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Artículos Columnas de Vittorio Opinión

Crónica de un comité

Por: Vittorio Farfán / 08 de abril, 2015

No tenemos claro si Crónica de un comité es el primer documental o el tercer largometraje de la dupla Sepúlveda-Adriazola, tras las aplaudidas “El Pejesapo” (2008) y “Mitómana” (2009). En este trabajo nos adentramos en la historia de Manuel Gutiérrez, joven baleado por policías en una noche de movilización social. Su hermano Gerson y el activista Miguel Fonseca inician acciones para que el responsable del disparo pague por ello. Este acontecimiento es la oportunidad para tratar numerosos problemas estructurales que presenta Chile desde el punto de vista de sujetos desligados del descontento social, pero que a partir del conflicto emerge en ellos la necesidad utópica de cambiar el sistema y hacer justicia, utopía planteada como sueño en una nueva visión social. Esto los lleva  salir de las “completadas” y actos vecinales para tratar de tumbar el sistema desde la cima, desde los poderes fácticos, desde los rostros de matinal, sumando a todos aquellos que puedan aportar a hacer ruido y mediatizar la demanda de justicia.

En la propuesta visual, Crónica de un comité es una interesante evolución de los directores, no solo por lo que ellos llaman “creación horizontal”, siendo una película que deambula entre el documental y el “videismo”, donde su vieja forma de construir un relato es invadido por los golpes tecnológicos proporcionados por el empleo de cámaras en todas sus posibilidades. La cámara se muestra en ocasiones como respuesta a algún personaje, amenazando con ella como si se tratase de una Colt en el desierto, o empleándola en manifestaciones como si fuesen bayonetas trancando el paso a los opositores. Muchas veces la camara no es operada por los cineastas, sino por los mismos sujetos documentados, lo que propone una lectura aun más compleja. De alguna forma, se busca el testimonio más directo, donde la cámara en la mano del protagonista decidiendo qué mostrar, nos hace entender a los protagonista desde todos sus perspectivas, ya no solo desde un prisma convencional o al servicio de entender el discurso, tanto de los directores como el de la historia de denuncia, sino que también sus lados más oscuros o inconsecuentes, incluso los que se pueden hacer sentir como ridículos, porque lo que se exhibe no es más que el testimonio de una utopía.

Aparte de este hilo conductor, el relato se acompaña poéticamente con la imagen de una puerta en un segundo piso, caída libre donde también existe una sensación de venganza sin luto, como esos personajes de épocas doradas del cine clásico: todavía no se apaga el humo de lo que alguna vez fue su hogar, yacen los cuerpos de quienes hace unos días abrazaban con cariño. Los protagonistas de Crónica de un comité se ven obligados a partir a buscar venganza en un entorno donde da la sensación que si no es con tus propias manos, nunca habrá justicia.

Por sobre el resultado, Crónica de un comité es un trabajo que vuelve  a encender el debate y que no sólo se concentra en la anécdota o en el curso que este acontecimiento puede tener. Incluso se aleja de un tipo de cine íntimo, e intenta cuestionar el tema del conflicto central o la idea de una sociedad nuclear construida en imagenes. Crónica de un comité exhibe las consecuencias de un Chile construido desde la omisión, y plantea como algunos hechos pueden terminar haciéndonos entender una sociedad inmersa en un ambiente de guerra fría no asumida.

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Artículos / Memoria Opinión

Doblemente Desaparecidos: Ideas a propósito del registro de los Funerales de Luciano Cruz Aguayo (Jorge Müller, 1971)

Por: Carlos Molina González / 26 de noviembre, 2014

Rostros que evidencian largas jornadas de trabajo al sol, la dureza de la vida, de la pobreza y las carencias. Más de allá del cierto lugar común que entreveran estas palabras, dichas son las caras que pueden verse mayoritariamente acompañando el cortejo fúnebre de Luciano Cruz Aguayo, uno de los fundadores del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), quien fallece el 14 de agosto de 1971, y cuyos funerales se realizan dos días después, con largas columnas de personas, venidas desde diferentes partes del país, abarrotando las calles de Santiago.

