paradigma cinematográfico―documental y ficción―. En términos prácticos, la trama de Le Quatre Cents Coups manifiesta dicha tensión. En la película, se presenta la preadolescencia de Antoine Doinel en las calles de París. El chico vive con una familia más bien disfuncional, y su formación académica la realiza en un complejo educacional de hombres, estricto y autoritario. A grandes rasgos, la descripción se relaciona irremediablemente con la intención autobiográfica de Truffaut, lo que corresponde a la dimensión documental del film; sin embargo, el carácter ficcional se manifiesta de manera sutil en dos escenas en las que la narración transita entre ambos mundos, tensionándolos. Una de estas corresponde al momento en que Antoine y su compañero de clases Patrick Auffay asisten como espectadores a una obra de teatro infantil. Con un plano de conjunto, la cámara exhibe la audiencia de niñas y niños en el salón, estremecidos e inocentes, mientras observan el show de títeres―que representa una versión del cuento de la Caperucita Roja―. El conflicto se intensifica, pues el lobo ha agredido a Caperucita, la cámara recorre caritas horrorizadas, proyectando la imagen de aquellos espectadores ruidosos y angustiados. Naturalmente, la obra de teatro resuelve su conflicto: la protagonista logra vencer a su atacante gracias a la intervención de terceros y, como consecuencia, la satisfacción de los infantes es unánime. Una ingenua pero intensa catarsis que termina con el triunfo del bien sobre el mal. Ahora bien, paralelamente, las imágenes de la audiencia alternadas junto a la representación teatral son interrumpidas de pronto por un enfoque hacia Doinel y su acompañante quienes, desinteresadamente pero sin quitar sus ojos del espectáculo, planean en voz alta sus próximas aventuras. En otras palabras, Truffaut deja que la dimensión ficcional se haga presente al interior de la dimensión documental: la caótica triada de situaciones exhibidas (audiencia-obra-amigos) no es más que un gesto transgresor al canon cinematográfico. Por un lado, los niños han confundido la realidad con el show. Sus emociones auténticas y espontáneas se confunden con el artificio, tanto de la representación teatral como de la diégesis cinematográfica, esto es, el mismo film; una doble articulación de la ficción. Por otro lado, la charla de Doinel y Auffay tensiona la atmósfera teatral, pues ellos, un poco más grandes, saben distinguir la fantasía de la obra en oposición a la realidad, negándose a vivir la ilusa catarsis que experimentan los demás. A pesar de ello, los amigos no desprenden la mirada de los títeres: gesto irónico de la coexistencia de dos mundos, inocencia-madurez o ficción-documental. El contraste entre estos dos estilos es evidente, incluso incómodo.

Por su parte, la segunda escena guarda relación con el ocaso del film, momento en el que Antoine Doinel huye del reformatorio. El niño franquea las rejas de la cárcel y, una vez fuera, corre ininterrumpidamente hasta llegar a las faldas del mar. Con los zapatos mojados, Doinel quiebra la cuarta pared: se voltea y, con cierta vacilación, sorprende a la cámara para mirarla directamente. La imagen se congela y súbitamente se realiza un primer plano de su rostro. A propósito, el historiador de cine Ulrich Gregor, en Realidad o Fantasía: Surgimiento de las Contradicciones (1978), sostiene que “el realismo de la escena parece dejado de lado por un momento, y la imagen se transforma en metáfora” (Fischer 13). Pero, ¿metáfora de qué? Las técnicas cinematográficas introducidas en la nueva ola permiten, nuevamente, dialogar entre la dimensión documental y ficcional: el largo peregrinaje de Antoine hacia el mar, además de representar la infinita continuidad, la anhelada libertad e independencia, se configura como el pasaje idóneo para romper la fantasía cinematográfica, es el momento preciso para mirar a la cámara y desestabilizar el artificio, para descomponer los principios clásicos del cine y burlarse de los mismos. Como si fuera poco, la figura rupturista―esto es, quien desafía las leyes imperantes dentro de la diégesis del film―, es un simple niño, la incipiente vida.

Ahora bien, en À Bout de Souffle ocurre algo similar: la indistinción entre documental y ficción también se hace presente. En esta ocasión, el protagonista es Michel Poiccard, un adulto irreverente e intrépido que experimenta la vida bohemia en París. Básicamente, la trama consiste en la supervivencia del ladrón y su romance con Patricia Franchini, affaire que culmina con la muerte del hombre. Es preciso analizar este último acontecimiento porque es donde la tensión documental-ficción alcanza su punto más ilustrativo. Después de diversos problemas ilícitos, Patricia, eterna compañera y testigo de los artilugios de Michel, decide traicionarlo y delatarlo a la policía. Acto seguido, el cuadrante policial inicia la persecución contra el hampón. Mientras tanto, Michel, enterado de la deslealtad y fugitivo de la ley, se encuentra casualmente con Antonio Berutti, viejo conocido y personaje secundario, a quien le comenta lo que está sucediendo. Este le entrega dinero, no obstante, el protagonista lo rechaza. A continuación, la ruptura: Michel, con su tradicional cigarro en la boca, habla directamente a la cámara. Demandando a su audiencia y con un tono soberbio, comenta que está cansado y con sueño, para súbitamente retomar el papel dentro de la escena. Luego, por medio de imágenes caóticas, Berutti le facilita un arma y huye en su auto, pero Michel permanece allí. Inmediatamente, la policía se constituye en el lugar, disparándole a Michel y este, cual Antoine Doinel, emprende zigzagueante la fuga por la extensa calle, herido a bala en la espalda hasta desplomarse en una avenida. Trista Selous, crítica de la Nueva Ola Francesa, afirma, en relación a dicha escena, que:

The confusion thus creates is compounded by the lack of any establishing shot which might help to identify the position of the characters on the street. In this way the sequence of Michel and Beruti creates no clear sense of the space in which the action is taking place, thereby generating a more or less subliminal sense of disorientation and perhaps also frustration in the spectator (Selous 23)

Esto es, un desequilibrio entre lo que pareciera presentarse como un documental, y lo que en realidad es un artificio cinematográfico, un juego de imágenes y perspectivas erróneas. Asimismo, las tomas se muestran vertiginosamente, pues “each shot functions rather like a cartoon frame, showing a ‘moment’ which indicates the progress of the drama” (23). En otras palabras, la escena corresponde a un intento experimental de Godard, quien se burla de las reglas cinematográficas para introducir técnicas que no son propias del cine, sugiriendo la huida del protagonista como una tira de cartoon. Y, como si fuera poco, el film concluye con la extraña muerte de Michel, quien realiza gestos atípicos e inconsecuentes con la defunción: moribundo, fuma su último cigarrillo y se cierra los ojos con sus propias manos antes de morir. En su conjunto, la muerte del hombre se configura como un guiño paródico y caricaturesco de las muertes presentes en el mundo del cine, develando así la ficción que irrumpe la supuesta realidad. Selous explica la escena a partir de la tensión que provoca, pues, si bien se nutre de tendencias naturalistas, la muerte de Michel reniega el realismo y el naturalismo que aparenta ser―es decir, la dimensión documental―, ya que el objetivo de la Nueva Ola es, precisamente, difuminar las fronteras de la ficción y la realidad.

En suma, tanto Jean-Luc Godard como Françoise Truffaut no intentan esbozar un realismo cinematográfico, sino todo lo contrario: buscan demostrar la rigidez entre los dos estilos, enfatizando el carácter antinaturalista―y no realista― de sus propuestas; transgresión que vulnera todo tipo de principio tradicional y documental del cine. En la misma línea, Le Quatre Cents Coups y À Bout de Souffle convergen en otro punto, esto es, la ausencia de héroe[2] durante toda la trama. En el primero de los casos, respectivamente, se encuentra Antoine Doinel, protagonista, no héroe. Preadolescente reprimido por las máximas autoridades de su circunstancia: madre y escuela. Este film es el primer largometraje de Truffaut, y que, además, inaugura una serie de obras posteriores protagonizadas por el mismo actor, Jean-Pierre Léaud. En efecto, Le Quatre Cents Coups no es más que el inicio de un proyecto de vida. El investigador Sukhdev Sandhu, quien le dedica unas líneas en la revista New Statesman al film de Truffaut, argumenta que “It wasn’t a story, so much as a series of episodes that contained the rhythms of life, especially the rhythms of adolescence…” (Sandhu 44). Entonces, Françoise desearía plasmar la evolución de Antoine en términos de su desarrollo existencial: dentro de la ficción, documentar la vida misma. Es por esta razón que no se exploran cualidades y virtudes inherentes a los héroes, de hecho, un personaje-héroe sería inconsecuente con la propuesta de la Nouvelle Vague. Ulrich Gregor lleva esta afirmación a otro plano cuando advierte que “en las obras de Truffaut no aparecen héroes positivos o negativos, sino figuras cómicas. En realidad, todos sus personajes son en cierta forma cómicos en lo que respecta a su falta de adaptación a las circunstancias” (Fischer 9). Doinel intenta innumerables veces encontrar una vía de escape a las figuras autoritarias que lo esclavizan y reprimen, sin obtener resultados efectivos. De esta manera, el pequeño, junto a sus intentos dramáticos por evadir(se), logra el efecto cómico: la mentira sobre la muerte de su madre o el incendio del santuario improvisado en honor al novelista Honoré de Balzac[3], por ejemplo. En resumidas cuentas, la falta de héroe no es sino el reflejo de los principios transgresores que defiende Truffaut. Ahora bien, en À Bout de Souffle la ausencia de héroe se compensa con el antihéroe. Michel encarna los antivalores del ser humano. Incluso, el arquetipo que representa se encadena, generalmente, a los personajes típicos del film noir, puesto que su estilo de vida “is profoundly influenced by American popular culture. It is his infatuation with and imitation of the icons of Hollywood, as manifested in his gangster persona and his obsessive desire for ‘une Américaine,’ a car and, more especially, a woman, that bring about his death” (Selous 20). Michel es el ícono de rebeldía y bohemia, tanto así que él mismo se fabrica una cáscara doblemente temeraria, pues es “destroyed by the power of American popular culture’s imaginary world” (20), imagen de por sí abrumadora; el personaje disfrazado de personaje.

