Realizado Sebastián Moreno -director de la recordada “La Ciudad de los Fotógrafos”- y Claudia Barril -directora del infravalorado documental “En Defensa Propia”-, “Habeas Corpus” es un documental que relata la historia detrás de las personas que trabajaron activamente en la Vicaría de la Solidaridad durante la dictadura, instancia desarrollada por organismos de la iglesia que se dedicó a recopilar información sobre los detenidos desaparecidos y los crímenes de estado.
En “Habeas Corpus” resulta interesante la afinidad temática que se traza con el primer documental de Moreno, el cual muestra una transformación paulatina de los fotógrafos desde meros espectadores a protagonistas de su propio testimonio como capturadores y narradores de la historia. Si bien en un comienzo se buscaba crear un registro de lo que acontecía en cuanto trabajo por encargo o como denuncia, poco a poco se van transformando en actores que narran su propio testimonio, historizando su relato personal y convirtiéndolo en eje del documental En “Habeas Corpus”, cabe destacar una percepción de cierta evolución que ha tenido el autor: la recopilación y levantamiento de información, el diseño de su estructura de almacenamiento y su posterior concatenación, son recursos que este directir va resolviendo a partir de sutilezas. Siendo un documental de entrevistas y material de archivo, utiliza una gran variedad de elementos atractivos que mantienen un ritmo dinámico en el relato, el cual se relacionan de manera fluida con la historia de Chile, para darnos con ello una perspectiva sobre la información que deviene en testimonio.
Este trabajo documental retrata un hecho que generalmente se presenta con cierta distancia ante la sociedad: de alguna forma aquellos estantes oscuros resguardan en su silencio grandes dolores que han sido tapados por ese intento ciego y arribista de avanzar sin tomar el peso de las arenas del pasado. Es de esperar que trabajos sobre estas temáticas sean revisados y revisitados en la actualidad de manera sistemática, y no como una excepción. “Habeas Corpus” quizás trasciende del trabajo particular de la Vicaría y de los roles cumplidos por sus integrantes. Más bien trata de visualizar y hacer emerger los rostros detrás de números, de fechas y nombres, los cuales nos son desconocidos; rostros que son parte del dolor de familias detrás de los abusos e injusticias que comenzaron con la dictadura.
Generalmente a estas obras se les reprocha por abordar temas pasados. Sin embargo, resulta pertinente hacerse la pregunta: ¿se puede pretender hablar de la construcción de una patria sin mirar y considerar el dolor de esos ojos?
Este documental cuenta la historia de la construcción del edificio creado para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo UNCTAD, realizada en Chile durante la Unidad Popular. Se logran vislumbrar las intenciones del presidente Salvador Allende para que este proyecto se convierta más que en sólo un edificio para la convención, ya que su principal propósito era lograr reflejar el espíritu de la Unidad Popular. Arquitectos, artesanas y obreros entrelazando su trabajo para esta obra y siendo partícipes de igual a igual con el compromiso de realizar algo que después sería para beneficio de todos.
“Escapes de gas” es un documental que mantiene su relato usando testimonios de algunos participantes en la construcción del edificio, y más que indagar en temas técnicos, el eje de las entrevistas radica en plantear una reflexión acerca de la propuesta que buscaba el proyecto en tanto discurso artístico. El material de archivo facilita la contextualización de las entrevistas y comienza así a develarse una historia silenciada posteriormente por el golpe de estado y la junta militar tras el golpe de 1973.
Entre las cosas que más se pueden destacar de la película, sobresale el intento de hacer un juego sonoro entre relatos testimoniales y el que contiene el material de archivo: progresivamente el desarrollo de la historia de este edificio comienza a transformarse en el hilo conductor para retratar la manera en que los procesos hegemónicos emplazados en un contexto pueden determinar la construcción de un espacio, radicando la pregunta sobre si usarlos a puertas abiertas o a puertas cerradas, es decir, transformándose en un espacio para pocos o en un espacio para muchos.
