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Artículos Cineclubismo + Crítica Especial: Festivales

Especial: Fidocs 2015

Por: Editor / 30 de Septiembre, 2015

“El Botón de Nácar” de Patricio Guzmán por Triztán Zamora

“Pan de Azúcar” de Hermes Paralluelo por Daniel Miranda A.

“El regreso del muerto” de Gustavo Gamou por Daniel Miranda A.

“Al centro de la Tierra” de Daniel Rosenfeld por Luis Horta C.

Catalogo-Fidocs-2015

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Crítica: «Al centro de la Tierra» de Daniel Rosenfeld

Por: Luis Horta / 30 de Septiembre, 2015

En Salta, Argentina, Antonio Zulueta intenta registrar obsesivamente avistamientos de OVNIS. Con su pequeña cámara de video recoge testimonios de pobladores y graba entre los cerros de día y de noche, con el objetivo de encontrar respuesta a fenómenos paranormales que él mismo ha experimentado. Esta tarea la hace junto a sus hijos, a quienes enseña con esmero las pautas que él mismo emplea para las grabaciones, entendiendo que a su avanzada edad, tendrán que ser ellos quienes prolonguen esta búsqueda.

Sin embargo, “Al Centro de la Tierra” no es una película sobre OVNIS ni sobre fenómenos extraterrestres. Se trata más bien de una película tremendamente racional sobre la posibilidad de encontrar sujetos que creen en algo en un mundo contemporáneo condicionado por la imagen. El plano inicial de la película es precisamente una estampita de Jesús pegado en una pared, reflexión visual que avanza progresivamente a lo largo de la película, la cual ya no es sobre el mesianismo, sino sobre la posibilidad de entregarse a la utopía cotidiana. La filosofía de barrio y la sensatez pueblerina interactúan con la delicadeza del paisaje que parece proyectarse en los lacónicos rostros campesinos, lo cual dialoga -sino tensiona- con la música del chileno Jorge Arriagada.

La película cuenta con tres peregrinajes claramente definidos, y que parecen estar instalados en forma de espiral ascendente. El primero ocurre en el interior del mundo de Zulueta, quien recorre su poblado recopilando testimonios y registrando la geografía del lugar en su pequeña cámara. El segundo peregrinaje es un viaje a Buenos Aires, donde tiene un choque con la racionalidad cuando el experto Fabio Zerpa cuestiona que los registros correspondan a avistamientos de extraterrestres: «pueden ser los norteamericanos», recalca ante la mirada furibunda y lacónica de Zulueta, quien le muestra su películas domésticas que son presentadas con los créditos iniciales de “no profesionales pero reales”, gesto de modestia que se ve minimizado con la “otra posibilidad”: aquella que su vida esté fundamentada en un absurdo. Esta tesis la desecha prontamente, intercambiándola por una nueva utopía emanada desde su núcleo íntimo, a partir de la propuesta realizada por un amigo que comprarte su afición, con el objetivo de emprender una exploración al lugar de los avistamientos en busca de un supuesto portal, lugar por donde ingresan los platos voladores hacia otro lugar desconocido. Un tercer peregrinaje es la exploración a las montañas, donde choca violentamente la modernidad con la artesanía: mientras su amigo llega con tecnología científica de primer nivel, Zulueta solo carga con una brújula, unas galletas y su cámara de video. Ambos amigos terminan por separarse, y posiblemente no encuentran más que la geografía delirante que deviene en la soledad de los sujetos en el mundo contemporáneo.

La sencillez del relato es el contrapunto con la hondura de una propuesta narrativa provocadora, a medio camino entre la ficción y el documental, indeterminación que juega a favor del constructo. Mientras están grabando, uno de los hijos de Zulueta contraviene las órdenes de su padre y en vez de hacer tomas de los cerros, direcciona la cámara hacia los ojos de un soñador empecinado. Su mirada sobrecoge al niño, quien luego la vuelve a revisar mientras su padre se encuentra en la aventura más delirante. Pero para el niño basta la mirada de su padre convertida en imagen, satisfaciendo con ello el deseo de comunidad, de amor fraternal entre integrantes de un núcleo masculino que deben sobreponerse a su propia vida y dignificarla con una actividad tan irracional como digna, al ser la expresión del amateurismo propiamente tal: hacer una actividad por amor y no por obligación.