A lo recién expuesto se le puede criticar la noción de antihéroe utilizada para À Bout de Souffle, pues de cierta forma el concepto se encuentra dentro de la fórmula indisoluble del marco “héroe-antihéroe”. Sin embargo, Michel no es solo un antihéroe, sino más bien es el medio por el cual Godard logra romper con la tradición cinematográfica, otorgándole un sitial privilegiado a la vida moderna, junto a sus autos, edificios y contradicciones.

Finalmente, no se debe pasar por alto la relación entre Jean-Luc Godard y Françoise Truffaut. Durante muchos años, ambos forjaron una amistad que se vio truncada por los disímiles intereses artísticos de cada uno. El primero acusaba al otro de realizar un cine comercial, mientras que el segundo no veía por qué el cine rupturista debía ser incompatible con aquel. En consecuencia, los caminos de ambos cineastas se bifurcan. No obstante, la propuesta del auteur theory los uniría para siempre. Le Quatre Cents Coups y À Bout de Souffle comparten esta idea, pues abogan a que el autor del film posea la capacidad íntegra para significar, lo que incluye irremediablemente la libertad para plasmar en las obras un sello personal de propia identidad. Inmersos en la subjetividad y las apreciaciones individuales, las técnicas cinematográficas también eran manejadas por la teoría del autor: el uso de planos, el sonido y la fotografía eran elementos supervisados por las decisiones del director. Así y todo, Truffaut y Godard ejecutan dicha teoría de manera sustancialmente dicotómica: el primero se inclina hacia el cine autobiográfico, en el que la diégesis del film remite, de alguna u otra forma, a la existencia auténtica, a la intuición del corazón. En una entrevista dada a los medios de comunicación, el francés declara que el cine del futuro será un acto de amor; y sin quererlo, ya lo había estado haciendo en sus propias obras cuando el pequeño Antoine alcanza la orilla del mar como un gesto en que alcanza la libertad anhelada, al igual que la libertad cinematográfica que desea el propio Françoise. En cambio, el segundo pretende reformular las características de los héroes del film noir para articular, con gesto burlesco e irreverente, la muerte singular de su protagonista en medio de la ciudad. Asimismo, el caos provocado por las técnicas elípticas del montaje, además de la figura del antihéroe, se presentan―quizás― como una imagen especular del propio Godard en su rol de niño terrible del mundo cinematográfico.

Filmografía

Godard, Jean-Luc. À Bout de Souffle. La película (1960).

Truffaut, François. Le Quatre Cents Coups. La película (1959).

Obras Citadas

Fisher, Gregor, Ladiges, Prinzel. Truffaut. Buenos Aires: Editorial Kyrios, 1978. Impreso.

Font, Doménec. Jean-Luc Godard y el documental, Navegando entre dos aguas. Anàlisi, 2001, pp 91-100 (Artículo).

Sandhu, Sukhdev. Film as an act of love. New Statesman, April 2006, pp 44-46 (Artículo).

Selaus, Trista. Death of a Hero, Birth of a Cinema or Who or What is A bout de souffle?. L’Esprit Créateur, Volume 35, Number 4, Winter 1995, pp. 18-27 (Artículo).

[1] En líneas generales, la tradición cinematográfica disponía de un frío cálculo de todos los matices del film, el guión, actrices y actores que se ajusten a ello, distinción entre autor y director, etcétera.

[2] Con héroe me refiero simplemente a “persona ilustre y famosa por sus hazañas y virtudes”, definición adscrita a la RAE; todo ello con el fin de realizar una distinción entre los protagonistas de la Nouvelle Vague y los héroes individuales y/o colectivos de las tendencias cinematográficas previas.

[3]  Gesto irónico pues, en la literatura,el francés  Honoré de Balzac es uno de los representantes de la novela realista.

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Joker (2019): un análisis desde los cómics

Por: Javiera Cabello S. / 16 de Octubre, 2019

A CONTINUACIÓN SE VIENEN UN CHINGO DE SPOILERS. LEA BAJO SU PROPIO RIESGO.

Joker (2019) tiene claras referencias a cómics. Las más evidentes son “The Killing Joke” (TKJ de ahora en más), con la premisa de que solo hace falta un mal día para llevar a alguien hasta la locura y el relato de la vida del Joker antes de transformarse en villano; y “The Dark Knight Returns” (TDKR) con la entrevista del Joker en un programa televisivo. Sin embargo, también se encarga de crear su propio camino, con una historia un poco alejada de lo que hemos podido encontrar en cómics hasta ahora.

La película nos muestra la vida de Arthur Fleck antes de que se convirtiera en el Joker. Y su vida era como la de muchas otras personas: un hombre con un trabajo mal pagado y con un sueño por cumplir, en su caso la de convertirse en comediante. En el cómic TKJ (1988) se nos muestra a un hombre de carácter débil, angustiado por su inestabilidad económica y por lo difícil que le resulta hacerse cargo de su esposa embarazada. En la película vemos una personalidad similar, y en lugar de la esposa está la madre como carga económica y emocional. La relación que se muestra me recordó fuertemente a la del villano Pingüino con su propia madre en la serie “Gotham” (2014): la dependencia, el control emocional, la madre empleada que se involucra (o quizás no) con el empleador y el consiguiente conflicto con la figura paterna.

The Killing Joke de Alan Moore nos muestra el nacimiento del Joker

El villano Pingüino junto a su madre Gertrud Kapelput en la serie Gotham

Ahora, ¿solo a mí me parece que no puede ser coincidencia que escenas vitales se desarrollaran en el metro? Y no me refiero a alguna evidente metáfora de un viaje personal, sino a una referencia a una frase que Joker dice en el cómic The Killing Joke. Para que se entienda a cabalidad resumiré brevemente la historia de ese cómic: Joker secuestra al comisionado de policía James Gordon y lo lleva hasta un parque de diversiones abandonado en dónde lo tortura y luego lo amarra a un carro de la montaña rusa mientras le muestra gigantografías de su hija, Barbara Gordon (a.k.a Batgirl u Oráculo), luego de haberle disparado y violado.

En ese cómic, lo que buscaba Joker con esas aberrantes acciones era llevar al buen y centrado policía al límite de su cordura, demostrar que “sólo hace falta un mal día para sumir al hombre más cuerdo del mundo en la demencia”, frase que a su vez me parece es el leitmotiv de la película. Cuando en TKJ, Gordon un poco aturdido pregunta “¿Qué estoy haciendo acá?”, Joker le responde: “estás haciendo lo que cualquier hombre cuerdo en tus terribles circunstancias haría. Te estás volviendo loco”.

En el cómic, mientras el viaje en la montaña rusa empieza a cobrar velocidad, el Joker le grita a Gordon: “Así que cuando te veas atrapado en un tren de pensamientos desagradables, yendo hacia lugares de tu pasado donde los alaridos son insoportables, recuerda que siempre está la locura. La locura es la salida de emergencia”.

Viñeta de The Killing Joke (1988). El detective Gordon es apresado por los secuaces del Joker en un carro de la montaña rusa.

Viñeta de The Killing Joke (1988).

No es casualidad que el primer gran quiebre del tímido y tembloroso Arthur suceda en un carro de metro, y que entonces recurra a la locura como vía de escape de la seguidilla de situaciones violentas que había estado enfrentando. Como hombre cuerdo no podía encontrarle sentido a su vida, así que optó por la locura como forma razonable de encarar su futuro. Sobre todo, porque la violencia que le había tocado enfrentar era sumamente azarosa.

No hay explicación a que una pandilla de chicos le haya robado un miserable cartel y luego golpeado, no tiene sentido el abuso vivido en su niñez, tampoco el que corten con su tratamiento médico sin más y que finalmente entre tres tipos comenzaran a darle una paliza.

Tampoco es casualidad que sus primeros asesinatos los cometa vestido de payaso y no como Arthur. Empieza a configurarse el Joker: cuando los sinsentidos abundan, cuando la violencia se propaga como una pandemia y la sola existencia pasa a ser algo fortuito, la locura toma al fin las riendas de sus decisiones.

Después de ese triple asesinato los diarios festinan con comentarios y especulaciones. Los titulares incitan al pánico y rechazan, evidentemente, brindar algo de normalidad a la ya caótica ciudad de Gotham. A esta altura la referencia al cómic TKJ es abierta, Joker le grita a Gordon: “Cuando el mundo está lleno de dolor y todos los titulares aúllan desesperación, cuando todo es violación, hambre, guerra y la vida es vil… Hay algo que yo hago, un truquito que compartiré contigo, que siempre logra hacerme reír. Me vuelvo LOOOCO”. Y así mismo sucede en la película.

Viñeta de The Killing Joke (1988).

Después, tal y como sucede en The Dark Knigt Returns, hay un show televisivo que nos acompaña en el desarrollo de la historia. En ambos casos Joker es invitado principal, besa a una mujer anciana a la fuerza y comete un asesinato televisado. Y acá va la que creo es mi gran crítica a la película: esa conversación final con el entrevistador no estuvo a la altura de lo que implicaba el clímax del filme.

Viñeta de The Dark Knight Returns de Frank Mille. En ella el Joker está a punto de realizar su entrada al escenario del programa televisivo y se enfrenta con el telón de una manera llamativa, tal y como sucede en Joker (2019).

El ingreso del Joker -ya no existe Arthur- al plató era parte de la culminación de su viaje. Finalmente había aceptado su locura, y no solo eso, la había abrazado y celebrado con placer, sin embargo el diálogo que se desarrolla a continuación me resultó escuálido en comparación a lo que venía prometiendo la trama.