Finalmente vemos el triste destino de este edificio en manos de la esposa de un dictador, que en vez de potenciar el arte y seguir con las ideas iniciales, y lejos de toda comprensión, da la irrevocable orden de botar los muros. Anulando a su vez cualquier posibilidad de volver a despertar al pueblo y de llamar nuevamente al pasado que construyó los cimientos de este proyecto. Actos que llevan a Félix Maruenda a sentenciar de manera tajante que estos actos influenciaron de manera directa la falsa democracia que se plantea actualmente.
«Escapes de Gas» se exhibe este Jueves 16 de Abril a las 20.00 horas, en el Centro de Extensión UCM Talca, en el marco de miradocs 2015.
Sería gratuito decir que Sebadilla sólo hace “películas de mierda”, en un país donde la gente ocupa demasiadas horas jugando Candy Crush. Donde ciertas personas ven como único lugar para acceder al cine a las salas comerciales de los malls. Donde, de alguna forma, ver cine es la actividad familiar recreativa que va acompañada de comer ese pollo frito con marca de Gobernador, traje blanco y aires de Ku Klux Klan. Luego, sentarse en una refrescante sala de cine con una bolsa de cabritas que cuesta diez veces más que su verdadero valor. De alguna forma prejuiciosa, el público que frecuenta esta actividad va a ver un tipo de cine al lugar donde quieren estar. Podrían escapar de su realidad, inculcar a sus hijos hacia donde tienen que ir para “dejar atrás toda la chusma”. ¿Es ahí adonde apunta el cine de los hermanos Badilla?
Al parecer, es ofensivo para los realizadores nacionales e intelectuales locales usar los códigos americanos para hacer cine comercial, dado el tipo de crítica que generalmente se lanza sobre estas películas. Pero, en algún grado, parte importante del cine chileno que cree ser beneplácito con su público, no dista mucho de la creación de personajes arquetípicos, presentando sujetos insertos –sino adscitos- a un modelo neoliberal. Un personaje ya amargo en su individualismo, que vive resignado a lo que le da la sociedad, egoísta en manejar sus relaciones y que solo quiere una mujer que cumpla cierto cánon para poder ser no solo aceptado, sino que ganar a los demás y así sentarse a comer su felicidad envasada. Después de este clásico viaje metafísico que es la historia de una película -ramplón o complejo, depende el caso-, el personaje rectifica su conducta y visión de vida, el cual generalmente termina siendo una parábola neoliberal y amarilla: “endéudate de acuerdo a lo que puedas pagar” y termina el viaje. La diferencia que existe en las películas de los hermanos Badilla es que hacen un tipo de cine con elementos habituales de un producto, construyendo guiones con convencionalismos americanos conocidos.
Una obra cinematográfica busca generalmente un tipo de empatía hacia determinado público, incluso aquellas que lo niegan, dando la sensación que un segmento se sentirá identificado con lo expuesto, ya sea como partícipe intelectual, en su sensibilidad o desde su cosmovisión de la realidad. Eso hace ser extraño al cine de Sebadilla, ya que un punto a considerar, siendo éste una autoafirmada copia sudaca del edén hollywoodense, es la manera en que se relaciona con un tipo de público que se siente sincronizado con las ideas exhibidas, presentandose un espacio de identificación en la manera de mirar hacia la tierra de Bruce Springsteen, posiblemente opuesto a quien mira hacia el cine chileno “de autor”. Lo extraño en esta relación es el publico que adscibe en masa a este tipo de películas con favorable respuesta según los índices objetivos de audiencia, aunque tampoco para ser considerado un “éxito” según la crítica. De alguna forma ¿Quién va a ver estas películas si no se siente un grado de identificación?
Ese parafraseo que se mal acostumbra llamar “público promedio”, le es más interesante a Sebadilla que una búsqueda introspectiva de un “Chile profundo”, y que si buscan otros cineastas de manera muy distante. El Chile de Sebadilla es el que algunos sueñan en los matinales de televisión, que aparece con olor a pan en el desayuno: inofensivo y divertido, donde toda la comunidad juega a actuar, donde ocurren chascarrillos divertidos que no ofenden a nadie.