El paisaje constituye un espesor amargo y ambiguo, convertido en la imagen videográfica que, por omisión, se transforma ya no en el registro de seres extraterrestres, sino de seres terrestres obsesionados por creer en algo. Zulueta nunca encuentra el portal, pero la caminata lo hace distanciarse con su amigo y compinche, lo hace dudar, lo hace encontrar otras “pruebas”, lo hace estar a solas consigo mismo y sus delirios. Mientras realiza un recorrido por la soledad, los niños quieren encontrar a un padre extravagante, pero que aún así se ha encargado de criarlos ante la ausencia de una madre.Un retrato de nuestra comunidad contemporánea, que se embriaga en la búsqueda de una realidad ensimismada en la imagen, mientras que la posibilidad de un otro se agota en el archivo reproducible permanentemente ante la ausencia del sujeto.

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Crítica: «El regreso del muerto» de Gustavo Gamou

Por: Daniel Miranda A. / 30 de Septiembre, 2015

“El regreso del muerto” es un título rimbombante que llama la atención inmediatamente dentro del listado de películas del Festival Internacional de Cine Documental de Santiago 2015. Jugando con las palabras, los conceptos de muerte y regreso se han trabajado de diversas formas a lo largo de la historia del cine, sin embargo estamos en presencia de un documental que cumple con el objetivo de su propio título.

Rosendo es un hombre que deambula por las calles de un pueblo mexicano -nunca se explicita cual- sin tener un rumbo exacto, simplemente sobrevivir. Parece no pertenecer a ninguna parte, es el ejemplo de la marginalidad. Rosendo se presenta como un hombre viejo que no tiene muchas oportunidades en la vida, sin embargo se refugia en el alcohol. Llega a vivir a un refugio de vagabundos, drogadictos y alcohólicos como dice él, que se convierte en su hogar, un espacio pasajero pero que al final del día sirve como refugio de descanso y de compañía.

En la primera parte del documental, seguimos la rutina de Rosendo junto a un amigo que lo llama el “Abuelisto”, un viejo hombre que lo escucha rezar por las noches o que lo acompaña a caminar por la costanera de una playa. Es lo que se podría decir, un amigo del camino. Lo maravilloso de este segmento de la película es el seguimiento de las conversaciones de estos dos personajes, donde se genera un química de amistad llena de humor frente a una realidad invisible. El «Abuelisto» no dialoga mucho, sin embargo se gana la empatía del espectador por el solo hecho de estar en el encuadre en silencio, casi siempre mirando al horizonte o al lente de la cámara.

A medida que avanza el largometraje, vamos conociendo un poco más ese pasado oculto de Rosendo, ese que lo llevó a auto desterrarse y fingir una propia muerte. Un pasado que parece predecible, pero que habla precisamente de una parte de la sociedad mexicana. Rosendo carga en su espalda la muerte.

En la segunda parte, Rosendo conoce a una anciana que llega a este “hogar”, ella se presenta como una constante deambuladora por los pueblos, ya que es en estos lugares donde ella conoce gente y se siente más útil. Rosendo y la abuela entablaran una extraña relación de amor, pero que desencadenará el desahogo de las penas, los tatuajes de las historias y la adicción de un Rosendo que huye constamente de su propio pasado. Hay que decir, que este espacio dentro de la película no alcanza la misma fuerza dramática que en el anterior.

Por otro lado, el seguimiento cinematográfico a Rosendo es precisamente un acierto del realizador en la búsqueda de un vagabundo, de un alcohólico, de un marginal que genera múltiples capas en la representación de este personaje muchas veces arquetípico. Rosendo es entrañable, dan ganas de escucharlo, de conocer un poco más de su vida, que es la vida de muchos compatriotas latinoamericanos.

Gamou es realizador y camarógrafo a la vez. Quizás esa sea la mejor respuesta para entender como logró llegar a una intimidad representacional con todos los personajes que aparecen en pantalla. Logra una investigación empírica de la realidad, quizás algunas escenas que parecieran ser puestas en escena se notan y sacan un poco del rumbo del documental, pero es lo menos cuando podemos percibir una construcción documental dinámica, divertida y sobre todo emotiva, que deja en evidencia un México sumergido en la violencia y en la realidad de la otredad, sin caer en una imagen prototípica de la porno marginalidad visual.

«El regreso del muerto», es una película humana donde Rosendo y los suyos parecen ser los muertos de una sociedad que los deja fuera del encuadre, que terminan siendo una cruz y un mensaje del “te queremos por siempre”. Para el mundo, Rosendo está muerto, pero él sigue caminando por una ruta sin destino fijo. La película del uruguayo Gustavo Gamou, crea un clima melancólico lleno de intensidad. Invita a una reflexión social que lo lleva ganar la competencia latinoamericana del Fidocs 2015, con bastante mérito de por medio.