Para Arthur, enfrentarse con Murray Franklin no era como hablar con un presentador cualquiera, sino que implicaba enfrentarse casi con su figura paterna, una que se había burlado de él y lo había despreciado. Murray no s+olo había protagonizado la primera alucinación de la película, sino que Arthur lo había imaginado diciéndole que daría cualquier cosa por tener un hijo como él. Esa situación perfecta en la que podría haberse desvelado por completo la afligida psique del Joker, resultó en cambio en un escuálido intercambio sobre motivos, los males sociales y las personas ricas. Que sí que es verdad, pero me dejó con gusto a poco.

Punto aparte es la relación del Joker con las mujeres. En TV y cómics llevamos un par de décadas viéndolo ser cruel con Harley Quinn, abusando físicamente de ella a límites brutales, pero en esta película vemos cómo se relaciona Arthur con ellas. Cuando es la mamá, desde el sometimiento, cuando es un interés romántico, desde el acoso.

Me llamó mucho la atención cómo la película se centró en mostrar a la mamá como una mujer malvada, haciendo el hincapié en que ella, a raíz de problemas psiquiátricos, no fue capaz de defender a su hijo, por sobre el hombre que realmente golpeó y abusó del pequeño Arthur. De hecho, en todas las noticias que revisa Arthur en el expediente médico de su madre, se hace directa referencia a ella y no a su pareja perpetradora de los golpes, pero supongo que era necesario para el relato de la película dejar como catalizadora definitiva de la locura a la madre, para que al asesinarle se marcara el quiebre definitivo de Arthur-Niño al Joker-Adulto. Joker mata a sus progenitores (Madre y Murray Franklin como padre), el Joker renace así sin un pasado, sin una vida previa ni nada que lo conecte con ese tal Arthur Fleck.

Cuando ya casi al final de la película Joker es aclamado por la multitud y se revela un ejército de adoradores y seguidores, vemos que la ciudad se ha sumado al caos y la locura. En el cómic “Batman: The Man Who Laughs” (2005), luego de cometer un doble asesinato, Joker deja una frase en una pared: “Uno a uno oirán mi llamada, y esta horrorosa ciudad seguirá mi caída”. El Joker dejó un mensaje y Gotham lo tomó.

Viñeta “Batman: The Man Who Laughs” (2005).

Finalmente, la actuación de Joaquin Phoenix fue brutal. Tan descarnada que a ratos me era incómoda de ver. Sin embargo, creo que la trama tuvo un par de puntos flojos, y eso no le hace justicia a la excelente actuación del protagonista, además el final me pareció muy anticlimático. La película podría haber acabado en muchas de las escenas y creo que eligieron una de las menos buenas. No quiero extenderme en aspectos técnicos porque hay gente mucho más experta que yo, solo quería compartir un poco de mi reflexión en torno a lo que he leído en cómics.

La película me resultó perturbadora e incómoda. Más allá del “buena o mala”. De hecho, cuando terminó me dejó una sensación extraña. Creo que la siguiente frase que Joker le dice a Batman en TKJ es la que mejor refleja mi sentir post visionado:

“¿Por qué no puedes ver el lado gracioso?

¿Por qué no te estás riendo?”

Viñeta de The Killing Joke (1988).

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«Suspiria» desde «Blancanieves»: La creación de terror a través de los miedos infantiles

Por: María Victoria Rivas Kanelos / 06 de junio, 2019

En la actualidad se tiene la idea (por lo demás errónea) de que los cuentos infantiles deben ser historias felices, luminosas y benignas, que ayuden al niño en cuestión a tener una infancia alejada de los horrores del mundo real. Pues antaño no se concebía de esta forma. Es más, se tenía una concepción bastante distinta de lo que debía representar y enseñar un cuento. En las versiones más antiguas de los cuentos clásicos de nuestra cultura popular aún encontramos finales felices, pero a costa de pruebas perversas y miserables castigos para los malvados (y a veces terribles sacrificios por parte de los bondadosos).

Pese a que tradicionalmente se suelen asociar a la tradición escrita u oral, con el paso del tiempo la estructura narrativa del cuento no solo se aplicó de estas dos formas, sino que se pudo adaptar a los nuevos lenguajes que la tecnología (e inventiva) fue permitiendo crear. Respecto al ámbito cinematográfico, la animación resulta ser una de las técnicas predilectas para adaptar diferentes cuentos infantiles. Y, de entre estas adaptaciones, una de las más destacadas (y con razón) es la versión de Walt Disney de Blancanieves y los siete enanitos, filme que sentó las bases del posterior cine animado (tanto de Disney como otros estudios). Se trata de una adaptación del reconocido cuento de los hermanos Grimm, y si bien agrega ciertos elementos originales a la vez que elimina detalles innecesarios, logra mantener la estructura arquetípica que caracteriza a los cuentos pero desarrollados desde las herramientas propias de la cinematografía. Pese a ciertas restricciones, milagrosamente logra mantener la esencia dulce y a la vez siniestra de los cuentos de hadas de antaño.

Contando a Blancanieves, claramente las películas de la factoría Disney (amadas por algunos, vituperadas por otros) han resultado ser un referente sin límites no solo en la vida de los niños que crecieron con ellas, sino también en sus contemporáneos artistas audiovisuales que tuvieron el placer de contemplarlas y aprender de las mismas. Considerando toda la tradición siniestra que los cuentos adaptados por Disney arrastran, no es de extrañar que estas obras sirvieran también como inspiración para cineastas cuya temática predilecta era el terror. Sin ir más lejos, en el presente trabajo Blancanieves y los siete enanitos resultará una obra que nos permitirá comprender el tipo de terror instaurado en Suspiria, película italiana de Dario Argento, la cual bebe del legado de su predecesora en la medida que busca generar terror en base a los miedos de infancia del espectador, quien contemplando el físico de la protagonista y todas las peripecias que deberá sufrir, no podrá evitar asociarla con su propio recuerdo no solo del cuento, no solo de la película, sino de su propios temores infantiles. Y es que este director no solo nos presenta a una moderna Blancanieves en un entorno mucho más peligroso (y sin siete enanos que la salven), sino que utiliza varios recursos a su haber con el fin de «infantilizar» tanto a la protagonista como a su entorno, dándole al espectador una falsa seguridad que luego se verá truncada por los acontecimientos.

A lo anterior es preciso aclarar, sin embargo, que Blancanieves no sería la única referencia de Dario Argento al momento de realizar el filme junto a su esposa, y decir que fue el principal referente resultaría una afirmación demasiado arriesgada. Sin embargo, esta película animada se trata de una influencia explícita que permite dar más luces a uno de los objetivos que Argento perseguía en su obra (generar terror) y los medios con los cuales disponía, considerando sus antecedentes estéticos.

En primer lugar, es preciso establecer la noción del cuento y por qué Argento decide utilizar esta estructura como base principal para la configuración de la historia de Suspiria. De acuerdo con las características brindadas por la académica Regina Valdés, basándose a su vez en los estudios de Vladimir Propp, se puede considerar al cuento como un relato «cuya estructura puede ser considerada arquetípica» (19), estructura que se basa en una secuencia de sucesos que comienzan con la presentación de un espacio, la ruptura de un orden establecido, la aventura de un héroe o heroína para restablecer ese orden y, finalmente, la reparación y posterior desenlace. Sumado a esto, agrega que en la medida de que el cuento nos presenta mundo misteriosos y fantásticos, también podemos percibir en ellos una atmósfera sumamente real (19). He aquí lo siniestro de estos relatos que se nos presentan como misteriosos, pero a la vez cargados de un realismo que resulta inquietantemente familiar.

La estructura arquetípica del cuento se presenta tanto en la versión animada de Blancanieves como en Suspiria. En el caso de la última, el arquetipo no se conforma de inmediato pues los primeros minutos se presentan como una advertencia (no tanto para la protagonista sino para los mismos espectadores) del peligro que hay dentro de este espacio. Al comienzo, Suzy Bannion llega a la Academia de Friburgo una noche de tormenta y se topa con una joven que huye espantada del lugar y que posteriormente será cruelmente asesinada bajo extrañas circunstancias, no por un ser humano definido sino la misma residencia en la que se aloja. A la mañana siguiente, en un precioso día soleado, Suzy regresa a la Academia donde es cálidamente recibida por parte de la profesora y directora. Un gran contraste si consideramos lo acontecido apenas unas escenas antes. Es en este punto donde finalmente comienza a desarrollarse la estructura arquetípica del cuento, pues a partir de aquí se irán siguiendo sucesivamente diferentes acontecimientos que terminarán por revelar el oscuro secreto oculto en los interiores del, en apariencia, inocente internado de danza. Del mismo modo, la cotidianeidad de la Academia se presenta durante el día, momento en el que los estudiantes ensayan, conversan, salen a pasear al pueblo, entre otras actividades. El día correspondería a esta instancia que se nos hace tan real y familiar al corresponderse con nuestra propia rutina. Es en el escenario nocturno cuando los colores brillantes destacan más, dejando una sensación de falsedad rayando en lo onírico, y donde se despliegan las artes malignas desde el corazón de esta casa maldita, todo acompañado de una inquietante música de fondo que le suma misticismo a una trama de por si cargada con lo sobrenatural. La estructura del cuento sirve, entonces, como medio de contraste que permite realzar los momentos de espanto, ya que se nos va rompiendo el espacio seguro que durante el día se nos habría presentado. La Academia de danza no es un lugar confiable. Algo terrible esconde dentro de sí, como se nos sugirió al comienzo con el asesinato de la primera joven y su amiga.

Deteniéndonos un momento en la configuración del internado como estructura física, y considerando la clasificación de casas malditas dada por Angel Gomez Rivero, la Academia correspondería a una casa encantada por presencias sobrenaturales. En este caso, la presencia estaría encarnada en la bruja Helena Markos, quien incluso muerta resulta ser la guía del aquelarre de brujas conformado por el equipo docente de la Academia. La presencia de las brujas no es casual y corresponde un gran punto de equivalencia entre ambas películas. En Blancanieves tenemos una reina cuya maldad no solo se sustenta en sus celos desmedidos, sino también en su conocimiento de la magia oscura. En Suspiria, también tenemos una bruja que, además, es llamada «reina» al poseer un grado de conocimiento más alto que el resto del aquelarre. Eso sí, la «Reina Negra» de Argento no solo puede mantenerse viva dentro de un cuerpo en descomposición, sino que también es capaz de manipular el entorno en el cual se encuentra e incluso los exteriores, tal es su poder. La reina de Blancanieves solo podía transformarse, y a partir de ahí desplazarse hasta llegar a la casa donde se oculta su hijastra. Detalles aparte, la equivalencia existe y permite subrayar aún más las referencias al arquetipo de los cuentos, empleando recursos comunes dentro de ellos.