Campesinos del centro y sur de Chile, como lo evidencian los lienzos en donde aparece nombrado Linares, Hualqui o Ñuble, se reúnen con pobladores, estudiantes, trabajadores y algunos políticos de la capital, para despedir los restos de Luciano. La cámara recorre sus rostros, se pasea entre ellos, como un “marchante” más. Se detiene en algunos, los que llaman su atención por la fuerza e historia que transmiten en medio de ese agitado 16 de agosto.

Un símil de estas imágenes y sensibilidad hacia la gente “común y corriente”, aquellos protagonistas anónimos, y mayoritarios, de la “vía chilena al socialismo”, puede encontrarse en la trilogía “La Batalla de Chile”, dirigida por Patricio Guzmán, en donde es precisamente el “pueblo” (por usar una palabra útil, aunque manoseada hasta perder su real sentido) el principal actor.

Sus sueños, esperanzas, organización, conflictos y desacuerdos con el poder, son los que ocupan la mayor parte del metraje, y llaman más la atención por su convicción y ese sentirse parte activa de un proceso político, como nunca antes había ocurrido ni volvería a ocurrir. Era su gobierno.

Jorge Müller fue su camarógrafo y director de fotografía, y a todas luces parece ser también el autor del material correspondiente a los funerales del fundador del MIR, en el cual él también militaba, formando además parte del Frente de Trabajadores Revolucionarios del Cine, el FTR del Cine, como tantos otros Frentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria existían en los diferentes campos claves de la vida política nacional de ese entonces[1].

La búsqueda estética, un pulso seguro y movimientos fluidos, además de ciertos encuadres (como lo primerísimos primeros planos) son lo que llevan a pensar y tener bastante certeza que Müller es quien filmó estas imágenes desconocidas, y que después de más de 40 años podrán en verse en el marco de la conmemoración del Día del Cine Chileno, en recuerdo del propio Jorge y su pareja, Carmen Bueno, quienes fueron detenidos y hechos desaparecer por la DINA en 1974, durante la dictadura cívico-militar chilena.

No obstante, el punto central a tratar aquí, quizás brevemente, es el hecho de cómo estas imágenes dejaron registro de personas que quizás fueron detenidas, torturadas, asesinadas o hechas desaparecer, cuestión más que probable dada su militancia o simpatía política.

Vistas con la distancia del tiempo, ya no sólo su significado está acotado al hecho de haber dejado para la posteridad un funeral multitudinario, y cómo lo político se vivía en ese momento, sino que sugieren estas otras ideas de qué habrá ocurrido con ellas y ellos, si estarán aún vivos, y si aquel será, tal vez, el único registro en imagen que existe de ellos,  no pudiendo obviar para ello que antes la fotografía no era tan masiva como hoy, sobre todo hacia las zonas campesinas más alejadas.

Aquellas ideas sugeridas por las imágenes que vemos ante nuestros ojos resultan atingentes, así como el hecho de que muy poco se sabe de aquellas víctimas anónimas, de los casos no “emblemáticos”, las que constituyen, fríamente acaso, parte de la cifras solamente, un número, pero no tienen un rostro. No se trata de ver esto como algo de “fama” o cosa por el estilo, sino como un intento de restitución de una dignidad arrebatada y el doblar la mano a aquel acto de hacer desaparecer a esas personas, de negar su existencia, de borrarlas, a la larga, de la memoria de una comunidad.

Desde sus inicios el ser humano y la imagen, la representación, han estado ligados. Finalmente esta última subsiste al primero y es el vestigio de lo que fue, de lo que estuvo aquí. Vuelve a presentarlo frente a sus pares y generaciones futuras. Presencia de la ausencia.