El cine de Sebadilla es honesto con esa realidad construida e idealizada, a diferencia de otras películas con aires populares que confunden ir a comer hot-dogs a una bomba de bencina como “una picada”. De alguna forma, el cine de los hermanos Badilla es como un patio de comidas rápidas, pero sin una gran franquicia internacional detrás. Sería como “yappy dog”, “fut pizza”, “lomitelerex”, una copia local igualmente aceptada, donde las cajeras están sumidas en el aburrimiento mirando como pierden su tiempo a cambio de un sueldo mínimo. El dueño de ese lugar, con aires de terrateniente, juega con las muchas-pocas ambiciones de una comunidad abdandonada, construida en el prejucio y en la imagen banal.
Es un hecho que en Chile existe una devoción sacra e institucional por cualquier miembro de la familia Parra, culto que refiere a un grupo selecto de artistas nacionales que están en una especie de exilio social, llenos de “ceremonias ceremoniosas”: se los ubica bajo el sol mientras una autoridad da un lindo discurso interminable sobre “lo solemne que es tenerlo acá, aunque realmente no lo conozco bien”. De estas castas familiares relacionadas con el rescate cultural, siempre hay un pariente chico, un olvidado, un infravalorado. En este caso este es la historia de Óscar Parra, el menor de los Parra.
Conocido con nombres refrescantes como el “Tony canarito”, y actualmente como “El Tata Picarón”, la película se centra en lo que él llama “sus últimos días”, amenaza que nunca se concreta. Vemos sus días entre las cañitas de vino, los paseos al bazar, las conversaciones con la gente que lo quiere, su vida de hijo ilustre del barrio y relatando historias de su pasado. Entre las conversaciones, los chistes, las canciones picarescas, Óscar Parra tiene la añoranza de retornar a Chillán. Su personalidad hace no solo ser el hilo conductor de la historia, sino que de alguna forma el amo y señor de un relato que en realidad tampoco le importa: su personalidad la toma la forma de registrar, construyéndose un documental con elementos que nos hace incluso perder una idea de temporalidad y no tener tan claro en qué año estamos. Esto consigue granes escenas documentales, como la celebración de un caótico cumpleaños en una especie de parque perdido en Santiago, con la infaltable torta de piña. Esos momentos hacen imposible no querer a tal personaje.
El Parra menos Parra es un documental que saca carcajadas, ya sea con los chistes pícaros de “Canarito” o las canciones en doble sentido. Y su vida, que de alguna forma es un nostálgico chascarro, transforma a esta obra en un documental loable, dando otro giro a elementos de la nostalgia. El protagonista, a pesar de dominar el relato, no es egocéntrico o autorreferente, ni encausa la historia a egoísmos menores. Su simpleza nos convoca a seguir en este divagar de sus últimos días de su vida, y cumplir los últimos sueños como deambular por esas viejas calles de la ciudad, dando alegría a esos panteones arquitectónicos de otro Chile, que de apoco cae en el sueño sin fin.
El documental El Parra menos Parra se plantea como una obra poco ambiciosa, que no busca nada más que ser el testimonio de Óscar Parra, algo que al mismo tiempo lo hace ser una gran pieza. A pesar de tratar temas como la nostalgia y lo crepuscular, se demuestra la alegría de un personaje que está reconciliado con su vida regalando alegría desde una humildad sincera, que logra algo que no surgía hace mucho tiempo en el cine local: salir con una gran sonrisa. Es un documental refrescante, casi como un melón con vino en una tarde de playa.
No tenemos claro si Crónica de un comité es el primer documental o el tercer largometraje de la dupla Sepúlveda-Adriazola, tras las aplaudidas “El Pejesapo” (2008) y “Mitómana” (2009). En este trabajo nos adentramos en la historia de Manuel Gutiérrez, joven baleado por policías en una noche de movilización social. Su hermano Gerson y el activista Miguel Fonseca inician acciones para que el responsable del disparo pague por ello. Este acontecimiento es la oportunidad para tratar numerosos problemas estructurales que presenta Chile desde el punto de vista de sujetos desligados del descontento social, pero que a partir del conflicto emerge en ellos la necesidad utópica de cambiar el sistema y hacer justicia, utopía planteada como sueño en una nueva visión social. Esto los lleva salir de las “completadas” y actos vecinales para tratar de tumbar el sistema desde la cima, desde los poderes fácticos, desde los rostros de matinal, sumando a todos aquellos que puedan aportar a hacer ruido y mediatizar la demanda de justicia.