La Academia de danza guarda este malvado secreto sobrenatural que rompe con la cotidianeidad del relato. Esta ruptura de la realidad debe ser restablecida por la jovencita buena y pura que contrasta con la esencia maligna subyacente de este lugar. De esta manera, Suzy es la joven que sin quererlo cae en manos de la trampa malvada de la reina de las brujas, pero a diferencia de Blancanieves, se le enfrenta y la mata, terminando así con esa pesadilla en una noche de tormenta idéntica a la de cuando llegó. La beldad termina por derrotar a la maldad, arquetipo presente en los cuentos (cumpliendo siempre esta finalidad moralizante) que puede identificarse como un recurso de «polaridad», según el cual «Los villanos suelen ser perversos hasta extremos exagerados, hecho que justifica con frecuencia un castigo de crueldad pareja» (Trashorras, 383). La Reina Malvada cae de un barranco en una tormenta luego de la persecución de los enanos, y las brujas de la Academia de Friburgo mueren en un incendio, nuevamente asediado por una tormenta que pone fin a la película. Su maldad alcanza un límite, y al alcanzarlo debe ser destruido de manera equivalente al mal que provocaron en un principio.

Por otra parte, y retomando la adaptación animada, Blancanieves no solo tiene una gran influencia en los relatos e ilustraciones infantiles de los cuentos europeos, sino que también presenta rasgos expresionistas que sirven como acento de las escenas en las cuales los personajes sufren, se transforman o enfurecen. El escenario de la acción se encuentra intrínsecamente unido con la forma particular en la que los personajes participan en este entorno, de manera que las escenas terroríficas no se verán dulcificadas, sino que, al contrario, buscarán expresar la interioridad del personaje. Sin ir más lejos, cuando Blancanieves huye hacia el bosque es acosada por monstruos, ojos y manos esqueléticas, que resultan no ser nada más que su conmocionada imaginación. Después, mucho más calmada, el bosque oscuro y amenazante es reemplazado por una arboleda verde iluminada por leves rayos de sol, un espacio que no es de temer. Esta idea se presenta en la también destacable escena de la Reina Malvada preparando su poción maldita, convirtiéndose en una horrorosa anciana. Esta escena se encuentra plasmada de sombras retorcidas, giros de cámara, difuminaciones, y colores febriles. Pese a la explícita influencia expresionista, los animadores no ven necesario cubrirlo con una estética en blanco y negro ya que el color resulta ser sumamente evocador, en la medida que se corresponde con la sensación de ensueño y metamorfosis sufridas por la reina malvada. En definitiva, mediante la materialización de los temores de la joven y la transformación de la Reina, podemos comprender la interioridad de los personajes y cómo estos reaccionan ante los diferentes estímulos de su entorno, siendo el color un elemento clave para la evocación de la psicología de los personajes.

El espectro cromático anterior es retomado en Suspiria, que emplea estos colores no solamente para realizar una referencia, sino también como una forma de distinción con el mundo real con el «fantástico». Mientras que durante el día (mundo real) el espacio se encuentra iluminado con luz natural, durante la noche (mundo «fantástico») la artificialidad de los colores (que parecen ser de neón) queda plenamente patente, creando así una atmósfera anti naturalista, a la vez que proyecta un ambiente casi de sueño para las jóvenes que se adentran a este mundo misterioso (y del que no lograrán salir bien paradas). Respecto a ello, resulta relevante considerar que Argento suele preferir las escenas de noche para producir ese aspecto fantasioso y onírico. En palabras de Savater, «Este cineasta de la intensidad ama la expresividad supra argumental de los colores y por ello gusta rodar de noche gran parte de sus películas. La noche es la más sublime escuela del color […]» (12), por ello la noche resulta el escenario idóneo para representar las escenas más notables y reveladores de la película. De esta forma, el ambiente adquiere un rol preponderante y son los personajes los que se encuentran a merced de este. La función cromática cumple una función para que el mismo espectador logre ubicarse dentro de la historia e identificar estos niveles de abstracción presentes en la trama.

Finalmente, aun cuando el espacio resulta ser una entidad que permite identificar las diferentes nociones expresionistas, este también se encuentra a merced de las emociones y subjetividades de los personajes. Dario Argento utiliza el modelo de los cuentos para hacernos sentir confortables y, así, lastimarnos aún más conforme van pasando las situaciones truculentas y los constantes asesinatos que nos conducirán a la terrible revelación final. Sin embargo, la estructura que sigue y los medios en los que se basa para conseguirlo (música, espacio, colores, polaridad de los personajes) no solo buscan demostrar la reacción psicológica de los actores ante el horror que los acecha, sino que, no conforme con esto, juega con nuestros miedos infantiles guardados en el subconsciente, que incluyen corredores eternos, peldaños falsos, oscuridad. Las escenas de las jovencitas inocentes caminando en un pasillo enorme con puertas gigantescas (que destacan su pequeñez frente a la inmensidad del edificio a la vez que infantilizan su figura) nos recuerdan aquel terrible momento en el que cruzábamos los pasillos de nuestras casas a oscuras, con el temor de que algo horrible nos esperara o siguiera. Lo terrible de Suspiria es que, en efecto, algo horrible hay al final del corredor secreto al que Suzy finalmente logra acceder, y prolongar la espera no hace más que dejar en manifiesto el terrible sentimiento de suspenso. Una bruja es la que la espera al final de su camino, nuestros miedos se han convertido en realidad.

Bibliografía

Batlle Caminal, Jordi. Profondo Argento. Barcelona, España: Paidós, 1999. Impreso.

Costa, Jordi. Películas clave del cine de animación. Barcelona, España: Ediciones Robinbook, 2010. Impreso.

Gómez Rivero, Ángel. Casas malditas: La arquitectura del horror. Madrid, España: Calamar Ediciones, 2007. Impreso.

Trashorras, Antonio. «Disneymaldia (notas para un estudio)». Imágenes del mal: Ensayos de cine, filosofía y literatura sobre la maldad. Coord. Vicente Domínguez. Madrid: Valdemar, 2003. 383-402. Impreso.

Valdés, Regina. «El análisis morfológico del cuento». Aisthesis No 20 (1987): 19-22. Impreso.

Filmografía

Snow White and the seven dwarfs. Dir. David Hand. Walt Disney Productions, 1937. DVD

Suspiria. Dir. Dario Argento. Seda Spettacoli, 1977. DVD.

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Artículos Columnas de Vittorio + Crítica

“Cartas desde Iwo Jima” y “La conquista del honor”: Los mundos de Clint Eastwood.

Por: Vittorio Farfán / 02 de junio, 2019

Érase una vez en la cual todos los simpatizantes del cine hablábamos de Clint Eastwood con admiración. Era un cineasta y actor extraño, sobreviviente de la vieja tradición de hacer cine, una raza a la cual pertenecieron otros grandes, tales como el mítico John Huston. Más aventurero que cineastas, Eastwood era uno de los últimos sobrevivientes de la época gloriosa de la pradera. Con un cine clásico y conservador al cual podían atribuirse oscuras y densas lecturas sobre la condición humana, como en su película Unforgiven (Clint Eastwood, 1992) un western “post post” crepuscular, a la vez el último grito agónico de un género fundacional del cine americano, en el cual se comenzó a ver un Eastwood presentándose, a sus entonces 62 años, como un potente director.

De toda esa tracalada de filmes que realizó durante estos años, existen dos sobre la batalla de Iwo Jima, un acontecimiento histórico enmarcado en la Segunda guerra mundial, y considerado el episodio bélico más sangriento que se conozca, en la cual se enfrentaron las fuerzas armadas de los Estados Unidos y las del Imperio japonés. Estos dos filmes no solo están divididos por el lado del frente de guerra desde el cual se está relatando la historia, sino que cada uno aborda un problema totalmente distinto a partir de dos claros referentes. La conquista del Honor (Clint Eastwood, 2006) es un filme totalmente influenciado por la obra del clásico John Ford, mientras que en Cartas desde Iwo Jima (Clint Eastwood, 2006) se acerca a la caricatura del cineasta japonés Akira Kurosawa.

En La conquista del Honor se plantea un filme en el cual la concepción política del mundo la otorgan los actos particulares de la sociedad. Esto se ejemplifica al plantear la historia detrás de la icónica fotografía de Joe Rosenthal, en la cual se ve a un grupo de soldados alzando la bandera norteamericana en Iwo Jima. Eastwood construye en ella el retrato de una mentira, partiendo con un hecho objetivo que será el hilo conductor, construyendo un relato que se ubica detrás de la historia real, emergiendo con ello una idea abstracta de la “verdad escondida” tras la imagen. La película se concentra en torno a los protagonista de esta fotografía, situándolos frente a la concepción política de la historia. Éstos son enviados a un lugar exótico a pelear en contra de enemigos que los ven casi como seres de otro planeta, y donde Estados Unidos se esforzará en el comienzo de su estrategia propagandista por no retratar la masacre de la guerra ni la lucha de sus principales oponentes, Alemania y Japón. Así, la estrategia para reclutar y recaudar fondos se concentró en un llamado al patriotismo, lo cual implica lavar la imagen e incluso los fines de por qué se participaba en esta guerra. Es allí donde comienza un hecho muy contemporáneo, la publicidad como una forma de hacer política desde y para el mercado. De esto proviene mitificar la ficción como “verdad”, entendiendo la ficción como una de las formas que tienen las personas para poder sublimar sus utopías. Los mercados aprendieron este juego suponiéndolos como una liberación de los totalitarismos, y por ende crean un régimen de mejores necesidades disponibles por dinero. Soberanías individuales que los norteamericanos adoptan creyendo que mercado y libertad son sinónimos.