En cierto modo, y como lo hace notar Ana González en el documental “La Ciudad de los Fotógrafos”, de Sebastián Moreno, el no tener una fotografía de alguien es como si no hubiese existido. Ésta, en nuestros tiempos y ya desde su invención, es el vestigio más patente, y potente, que queda de alguien. Es la presentación, la constatación más fuerte si se quiere, de la existencia de alguien para aquellos que no lo conocieron. Lo reviste de una “humanidad”, lo erige como una persona en sí, como un “algo” concreto.

Por ello la importancia de estas imágenes, de su exhibición pública, para que así esos rostros nos sean reconocibles, se les considere parte de aquel proceso político, y no queden sólo bajo el rótulo de “el pueblo” y un número. Y a su vez, y por qué no, que en un futuro no muy lejano puedan ser efectivamente reconocidos, que eso rostros anónimos y esos nombres sin rostro se unan, y ellos y ellas no queden como doblemente desaparecidos, de cuerpo y de imagen.


[1] Para conocer más de dicho Frente, revisar el texto “Imágenes desparecidas, imágenes re-encontradas: Un acercamiento al Frente de trabajadores Revolucionarios del Cine”, del mismo autor, en  http://issuu.com/cimolinag/docs/r7a/24?e=0

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Artículos / Memoria Opinión

Año Santo Chileno: Imágenes de la memoria

Por: Luis Horta C. / 26 de noviembre, 2014

I. Las últimas imágenes

El 24 de Noviembre de 1974, Jorge Müller y Carmen Bueno, junto al matrimonio de documentalistas Jorge di Lauro y Nieves Yankovic, registraban las actividades de clausura del Año Santo Chileno, actividad religiosa realizada en el Templo Votivo de Maipú. El rodaje había sido preparado en sólo cuatro días, y las imágenes revisten un aura conmovedora, al registrar una actividad fervientemente popular, masiva y abierta a la comunidad cuando se convivía con la violencia de Estado, las desapariciones y la muerte. Una fiesta a la vida no podía sino ser una alegoría hacia todo ello y la política del terror instalado por la dictadura militar, que intervenía cada una de las capas de la sociedad.

El 28 de Noviembre, Jorge y Carmen asistieron al estreno de la película chilena “A la sombra del sol”, en la que ambos participaron. Dirigida por Silvio Caiozzi y Pablo Perelman, hoy es leída como un importante testimonio antropológico, al ser filmada en la frontera con Bolivia e incorporando, en un rodaje basado en una historia real, a la comunidad de Caspana. Al día siguiente, agentes militares detienen a Jorge y Carmen, son llevados a centros de tortura y hasta hoy sus cuerpos están desaparecidos. No hay responsables y el crimen se mantiene impune. Los registros de “Año Santo Chileno” nunca serían editados, y tanto Jorge di Lauro como Nieves Yankovic, impactados por la noticia, nunca más volvieron a realizar un documental autoral.

II. Una película desaparecida

Establecer un archivo significa no necesariamente hablar de un objeto. Una serie de películas abandonadas en una vieja bodega no es necesariamente un archivo, así como tampoco lo es un sólo rollo de 16mm. Se entiende por archivo a una colección de documentos administrados y puestos en acceso, con el objetivo de dotarlos de un sentido frente a un otro que se relaciona con éstos de manera individual o colectiva.

La película “Año Santo Chileno” técnicamente no se terminó ni se editó, y durante años fue Jorge di Lauro quien conservó los copiones, hasta que con Sergio Trabucco hicieron un telecineado a video, el que que permitió su visualización pública hacia finales de la década de los ochenta. Los materiales fueron resguardados por Trabucco, y serán exhibidos nuevamente en la conmemoración del Día del Cine Chileno organizado por la Cineteca de la Universidad de Chile junto al Cine Club.

El caso de “Año Santo Chileno” es paradigmático, principalmente entendiendo que las imágenes testimonian la vida, la presencia concreta de dos cineastas de 24 y 27 años, los que dan cuenta de la pasión generacional por enfrentar su realidad. Estas imágenes brindan al posibilidad de acceder a un país extinto, a los vestigios de un sentido de comunidad, y la oportunidad de encontrar en la imagen el acontecimiento, el sentido social, la realidad humanista que emerge en dicho contexto. Ellas sobreviven en este caso no en el fetiche objetual, sino en el punto de existencia con un público capaz de recogerlas y tomarlas como propias, entenderlas como parte de los mecanismos constitutivos de un ser social cuya pertenencia identitaria se haya no solamente en sus imágenes, sino en sus desaparecidos y el dolor que causa de manera simultánea las pérdidas.