En la propuesta visual, Crónica de un comité es una interesante evolución de los directores, no solo por lo que ellos llaman “creación horizontal”, siendo una película que deambula entre el documental y el “videismo”, donde su vieja forma de construir un relato es invadido por los golpes tecnológicos proporcionados por el empleo de cámaras en todas sus posibilidades. La cámara se muestra en ocasiones como respuesta a algún personaje, amenazando con ella como si se tratase de una Colt en el desierto, o empleándola en manifestaciones como si fuesen bayonetas trancando el paso a los opositores. Muchas veces la camara no es operada por los cineastas, sino por los mismos sujetos documentados, lo que propone una lectura aun más compleja. De alguna forma, se busca el testimonio más directo, donde la cámara en la mano del protagonista decidiendo qué mostrar, nos hace entender a los protagonista desde todos sus perspectivas, ya no solo desde un prisma convencional o al servicio de entender el discurso, tanto de los directores como el de la historia de denuncia, sino que también sus lados más oscuros o inconsecuentes, incluso los que se pueden hacer sentir como ridículos, porque lo que se exhibe no es más que el testimonio de una utopía.
Aparte de este hilo conductor, el relato se acompaña poéticamente con la imagen de una puerta en un segundo piso, caída libre donde también existe una sensación de venganza sin luto, como esos personajes de épocas doradas del cine clásico: todavía no se apaga el humo de lo que alguna vez fue su hogar, yacen los cuerpos de quienes hace unos días abrazaban con cariño. Los protagonistas de Crónica de un comité se ven obligados a partir a buscar venganza en un entorno donde da la sensación que si no es con tus propias manos, nunca habrá justicia.
Por sobre el resultado, Crónica de un comité es un trabajo que vuelve a encender el debate y que no sólo se concentra en la anécdota o en el curso que este acontecimiento puede tener. Incluso se aleja de un tipo de cine íntimo, e intenta cuestionar el tema del conflicto central o la idea de una sociedad nuclear construida en imagenes. Crónica de un comité exhibe las consecuencias de un Chile construido desde la omisión, y plantea como algunos hechos pueden terminar haciéndonos entender una sociedad inmersa en un ambiente de guerra fría no asumida.
Hay algo que diferencia a Jesús Franco de cineastas como Russ Meyers, John Waters, Roger Corman, Joe D’amato e incluso Lucio Fulci. Es inexplicable, pero a diferencia de los otros autores, da la sensación que padecía dislexia cinematografica. Y eso es lo más facinante al ver las peliculas de «Jess Franco», quien falleció este martes 2 de Abril en Málaga, España.
En sus películas se sentia un ambiente de excesos de fetichismo, LSD y bohemia con aquella música indescriptible, en especial en su cine erótico bordeando con lo pornográfico e incluso lo bizarro. Donde todo es tan natural, las mujeres tienen pelos en las axilas, narices chuecas, maquillaje corrido, bragas sucias… Jesús Franco es sincero en sus films en una negación a la ficción elitista, esa que sólo busca ser real en la perfeccion. La indiferencia a la precariedad de presupuesto permite incorporar al relato la sensación que muchas de estas pelicula son terminadas de golpe por razones de presupuesto, sin que ello importe demasiado.
Aunque su cine no sea de carácter intelectualoide o material de investigaciones de Doctorado, en sus entrevistas podemos ver que Franco posee una teoria muy clara de cómo hacer cine, incluso una «anti técnica» frente a los convencionalismos, pro también un gran amor por el oficio.
Sobre la dislexia cinematográfica, podemos ver permanentemente sus tomas de duraciones forzosamente extensas, movientos de cámara bruscos, zoom contra zoom, actuaciones de primera toma, escenarios de plumavit, mascaras hechas con paté…un verdadero estilo barroco y a la vez gótico. Al igual que otro colega recientemente fallecido, Jean Rollin, el vampirismo urbano y el neolesbianismo, adquieren una forma de pelicula con ritmo de jazz psicodélico: Franco parecía colocar en sus oídos cotones de LSD para lograr tanta demencia, dándonos un espectro surrealista con más identidad que un limitado intelectualoide tratando de jugar a ser Proust.