Existe un doble discurso del propio director en La conquista del Honor, y que tal vez ni siquiera lo cuestione como algo crítico. Expone a sus personajes como víctimas de estos hechos políticos, describiendo la gran desilusión que significa conocer la guerra desde “atrás de la cortina”, donde la recreada festividad de los soldados americanos oculta dramas como los cuerpos de sus hijos flotando en mares al otro lado del mundo. La imagen publicitaria les hacía creer a todos los norteamericanos que sus tropas solo avanzaban, pero Eastwood aborda esto desde distintos personajes a los cuales los encasilla puntualmente en tres perfiles, arquetipos de personas que enfrentan la situación de víctimas conducidas a un fin camuflado de gloria, justificando con sus conflictos internos el tener que participar en esta gran farsa, citando al western más puro y clásico, donde el oportunista, el ancestral corrompido, el temerario equilibrado, presentan valores legítimos en un determinado orden social. Al verlos como víctimas, la película ejerce una contraparte que justifica toda esta maquinación, haciéndolos vivir con desagrado su complicidad de ser un ladrillo de hule que compone los cimientos que mantienen en pie una nación.

En el caso de Cartas desde Iwo Jima, la posición política de los personajes cumple una función más prejuiciosa, en la cual el director construye una fábula de honor en torno a un grupo de sujetos que al morir en la guerra cumplen el mayor acto de honor posible, algo que tiene como filosofía de vida el pueblo nipón. A diferencia de la otra película, nos concentramos en la historia de arquetipos desde estratos militares: el sabio veterano, el héroe de la patria y el obrero. Ellos son presentados como si tuviesen una frase escrita en sus frentes “luchar para que sus hijos y los hijos de sus hijos vivan un día más”. De alguna forma estos personajes empiezan a cuestionar el patriotismo e imperialismo, su supuesta moral y ética de guerra nos hacen olvidar que se está hablando de aliados de los nazis, e Eastwood los muestra como hormigas alineadas en torno a un fin, diferenciándolos como humanos cargados de frustración dubitativos de esa especia de axioma que tenían como norte patriótico moral. Es interesante como presenta al personaje del general Tadamichi Kuribayashi, estableciendo un juego de mestizaje debido su formación que mezcla castas militares con una mirada occidental. En esta película el tema político se maneja lejos de los estratos de Estado, ya que se los muestra como si estuvieran en una etapa medieval, concentrándose en buscar un verdadero sentimiento de vivir la derrota. Incluso este filme parece centrarse en añorar el honor de vivir la guerra.

El cine admirado de Clint Eastwood tiene un discurso de ambivalencias. Sus personajes americanos viven la guerra como víctimas que ganan, mientras que los orientales son nobles hombres que se inmolan por su patria. Ambos bandos están en un lugar por razones similares, enviados para cuidar las soberanías políticas de quienes son regidos. Por otro lado parece ser un creyente de que no hay que arrepentirse de nada: todos volveremos al mar a perdernos como un recuerdo, mar más grande que ese suelo muerto en medio del océano Pacífico.

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Artículos Crítica

Amistad en el fin del Spaghetti Western, “The Good, The Bad and The Ugly” de Sergio Leone

Por: Cristóbal Rojas Martínez / 14 de mayo, 2019

Amistad, sin duda una de las pocas cosas que las personas valoran de manera transversal y trascendente. Sin importar religión, cultura, demografía, política, nación, etc. Ni espacio ni tiempo. Otras cosas para mi gusto son la felicidad y el cine. Desde su creación, el cine muestra la manera en que las personas sonríen, lloran, aman, etc. En una sola palabra: Emoción, cómo fue definido por Samuel Fuller dentro de la película Pierrot le fou (1965). Dada esta relación entre los conceptos de amistad y cine, no es de esperarse que la temática de la amistad sea abordada en un sin número de películas.

En particular, este texto se propone analizar cómo el tema de la amistad aparece dentro del cine del director italiano Sergio Leone, puntualmente en la película The Good, The Bad and The Ugly (1966). Está película es el fin de una trilogía que además es reconocida como una de las obras más características de lo que se conoce como Spaghetti Western.  Así mismo, The Good, The Bad and The Ugly (1966) marcaría – por lo menos en intención – el fin del cine western para el director, según palabras del mismo Leone [1]. He aquí el final de una trilogía donde cómo dice el dicho, Sergio Leone no dejo nada en el tintero. Su característico barroquismo a través de sus secuencias eran además fiel reflejo de que tras el gran éxito de las dos primeras películas de la trilogía: A Fistful of Dollars (1964) y For a Few Dollars More (1965), sus producciones elevaron sus presupuestos de manera exorbitante. Lo anterior permitió que Leone diera rienda suelta a todo su potencial como director de películas del tipo western en la tercera y última película. Sin lugar a dudas, que el éxito de estas cintas repercutió en la industria del cine hasta el día de hoy, marcando pauta para un vasto número de producciones relacionadas directamente con el western e inclusive con otros géneros del cine.

En cuanto al concepto de amistad inmerso dentro de The Good, The Bad and The Ugly, la principal interrogante del análisis es la siguiente: ¿Hasta qué punto se puede considerar como una verdadera amistad las relaciones que Leone muestra entre sus personajes? Esa es la piedra angular de la discusión propuesta en este ensayo y de la cual se desprenden un sin número de otras situaciones dignas de analizar. Y es que este cuestionamiento se puede aplicar inclusive a cada una de las tres películas que forman parte de la trilogía dollar. Es el propio Sergio Leone quien sostiene, “la amistad viril está presente en todas mis películas, quizá porque soy hijo único, nacido tras catorce años de matrimonio. Nunca tuve el hermano que quise y necesité”[2].

En mi opinión personal, creo que las relaciones que se muestran en la película no pueden ser catalogadas como relaciones de amistad pura. Lo anterior parte de la base que una relación de amistad tradicional radica en el desinterés. De hecho, la definición formal de amistad es “afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”[3]. El tema del interés es fundamental ya que el principal agente motivante de todas las relaciones que se dan en la película es el dinero directa o indirectamente. O por lo menos es lo único que Leone nos revela de manera explícita. Desde un comienzo se ve cómo el personaje de Clint Eastwood y el Tuco (Eli Wallach) forman parte de esta “sociedad” con fines netamente mercantiles, sin ningún código aparente que no sea más que el negocio. Vemos cómo esta relación se quiebra rápidamente al momento de renegociar los porcentajes.

“- Blondie: I mean our partnership is untied.

– Tuco: [looks down at the noose still hanging from his neck]

– Blondie: Oh no, not you, you remain tied. I’ll keep the money and you can have the rope.” [4]

Desde allí en adelante, los hasta entonces “compañeros” se transforman en los más fervientes enemigos hasta que nuevamente el dinero aparecerá cómo vinculo.

Esta primera impresión de la amistad dentro de la película, es compartida a su vez por autores cómo Carlos Aguilar, quien sostiene que “los protagonistas parecen conducirse únicamente con miras a un lucro personal, despreciar otra escala de valores fuera de enriquecerse a cualquier recio, ignoran la honda gama de nobles sentimientos que tan admirablemente distinguió a sus colegas americanos […] Tampoco facilitan referencia alguna – apenas, un par de menciones pasajeras – respecto a su pasado, acerca de vínculos familiares o lazos de amistad” [5]

A pesar de lo anterior, es el mismo autor quién destaca la visión de amistad que Leone presenta en sus películas.

“Sergio Leone concede a la amistad masculina una relevancia propia, incluso mayor que la denotada por sus colegas del otro lado del Atlántico. Mejor dicho, le merece otra aproximación un grado de respeto superior, más elevado reverente, casi sacro”.[6]

Tal cómo lo recalca Aguilar, el trato hacia la amistad que muestra Leone, presenta diferencias con directores del western norteamericano contemporáneos cómo Peckinpah. Y es que a pesar de que ambos presentan una visión más cruda y pesimista del western – por la cual llegan a formar parte de lo que se conoce cómo western crepuscular– , Peckinpah rompe los códigos de amistad al resolver el conflicto entre Path Garreth y Billy the kid. Es allí donde el director americano cruza la línea de la muerte entre ambos compañeros, dónde uno de ellos se ve en la obligación de poner fin a la vida del otro. Línea que a pesar del tipo de relación entre los protagonistas de The Good, The Bad and The Ugly, nunca se cruza. Pese a todas las amenazas y violencia que muestran los protagonistas, ellos nunca terminan dándole muerte al otro. “Jamás llegan a tal extremo, porque pese a todos los reproches que puedan argüirse, a la maldad acumulada del uno contra el otro, sobrevive el suficiente respeto personal como para que sus respectivas vidas constituyan mutuamente lo más sagrado del mundo.”[7]

Sin embargo, la manera en que Sergio Leone presenta la amistad entre protagonistas, a su vez es disruptivamente distinta a lo que se venía haciendo en el western más tradicional (directores como John Ford, fuente de inspiración para Leone), dónde si aparece la mirada más tradicional tanto de la figura de un héroe como de la amistad. Lo anterior es una prueba más de lo que el mismo Sergio Leone revela en su visión de western, “El discurso del western con el que debutó Leone – afirmaría más tarde – se refería nada menos que a una <<ruptura histórica de las convenciones del género. Antes de mí, no podías hacer western sin mujeres en él. No podías mostrar la violencia porque el héroe tenía que ser un tipo de persona de pensamiento positivo. Así, no había forma de jugar con ningún tipo de realismo: ¡los personajes principales tenían que ir vestidos como modelos de pasarela! Pero yo introduje un héroe negativo, sucio, que se parecería a un ser humano y que estaba a gusto con la violencia que lo rodeaba>>.”[8]