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Crítica: «Pan de Azúcar» de Hermes Paralluelo

Por: Daniel Miranda A. / 30 de Septiembre, 2015

Jujuy, Argentina. El norte grande del país vecino tiene entre sus características, el desierto. Allí Pedro Sumbaino trabaja como vigilante en la mina “Pan de Azúcar” desde su cierre hace más de quince años. Sin embargo, aunque hace siete que no le pagan, Pedro realiza su rutina día a día en la mina abandonada, camina observando cada sitio con cierta autoridad y también con cierta nostalgia. Entra a los talleres y allí enciende una radio donde emite las frases de su presencia en el lugar, esperando quizás alguna respuesta.

En la soledad, Pedro continúa su rutina negándose a la verdad que no quiere observar, el paso del tiempo.

Con una cámara que observa fijamente el abandono del lugar -techos averiados, goteras o la oscuridad del taller central- y otra que sigue los pasos de Pedro, el realizador Hermes Paralluelo intenta con este cortometraje hacer un retrato de la soledad humana y los sueños olvidados con el paso del tiempo. Temáticas que le darán la forma e identidad al director como autor.

A lo largo del paso del tiempo del cortometraje, vemos a Pedro realizar un pequeño ritual de bendición de este espacio Planos cerrados de su rostro, que con pequeñas plegarias a un ser superior piden que cuide del lugar. La bendición realizada como un acto de sincretismo entre raíces indígenas y cultura cristiana: la hierba que se quema y emana su humo como despojador de todos los males, el vino de la limpieza, la cerveza batida lanzada como pureza, se entrecruzan con las palabras de Pedro quién ve en este ritual una esperanza para recuperar un pasado que no volverá.

En una entrevista a Paralluelo, señalaba que “la esencia de las personas aparece cuando desaparece la intención”. Quizás esa frase define la imagen que quiere proyectar con esta película, la búsqueda de una naturalidad de puestas en escena que dejan de lado el cálculo del mecanismo cinematográfico, para dar paso a una imagen que nos evoca un discurso transparente que apela al corazón.

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Crítica: «El Botón de Nácar» de Patricio Guzmán

Por: Triztán Zamora / 30 de Septiembre, 2015

Con una amplia trayectoria que lo avala, el director nacional Patricio Guzmán, siguiendo la senda de «Nostalgias de la luz», entrega una reflexion cargada de metáforas establecidas a partir de diferentes relaciones en torno al agua, sus significancias y la memoria del exterminio en nuestro país.

El narrador nos introduce de forma expositiva en la importancia del agua, una primera relación con el espacio -uniendo así la película con su antecesora- para luego dar paso a los imponentes paisajes, hasta llegar al sur de Chile y a los pueblo originarios, los que alguna vez habitaron la Patagonía. La película hace una relación con la dictadura de Pinochet y las técnicas que durante el periodo se usaban para ocultar cuerpos de torturados, los cuales eran lanzados al fondo del mar. Guzmán crea un arco metafórico que comprende estos momentos históricos en torno a dos botones: el primero utilizado por un viajero inglés para llevarse a un indígena, mientras que el segundo es encontrado en el fondo del mar entre los restos de los rieles empleados para sumergir los cuerpos.

El documental plantea una clara postura política en torno a las problemáticas históricas expuestas. No obstante, ciertas analogías se vuelven repetitivas, fomentado por un tono completamente pedegógico en el  relato que a ratos parece no progresar sino al contrario, tornándose redundante. Aún así, existe un importante trabajo fotográfico en la forma en que se captura la belleza de los paisajes patagónicos, con una manera casi irreal que resalta los colores de la naturaleza sin quitarle protagonismo al material de archivo, el cual sorprende por su excelente calidad.

El relato no deja de ser clásico, acostumbrado por Patricio Guzmán en sus obras anteriores. Si bien siempre es interesante la postura del realizador, pareciera ser que el público no se acerca a la salas de cine para ver un documental sobre la memoria del país, sino por el contrario que asiste a ver la última obra del director, y de este modo la figura del Guzmán consume a su trabajo. Pareciese que en adelante no veremos innovaciones en su obra, sin embargo su figura y su punto de vista siempre será atractivo objeto de comentario entre quienes gozan del cine y su expresión documental.