Sus amistades fueron emblemáticas y variadas. Desde Orson Welles, con quien tenía una gran amistad debido al placer que tenia este obeso y juerguero director por España, como con el desquiciado actor Klaus Kinski, quien amaba trabajar en rodajes baratos y con directores mediocres
Franco es un cineasta caótico, que al final de todo es el último panteón de un cine de bajo presupuesto con errores debido a su precariedad, que de alguna forma u otra es una lucha contra la censura y los temas tabú de la sociedad, mucho más fuerte que un cine burgués lleno de peliculas sin ese calor que nos puede dar un cineasta dislexico, bohemio, fanático de las guarras como Fellini, y otros suiticos terminados en ini…
El concubinato era algo que los Romanos intentaron erradicar proscribiéndolo tanto social como legalmente. Considerado una mala costumbre aprendida de los liberales y excéntricos griegos, al parecer lo encontraban primitivo y muy alejado de su forma de concebir el orden, más distante aún de lo que los helénicos llamaban democracia. Hablando de la democracia, era el placer de los Romanos y ex-Romanos por ser dominados siempre bajo un yugo, un emperador oligofrénico, un dictador fascista o un empresario mafioso, pero en una comunidad que dice ser católica y que al mismo tiempo conserva plazas y estatuas con alegorías sodomitas, pasado de juergas dantescas de una Roma que era más fiesta que imperio. Así es la contradictoria Italia referente de la moda y cuna del neorrealismo, conceptos tan dicotómicos tan incongruentes como la misma Roma, donde es difícil no pensar en todo esto al momento de hablar de Fellini, responsable de una tan sincera y demente inconsecuencia como tambien lo es el pueblo que representa.
Fellini al parecer era un tipo excéntrico, al parecer muy similar al personaje que interpreta Peter Seller en “tras la pista del zorro”, un hiperventilado cineasta cuya forma de dirigir era cómica, y no esa versión metrosexual que se buscaba representar siempre reflejándose en un actor como Marcello Mastroianni. Es imposible no conectar 8 ½ con Italia y con el mismo Fellini, asi comoes difícil culpar a un cineasta de que Italia sea como es… pero sí es más fácil culpar a una película.
Guido es Fellini. Un famoso cineasta que al parecer se encuentra realizando un film de naves espaciales en donde lo único que está claro es que tienen un escenario en un desierto a medio armar, aparte de que no sabe qué hacer con la película de la misma manera que no sabe qué hacer con su esposa. Tampoco sabe qué hacer con su amante, ni si le atrae la joven novia de su gran amigo, no sabe si extraña su pasado, no sabe qué hacer con su amor platónico, no sabe si lo que siente es nostalgia o si debe culparla de sus temores del presente, si quiere escapar de todo. Guido tiene las cosas menos claras que Hamlet, y a pesar de todo tiene que aparentar frente a sus productores, periodistas y amigos, de que si va a hacer una película. Fellini siempre admitió ser un mentiroso. El cine es un oficio de mentirosos, de escritores maquillados que no saben escribir y que por eso hacen cine, o personas que disfrazan su procedencia y la vuelven en cine. La película se concentra en cómo esta madeja de problemas se van combinando con su nostalgia, con sus momentos oníricos y la realidad que no dejan en ningún momento de ser uno o lo otro.
Es un filme de brillantes contradicciones, no solo es una reflexión individual de un director que no tiene claro qué hacer con su vida, pero termina siendo un ensayo de qué es el cine. La palabra «cine» no solo simboliza un grupo de anticuados haciendo películas de duelos, galanes de ojos delineados y buscadores de tesoros. La palabra cine, en su origen, significa movimiento, y esta película cuestiona los elementos estáticos que se ha impuesto la sociedad, en especial, en el viejo continente donde también creen ser creadoras de las rígidas directrices que fijan los cánones de moralidad, basado en la demencia de algún emperador guerrero incoherente fanático cristiano.