He aquí dónde saltan nuevas interrogantes, al reconocer qué si existiría algún cierto tipo de código de compañerismo entre los protagonistas, pero que este se funde a su vez en el interés por el dinero y utilitarismo. Entonces ¿qué tipo de amistad es la que quiere mostrar Leone? O más bien ¿Qué vendría siendo siquiera el concepto de amistad para el mismo director? A continuación, Carlos Aguilar esboza lo que sería según él una definición de amistad por parte de Sergio Leone

“<< No estamos solos, Rubio. Yo te tengo a ti, y tú me tienes a mí >>, asegura Eli Wallach a Clint Eastwood en El bueno, el feo y el malo, con intención de sensibilizarle, y arrancarle el nombre de la tumba que esconde el dinero, aprovechando la extrema sensibilidad de este… Pero ahí radica el concepto (al menos cinematográfico) que Leone poseía de la amistad viril: entre amigos, todo puede permitirse y por ende todo se permite, hasta los mayores engaños y traiciones, porque a la hora de la verdad siempre resplandecerá el sentimiento, la verdadera amistad, y a su lado el resto de las cosas carece importancia”[9]

A primera vista y a ojos de un simple espectador de la película, puede ser difícil visualizar que el dinero perdería relevancia al compararlo con el sentimiento de amistad. Sin embargo, allí aparece otra gran cualidad del director de la trilogía. Sergio Leone muchas veces nos deja anonadados con el poder de las imágenes sobrecargadas de detalles, pero que en el fondo le dan al espectador la tarea de ahondar un poco más en lo que verdaderamente significan. A pesar de que es evidente que todas las acciones de los personajes se ven gatilladas por el deseo de fortuna y la búsqueda del dinero. El mensaje que Leone entrega al final de cada una de partes de la trilogía es que lo único que resulta inútil para los protagonistas es el mismo dinero. Ejemplos se pueden ver al mirar a Clint Eastwood a lo largo de las películas. Vemos que, en una secuencia de la primera película, el protagonista termina regalando el dinero por el cual tanto lucho a la familia de  Marianne Koch para que realicen su escape. A sí mismo vemos como en la segunda cinta el personaje de Lee Van Cleef reniega lo que vendría a corresponderle como su parte de la recompensa y se la da enteramente a Clint Eastwood. Sin lugar a dudas que lo que nos viene a decir Leone con esto es una reafirmación de lo que plantea Carlos Aguilar, dónde lo que en un principio pareciese ser la única finalidad por la cual se mueven y luchan los personajes, en el final no tiene relevancia alguna. El dinero en la trilogía es simplemente una excusa pero que en ningún caso va a cambiar el destino de nadie. “[..] en El bueno, el feo y el malo, la riqueza material alcanza por fin el grado de abstracción que Leone perseguía e insistió en los films anteriores: tanto Eastwood como Wallach y Van Cleef se conducen únicamente por codicia y de hecho ganan grandes sumas de dinero con sus tropelías… sin embargo, hubiera producido idénticos resultados (visuales, cinematográficos) que no lo hicieran, porque ello no repercute de ninguna forma en sus vidas. Pobres o ricos, los supervivientes continuarán vagando caóticamente de acá para allá. En los westerns de Leone/Eastwood, el dinero lo es todo, pero no sirve para nada”[10]

Entonces efectivamente la amistad vale más que unos cuantos dólares en la trilogía de Sergio Leone; sin embargo, es una amistad alejada completamente del concepto tradicional que se entiende o se posee como lugar común, concepto que cómo se explicó anteriormente se basa en el completo desinterés. Lo anterior resulta coherente con el planteamiento del director italiano, quién transparentemente busca romper con las propuestas tradicionales del western. Cómo afirma el mismo Leone, “en un puñado de dólares se dice: << Cuando un hombre armado con revolver topa con otro armado con fusil, el primero es hombre muerto. >> Y luego ocurre lo contrario. Me encanta invertir los códigos, las previsiones y las situaciones. Lo hago para infundir una impresión de realidad diferente a la de los western americanos.”[11] . En síntesis, dentro de The Good, The Bad and The Ugly se busca desmitificar las amistades del western, presentándolas de manera más cruda, más utilitarias pero que solo hasta el último minuto se demuestra que estas si son respetadas y que los códigos aplican.

Por otro lado, está aparente contrariedad en lo que plantea Leone (importancia de la amistad en un mundo donde aparentemente solo importa la individualidad), se hace más entendible al observar las opiniones más personales del autor.

“Para mí, ideológicamente en la vida no cuenta más que la familia. Es el último arquetipo nacido en la prehistoria que todavía permanece. Y la amistad, naturalmente. Es todo. Soy pesimista por naturaleza. El pesimismo nace al constatar la realidad de la vida. Solo se puede ser feliz a condición de arrebatar esa felicidad a los demás. De ahí mi pesimismo. En las películas de John Ford, la gente abre la ventana para mirar al horizonte con esperanza. En las mías, las abre con miedo a recibir una bala entre las cejas.  Y de hecho la recibe”[12] (156)

Finalmente, a diferencia de Carlos Aguilar, creo que la relación de amistad entre los personajes es un ente vivo, cuya importancia no es omnipresente a lo largo de la narrativa, sino que va evolucionando constantemente a lo largo de la película. Película en la cual, a su vez, Leone se encarga de exacerbar el factor sorpresa y no nos deja sino hasta la última escena corroborar que los protagonistas efectivamente respetaban su relación y no vieron en la traición la salida más obvia. Es el mismo Leone quién abiertamente reconoce el objetivo de hacer que el espectador no resuelva de manera obvia los conflictos que se muestran en la cinta. “[…] <<Había aprendido a ponerme siempre bajo la piel del miembro más exigente público – diría más tarde –. Cuando voy al cine, a menudo me siento frustrado porque puedo imaginar exactamente lo que va a pasar dentro de diez minutos en la pantalla. Así cuando estoy trabajando sobre un tema, siempre busco el elemento sorpresa. Trabajo intensamente para mantener la curiosidad de la gente […]. La primera vez que las ve, la gente experimenta la agresión de las imágenes. Le gusta lo que ve, sin tener que comprenderlo necesariamente todo. Y la abundancia misma de imágenes barrocas privilegia la sorpresa por encima de la comprensión. A la segunda visión, la gente capta más completamente el discurso que subyace bajo las imágenes>>.”[13]

En último lugar, me gustaría reconocer que quedo tranquilo con esta visión de amistad, la que inclusive se relaciona con la definición de la real academia. En cuanto efectivamente es un afecto personal entre dos personas que nace y se fortalece con el trato; un trato que se va desarrollando constantemente entre los protagonistas a lo largo de la historia.

Como comentario final, creo que todas estas conclusiones son objeto de posteriores análisis y en ningún caso podrían reflejar efectivamente lo que Leone nos quiso mostrar en su película. Inclusive creo que el mismo Leone es quién busca que se generen este tipo de discusiones dentro de su cine.

“Soy un hombre del Espectáculo, no un profesor. Lo que hago pretende excitar los sentidos y hacer pensar a la gente. Pero nunca manipular la consciencia del público. Cada espectador debe extraer sus propias conclusiones”[14].

Bibliografía


[1] “Very Rare Interview with Sergio Leone in 1984”. Fuente: www.youtube.com. Link: https://www.youtube.com/watch?v=8zIEDBGRFUw

[2] Aguilar, Carlos, Sergio Leone, Segunda Edición, Madrid: Cátedra, 1990. Página 31.

[3] Diccionario de la Lengua Española (Edición 23 en línea, 21 octubre 2015). www.dle.rae.es. Link: http://dle.rae.es/?id=2MkIDT9

[4] http://www.imdb.com/title/tt0060196/quotes

[5] Aguilar, Carlos, Sergio Leone, Segunda Edición, Madrid: Cátedra, 1990. Página 13.

[6] Aguilar, Carlos, Sergio Leone, Segunda Edición, Madrid: Cátedra, 1990. Página 31.

[7] Aguilar, Carlos, Sergio Leone, Segunda Edición, Madrid: Cátedra, 1990. Página 32

[8] Frayling, Christopher, Sergio Leone. Algo que ver con la Muerte, Madrid: T & B Editores, 2002. Página 134.

[9] Aguilar, Carlos, Sergio Leone, Segunda Edición, Madrid: Cátedra, 1990. Página 31

[10] Aguilar, Carlos, Sergio Leone, Segunda Edición, Madrid: Cátedra, 1990. Página 53.

[11] Aguilar, Carlos, Sergio Leone, Segunda Edición, Madrid: Cátedra, 1990. Página 144.

[12] Aguilar, Carlos, Sergio Leone, Segunda Edición, Madrid: Cátedra, 1990. Página 156.

[13] Frayling, Christopher, Sergio Leone. Algo que ver con la Muerte, Madrid: T & B Editores, 2002. Página 134.

[14] Aguilar, Carlos, Sergio Leone, Segunda Edición, Madrid: Cátedra, 1990. Página 138.

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Especial Día del trabajo

Por: Editor / 01 de mayo, 2019

Desde Séptimo Arte recomendamos 15 películas conservadas por la Cineteca Universidad de Chile sobre las y los trabajador@s de nuestro país. Se trata de documentos de gran valor sociocultural, muchos de ellos producidos antes del golpe de estado de 1973, lo que significó que se mantuvieran ocultos durante años. En la selección incluimos los links de acceso para su visionado libre en el sitio Cinetecavirtual.1.Construcción in situ de marcos de madera laminada. Facultad de Agronomía. (Fernando Bellet, 1969). Un curioso documental realizado por un histórico de la dirección de fotografía como Fernando Bellet. En la película se pueden observar los trabajos para la creación de edificios en las dependencias de Agronomía de la Universidad.2. Escuela Santa María de Iquique 1907 (Claudio Sapiaín, 1969). En 1907 un grupo de pampinos, trabajadores del salitre en el norte de Chile, son masacrados por fuerzas militares mientras reclamaban por sus precarias condiciones laborales. Años después, un equipo de la Universidad de Chile encuentra a un sobreviviente y relata algunos aspectos de este episodio.3. La última vez (Álvaro Ramírez, 1970).Una de las últimas huelgas de salitreros se realizó a inicios de 1970, lo cual fue registrado por Álvaro Ramírez, Samuel Carvajal y Leonardo Céspedes. Un valioso registro de la lucha sindical en el norte chileno.4. Venceremos (Pedro Chaskel y Héctor Ríos, 1970). Un clásico del cine chileno que muestra la polarización en los años previos a la Unidad Popular, describiendo la violencia que significan las diferencias de clases. La película se exhibirá en Cannes y obtendrá numerosos premios en diversos festivales de cine, significando una de las más importantes obras del documental social latinoamericano.5. Primero de Mayo (Luis alberto Sanz, 1971). Valioso registro de la marchas del 1° de Mayo de 1971 convocada por la Central Única de Trabajadores (CUT), acompañadas de una revisión a los titulares de diarios de la época de la Unidad Popular.6. No nos trancarán el paso (Guillermo Cahn, 1971). Uno de los documentales más importantes del periodo de la Unidad Popular, relata el conflicto entre los trabajadores de la madera y los empresarios y terratenientes del sector industrial, en la zona de Valdivia y Panguipulli.7. Pintando con el pueblo (Leonardo Céspedes, 1972). Los artistas de la UP como trabajadores al servicio de las transformaciones sociales. Diversos artistas realizan un mural en el Paseo Bulnes, ubicado frente del Palacio la Moneda, bajo la premisa “la cultura no será para unos pocos”.8. Obreras saliendo de la fábrica (José Luis Torres Leiva, 2005). Un grupo de mujeres trabajadoras deciden tomar un día de descanso en la playa. Es un pequeño instante de felicidad en un mundo alienado. Uno de los primeros cortometrajes de un destacado autor contemporáneo como es José Luis Torres Leiva.9. El piquete del 5-6 (Renato Dennis, 2015). En diciembre del 2014, los trabajadores de la millonaria cadena de supermercados Wallmart -Lider, han activado sus sindicatos y paralizan sus actividades.10. El corazón de una nación (Armando Rojas Castro, 1931). Una lectura de la tradición versus la modernidad a partir de la construcción de los edificios de altura en el casco histórico de Santiago. En el documental se pueden ver las precarias condiciones laborales de los trabajadores chilenos de principios de siglo.11. Un 18 en Chuquicamata (Pablo Petrowitsch, 1947). Los trabajadores de las minas en el norte de Chile celebran las fiestas tradicionales.12. La metalurgia del cobre (Patricio Kaulen, 1960). El mismo director de «Largo viaje» realiza este documental donde presenta, de manera didáctica, el proceso de extracción de cobre, desde el surgimiento geográfico de las minas hasta el funcionamiento interno de la mina “El Teniente”. Película por encargo de la empresa Braden Copper, se encontraba desaparecida hasta que una copia en la última etapa de descomposición pudo encontrarse y recuperarse en la Universidad de Chile.13. El esfuerzo de producir (Anónimo, 1964). Valioso registro documental sobre la actividad productora y el consumo de la leche en Chile, auspiciado por la Junta Central de Productores de Leche. Se desconoce la autoría y data exacta del registro.14. Reportaje a Lota (José Román y Diego Bonacina, 1970). Documental sobre los mineros del carbón en la ciudad de Lota. Las imágenes muestran como los trabajadores deben descender cientos de kilómetros exponiendo sus vidas para extraer carbón. Película restaurada por la Cineteca de la Universidad de Chile a partir de la única copia que sobrevivió al golpe de estado.15. Constructor cada día compañero (Pedro Chaskel, 1982). A través de testimonios de trabajadores y materiales de archivo, el documental da cuenta de los primeros años del Ernesto «Che» Guevara en Cuba y sus cualidades como líder sindical.

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Artículos Crítica

“Álvaro: Rockstars don’t wet the bed”, o los problemas del arte actual

Por: Elvira Marín / 29 de abril, 2019

Irónico, mordaz y lúdico, el músico Álvaro Peña se dirige al selecto público del Festival In-Edit 2019, para lanzar una provocadora frase: “ojalá me hubiese violado un cura, para así al menos poder haber ganado plata”, generando con ello las incómodas risas de los asistentes. Minutos antes, Peña relataba en el documental Álvaro: Rockstars don’t wet the bed (“Álvaro: Los rockstars no se mean en la cama”, Jorge Catoni, 2019) la serpenteante historia de su vida, tarea nada fácil de ejecutar dado que previamente se realizaron otros documentales sobre su figura, tales como Mire, pare, escuche (Lester Rojas, 2014), Álvaro de Valparaíso (Alejandra Fritis, 2009) o Full dedication (Jochen Hägle, Hans Kotter, Christian Zschammer, 2008). La carismática figura del mito fundacional del punk ha sido seductora para el cine: creó en los años ’70 la banda The 101ers, que también la integró Joe Strummer previo al nacimiento de The Clash. Grabó también curiosos discos como Drinking my own sperm (“Bebiendo mi propio semen”, 1977) o Repetitions kills (“La repetición mata”, 1982) en los que se adelanta a la música lo-fi y garage. Con estos antecedentes ya retratados en otras películas, ¿Qué novedoso podría mostrarse en este nuevo documental?

El director, Jorge Catoni, plantea un relato cinematográfico en torno a un sujeto despreciado por sus propios pares, debido a que no calza en ningún modelo establecido: los músicos chilenos exiliados en Europa le dan la espalda por no hacer “canción militante”, mientras que los rockeros chilenos lo reciben a escupitajos tras la caída de la dictadura. El rechazo a lo distinto convierte a Peña en un paria entre los “músicos chilenos” y un lastre inclasificable para los periodistas musicales, a los cuales les resulta más cómodo tildarlo como “distinto”, a poder comprenderlo como artista contracultural. Con estas tesis, la película traslada el relato biográfico de Álvaro Peña a una reflexión estética en torno a la violencia, narrando la violación de la que fue víctima a los 12 años, la pérdida de su nacionalidad chilena, el desprecio del público a sus discos, la indiferencia de la crítica, el desarraigo producto de su exilio en Inglaterra, la soledad y la pobreza. El peligro de centrarse en la caricatura del “alocado y excéntrico rockero” es rápidamente desechada por Catoni, al recabar testimonios en los cuales se relee un Peña desde el lugar que le corresponde dentro de la música popular, esto es, uno de los principales artistas de vanguardia de la segunda mitad del siglo XX. En el documental vemos a un artista en el ocaso de su vida, sin éxitos radiales, sin grandes ventas y sin cifras felices que reportar, pero que plantea una obra artesanal y autogestionada que deconstruye el sistema con su sola presencia.

En estos elementos gira la naturaleza del arte contemporáneo, en la cual el mismo protagonista del relato señala de manera cruda que “hay que abandonarlo todo” en el camino de la creación. Frase subversiva que no es una pose, ya que Peña no tiene autos ni bienes materiales, sino solo un puñado de discos manufacturados cuyas matrices planea lanzar al fondo de un lago, intentando con ello no trascender. De esta forma, el documental habla de las fragilidades de un sujeto solitario, tan solitario como muchos sujetos invisibles, y que con setenta y cuatro años constata en su propia biografía los embates de los horrores del siglo XX. Y así, el documental nos hace, a partir de la exposición del activismo, tomar posiciones frente a nuestras propias realidades en el mundo actual.

Un acierto es como la película retrata la manera en que Peña supo convertir sus fracasos en victorias, en virtudes sus horrores y en canciones sus lamentos. Esto le permite hablar sin imposturas con una garzona de la shopería santiaguina Torremolinos, pero también quebrarse en la intimidad de su hogar ante la melancolía del país perdido, luego de interpretar una melodía al piano. El documental tiene la sensibilidad de abarcar ambos mundos, el exterior y el interior, desde esta perspectiva en la cual se constata a un artista de vanguardia y de resistencia, pero que es también un sujeto frágil ante las condicionantes de una sociedad limitada y estrecha, donde el arte es el refugio en las soledades.

Álvaro: Rockstars don’t wet the bed tiene un preciso trabajo de archivo, empleado en sus diversas variantes, ya sea fotográfico, audiovisual u oral, saltándose el tan manido dispositivo de la ilustración literal. Documentos caseros en VHS alternados con el clásico A Valparaíso (Joris Ivens, 1963), establecen una operación visual lo-fi, desprendiéndose del peso que significaría una “narración cronológica de un personaje llamativo”, consiguiendo a partir de ello un tratamiento de gran valor formal, sensible y entrañable.

La figura del artista desplazado ya había sido abordada por Catoni en su documental El Parra menos Parra (Jorge Catoni, 2014) y en su debut audiovisual, Un Lugar (Jorge Catoni, 2012). En ambos films, la figura de la ciudad, los espacios claustrofóbicos y la palabra dicha, se convierten en una metáfora visual de artistas fuera del sistema, independientes y delirantes. Sin embargo, en Álvaro: Rockstars don’t wet the bed la capacidad poética del relato es aún mayor, permitiendo adentrarse en el desafío de establecer un marco representacional para las sociedades que desprecian la contracultura, a menos que esta sea rentable.

Desechando el canon del biopic sobre un “rockero chileno excéntrico”, este documental habla sobre nuestra sociedad contemporánea, concentrada de manera mucho más enfática en autovalidarse en una imagen virtual, que en ser sensible con las comunidades invisibles. La rabia latente es sensible con las posibilidades de leer la resistencia en cuanto gesto activo, y no como solo un discurso, lo que lleva a Álvaro Peña a conectarse con nuevas generaciones de músicos chilenos que lo revaloran desde el underground. Reconfortante documental es Álvaro: Rockstars don’t wet the bed, ya que se trata de una película fresca que detalla en un sujeto al cual le han pasado cosas, y por ende no tiene la necesidad de desplegar formalismos para camuflar el vacío del relato. Peña es un creador tan innovador como subjetivo, y la película es eficaz para adentrarse en su intimidad, siendo empática y testimonial en torno a una generación desplazada por las prácticas veleidosas del mercado.