Vida y Muerte… siempre vemos ese juego, la sensación de soledad, a pesar de estar rodeado de un zoológico de seres extraños, sus personalidades y estereotipadas vestimentas nos recuerdan a la etapa de caricaturista de Da Vinci. Fellini desde niño amaba los circos. Para él, el mundo que lo rodeaba era sólo un circo con personajes extraños, tanto en su forma como en sus acciones. La ausencia de la partida de alguien, o tal vez de su propia partida, de esa eterna sensación de que la película habla de un autoexiliado, de un mundo onírico ahogado en el presente y en las ausencias del pasado, en esa búsqueda de lo que se a perdido en el tiempo de vida avanzado. Esa sensación de ser una reflexión madura a portas del final, algo que siempre queda como sensación en los filmes de Fellini cuando sus protagonistas quedan mirando el horizonte con ese sentimiento encontrado y con un desaire de partir, dando a entender que esa parece ser la única opción.
La mentira nunca pudo aproximarse tanto a la verdad. Con música de Nino Rota que resume todo ese espíritu de Fellini, llena de diferentes pasajes y con variados sabores, aromas, esa melodía nos da la sensación de que de lo cómico y sin sentido es como avanza el mundo, esa sensación de ver a Marcello Mastroianni como siente que ya no es él, y que no sabe quien es ese hombre que esté en el espejo, trata de armar a Guido, o recrearlo, con sus recuerdos, e intenta de completarlo con hologramas que ve de él en esas mujeres que dice amar o desear. La semiótica de los personajes es una flora que crea como espejos que se convierte en cuadros de su pasado, y eso se combina con los juegos de elipsis en espacio y tiempo, donde el presente no es lineal, es circular vuelve a los recuerdos y hasta se pasea por los sueños.
Las mujeres de Guido. Cada una de ellas representan sabores, aromas, colores, texturas. Una visión machista y sincera, un machismo que entiende que no sabe qué domina, ni si se domina a si mismo, filosofía primitiva y salvaje. Más que quererlas, amarlas, desearlas o extrañarlas, él quiere esos momentos, esas pasiones, esa vida. Pero ese duelo de vaqueras está principalmente entre su esposa y su amante, aunque son más los bandos involucrados. Su esposa es el simbolismo de todo lo rígido, y al mismo tiempo la necesidad de estabilidad que busca el hombre desde que se volvió sedentario y la usó como cimiento, cuando empezó acotar el mundo evitando las cajas de Pandora. La amante, es la diosa de los demonios, libre, loca incontrolable. ¿Su esposa fue alguna vez así? Claro, cuando jugaban, cuando estaban locos y borrachos. Siempre existe un esplendor, ese instante, ese que se persigue, se obsesiona, se lucha. Y cuando esto ocurre… después se intenta volver a recordar o extrañar.
Tal vez volviendo a ese momento en que los protagonistas de los filmes de Fellini reflexionan, entendiendo que es ese el esplendor que buscan, que al final solo son esencias, y que tal vez como la Luz se tiene que entender que se es aura y carne, que se tiene que entender esa Dualidad. Fellini tiene razón en algo: el cine no se escribe, el cine se maneja de otra forma… el Cine es Luz, y del papel queda lo que fosilió la luz. Ambos tienen su sentido casi opuesto. En 8 ½ se a apela que el cine tiene que buscar su forma de luz. Por otro lado, éste es el Fellini mas criminal de criminales, nos dió una película que al igual que otros hitos suyos, es el Fellini que vende Italia como marca, esa Italia de multitienda, esa Italia estereotipada, esa Roma que sirve para la cámara de turismo. Pero también podemos sentir más que un Fellini sofisticado, que come en platos con diseño de Restaurante Internacional de cinco tenedores, un sabor campestre y una fiesta de manteles de tela escocesa, cocineras gritando “pasta al pesto!!!”, hombres gritando por que la pasta estaba fría. Ese sabor con mas sapiencia, con tonos fuertes y una formula propia que nunca se parece cada vez que se vuelve a cocinar. Pero todo es, a la vez, 8 ½, esa película de ese cineasta tan amante de las tetonas como Russ Meyer.