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The Dirt: reflexión post debacle de occidente

Por: Vittorio Farfán / 28 de abril, 2019

Cuando éramos adolescentes, vivíamos de mitos más que de realidades. La información de las bandas musicales que nos gustaban llegaba en magazines extranjeros, mientras que en Chile los medios de comunicación masivos se encargaban de satanizarlos. Algunos dicen que vivimos la era del cierre del rock, ya que las grandes bandas estaban bajando sus persianas, mientras que otras nuevas se prostituían visualmente. Extrañamente, algunas bandas quisieron venir a Chile en los primeros años de la “transición”, pero la iglesia prohibió su entrada. Será en este periodo empezarán a aparecer “hijas ilegitimas” del rock y la pachanga, mientras que algún documental transmitido en televisión se encargaba de difundir este proceso con un doble discurso, al satanizar la novedad pero a la vez incitando a seguirlas. También aparecían personajes icónicos del rock planteando cosas aparentemente muy sensatas, aún incluso sacadas de su real contexto. Ilustrativa será la imagen del guitarrista de W.A.S.P., Chris Holmes, borracho en una piscina hablando incoherencias, mientras su madre lo contempla revolcarse en vodka.

The Dirt (Jeff Tremaine, 2019) apela a un grupo de fanáticos de esta época descrita, considerada el último grito crepuscular “guarro” del rock en su esencia clásica. Época situada sólo un par de años antes a lo que fue la aparición del grunge, movimiento musical nihilista que buscaba, tal vez de una forma cínica, rehuir convertirse en un espectáculo de estadio. The Dirt, tomará como hilo argumental la biografía de la banda Mötley Crüe, emblemática de la corriente denominada glam rock, e ilustrativa del periodo.

No podía venir algo tan plástico y enlacado de otro lugar que no fuese California, donde todo se tiene que meter en una caja para luego venderlo al mundo. Emociona la primera parte de la película, en la cual se presenta a los miembros de una banda de rock que recién se empiezan a conocer, un compadrazgo que vemos a partir de sus primeros ensayos y en los momentos en que están intentando construir su propia parafernalia. Sin embargo, si el espectador no identifica quien es Nikki Six y su pandilla, posiblemente nunca enganchará con la película. A pesar de los excesos y locuras que vemos ocurrir en la historia, estas no están planteadas bajo una perspectiva cruda o moralista, a diferencia de otros retratos cinematográficos en los que se busca instalar estos excesos como vidas desbocadas. En el caso de esta película, se plantea que no puede haber un mejor infierno que el descrito, al encarnar la caricatura del “drogas-sexo-rockandroll”, aún cuando sus protagonistas podrían estar viviendo debajo de un puente. Jeff Tremaine, el director del filme que además fue uno de los creadores de la serie de televisión Jackass (2000-2002), juega con elementos brechtianos, principalmente destruyendo la cuarta pared y admitiendo que el rock vive mejor del mito que de su propia realidad, vendiendo la locura de estar aparentemente en la cima del basural.

Sin embargo, una tonelada de sketchs no sirven para sujetar o intentar mantener el interés de la película, por lo que una parte de ésta incorpora un drama americano promedio, haciendo que la película termine en discusiones que a nadie le interesa. Queremos que nuestros personajes hagan las cosas que no podemos hacer, casi como si fuesen dibujos animados. Otro punto débil del filme es plantear una biografía sin contexto histórico, aún cuando éste no sea necesariamente explícito. En la película sólo vemos a la banda Mötley Crüe y no la corriente global del glam metal, lo que tal vez sea tanto su mayor error como su mejor acierto: una biografía excesiva de “ombliguismos” que los mismos integrantes de la banda recuerdan, en la vida real, como una gran juerga que no querían acabar. Sin embargo, se destaca de la película las caracterizaciones bastante logradas, tanto por la calidad actoral, como por las diez capas de maquillaje de cada personaje. En conclusión: una película entretenida y “chistosita”, pero con poca pulpa para aguantar como un buen largometraje.

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Artículos Crítica

Leaving Neverland: la tensión del dispositivo

Por: Elvira Marín / 29 de marzo, 2019

Leaving Neverland (Dan Reed, 2019), polémico y mediático documental recientemente estrenado en el Festival de Sundance, gira en torno a los testimonios de Wade Robson y James Safechuck, quienes con lujo de detalles exponen las formas en que fueron vejados sexualmente cuando niños por el cantante pop Michael Jackson, de quien precisamente se cumplen diez años de su muerte. Con ambos testimonios, emerge la tensión en las perspectivas del verosímil en el lenguaje cinematográfico, ya que Reed opta por transformar este relato en un espectáculo visual dado por la monumentalidad de la película y por el dispositivo fílmico de la fotografía. Una aparente sobriedad de registro, es en realidad una cuidada puesta en imagenes con tres cámaras que buscan ángulos diversos y aumentan el dinamismo en el montaje, trocando con ello el drama expuesto por una operación formal. Para acentuar estos testimonios, Reed juega con la violencia de la palabra dicha, generando un campo de ambigüedad entre el testimonio y la construcción del relato cinematográfico que tensiona, precisamente, las relaciones entre obra y dispositivo. Es acá donde debiesen surgir los cuestionamientos cinematográficos que permiten repensar una obra como Leaving Neverland. ¿Es, en rigor, una película documental?

Para Reed, la imagen documental se constituye en un aparente “discurso de lo real”, donde la operación testimonial debiese superponerse a la forma. Sin embargo, tras el aparente minimalismo con el que intenta establecer como estilo, surgen operaciones que van en dirección opuesta a esta aparente aproximación inicial. El montaje televisivo y la fotografía publicitaria se encaminan en la producción de un producto de mercado, mientras que el uso de archivos videográficos y fotográficos de los entrevistados, están colocados como mecanismos meramente ilustrativos en torno a la cercanía que en la infancia tuvieron los entrevistados con el músico. Con estos recursos, Reed establece una vinculación superficial entre materialidad y memoria, como si la imagen de archivo o la oralidad fuesen una forma de validación objetiva de la realidad. Sin embargo, Leaving Neverland tampoco es un reportaje periodístico, ya que prescinde de fuentes, es parcial y mucha información enunciada no es corroborada.

Por una parte, abordar la figura del ídolo oscurecido en la pederastia, la leyenda de la cultura pop cuya doble vida lo transforma en ícono de la vileza contemporánea, significa también volver a abordar las prácticas culturales de una comunidad tan fracturada como hedonista, tal como es la sociedad norteamericana. Por otra parte, de esta cuna del capitalismo desbordado emerge una película que, de manera inconsciente, propone el relato de una comunidad de sujetos grises, sociedades entregadas a la ilusión del éxito y el mercado, en la que se normalizan figuras tan violentas como aquellas en que los padres permiten que sus hijos pasen la noche con su ídolo. Las ventas multimillonarias, la fama y los lujos excéntricos de Michael Jackson interactúan con la pornografía verbal de los entrevistados, herramienta expositiva que permitiría denunciar las aberraciones de un artista, pero de manera subyacente establecer cuáles son los contextos culturales, políticos y sociales del mundo moderno. Es así como la tensión entre imagen y realidad objetiva parece difuminada en un documental que, en cuanto confesionario, espectaculariza la intimidad en sus más violentas manifestaciones.

Jackson, que aún fallecido sigue generando riqueza para las empresas que explotan su música, nunca fue procesado y culpado en vida, aun cuando existieron numerosas causas e investigaciones sobre los temas señalados, sembrando así el manto de la duda en sus conductas. Con el estreno de la película, ya han surgido teorías a favor y en contra, alimentando la banalización de estos temas en un espacio público que, para Reed, parece ser el único campo de batalla legítimo y digno de disputarse. Así, el motivo relevante en un documental de estas características termina siendo, curiosamente, una reflexión sobre la condición humana, precisamente por las decisiones estéticas por las que opta el director, que develan de manera precisa de entender el drama de las comunidades contemporáneas: sin espectáculo, no es legítimo. Mucho más cercano al lenguaje televisivo que al cine político, los elementos gráficos e ilustrativos se convierten en exposición morbosa, cuya apariencia de objetividad es permeada habitualmente por la disposición de los recursos señalados.

La literalidad con la que opera el documental termina por anular las posibilidades del lenguaje cinematográfico, y desecha la oportunidad de crear una película que, desde el mismo interior de la industria, denuncie a la propia industria musical, a la justicia norteamericana o al capitalismo desbordado. Lejos de la sensibilidad que poseen brillantes documentales testimoniales, como Shoah (Claude Lanzmann, 1985) o nuestro cercano No es hora de llorar (Pedro Chaskel y Luis Alberto Sanz, 1971), Leaving Neverland opta por el sentido contrario a la fidelización, convirtiéndose en una película extremadamente débil desde el punto de vista cinematográfico, pero con el valor de ser un interesante documento sociológico sobre la “era del vacío”,   y que independiente del realismo o las rupturas que pueda interponer, abordar las perspectivas de una comunidad hundida en sus propias miserias.

Las mega empresas que se encuentran detrás de la producción de esta película, tales como HBO y Channel 4, recogerán igualmente las ganancias de una obra que está más cerca de ser un producto comercial que una obra cinematográfica per se. Es aún más cuestionable que bajo la apariencia de la denuncia a la pedofilia, se emplee este tema para generar un “post- star system”, en el cual se consume morbo, polémica, miseria y decadencia humana, resultando tendencioso que la verosimilitud de los heridos esté puesta al servicio de la usura propia del modelo industrial norteamericano. Leaving Neverland resulta así una película limitada, que difícilmente cumple el propósito político de denunciar, pero que veladamente se transforma en una obra rescatable desde el punto de vista del análisis cultural de la sociedad norteamericana, en el cual la construcción de figuras de poder establecidos desde la imagen abre una serie de perspectivas que resultan más interesantes para reflexionar.