Y aún así, las imágenes sobreviven, nos provocan la alegría de conocer la existencia de profesionales virtuosos, sensibles y capaces de enfrentar la realidad con el arte cinematográfico.

III. El arte como forma de protesta

En 1973, Jorge Müller ofició como director de fotografía del documental que posteriormente se bautizaría como “La Batalla de Chile”. Su cámara de 16mm inquieta y dúctil penetró las honduras del clima hostil que se vivía en los meses previos al Golpe Cívico-Militar. La cámara escruta, sabe cambiar de altura y de objetivo de acuerdo a las necesidades expresivas de situaciones no planificadas, propias del documental, sabiendo además que el material fílmico es escaso. Jorge Müller se introduce junto a Patricio Guzmán a un departamento burgués bajo pretexto de entrevistar a sus habitantes, más la cámara sabe perfectamente que no es sino el pie inicial para registrar el hábito cotidiano de una población que no sabe a lo que enfrenta, que vive el extrañamiento de la normalidad, que no siente la necesidad de entender la realidad como una excepción efímera, invaluable y capaz de documentar. La cámara se aleja de la entrevistada haciendo el ejercicio inverso del periodismo, y opta por mostrar aquello que tanto nos fascina: los adornos, la administración de los muebles, el whisky y los cigarrillos que abundan en periodos de escasez y filas. Jorge Müller era capaz de entender la cinematografía en su esencia, dándole la espalda a la información banal para dejar entrar en la imagen aquel testimonio del Chile que, sentía, podía escapar.

En “Año Santo Chileno” el ejercicio es similar. Müller concentra la imagen en las claves alegóricas, las manos en alto de la multitud unida por la fe, la convicción y la pasión. Mientras tanto, los centros de tortura empleaban técnicas aberrantes para exterminar físicamente a miles de compatriotas, sean estos militantes de izquierda, opositores o simplemente detenidos por equivocación. No importaban las razones, las órdenes entregadas por la DINA eran parte de una estrategia por instalar el miedo como forma sicológica de relacionarse en este nuevo modelo impuesto desde el 11 de Septiembre de 1973.

A cambio, Jorge Müller se centra en la imagen de la luz al interior de la oscura iglesia, propone reforzar la carga alegórica de la imagen por medio de planos cerrados que aíslan los objetos de la realidad, de la misma manera en que el fervor popular instala una nueva dimensión de los sujetos en el espacio público. Los detalles surgen permanentemente: remolinos, estrellas u ofrendas son extractadas del contexto, pero además deteniéndose en los rostros de los peregrinos, el sujeto popular en tiempos de dictadura superpuesto al dolor y al miedo, reunido de manera colectiva y frente a la cámara. Resultan igualmente conmovedoras las imágenes de Raúl Silva Henríquez, ferviente opositor a la dictadura y que tan solo un año después de asumida la Junta Militar emerge frente a la gente, entregando una reflexión sobre la paz social y los valores humanistas.

La cámara de Müller tiene la sensibilidad de captar la sensibilidad popular que ingresa en la institución eclesiástica por medio de danzas tradicionales, las cuales se yuxtaponen de la misma forma que en la película “Andacollo” (Jorge di Lauro y Nieves Yankovic, 1958), valioso registro documental sobre la fiesta popular que concentra a masas populares en torno a la virgen.

En “Año Santo Chileno” la operación fílmica incorpora estas manifestaciones populares con delicadeza por medio de planos generales que proponen una lectura sobre la masa como motivo de cambio espiritual y social, sumado a la ferviente raíz e identidad que emerge en cada secuencia con planos de los rostros y las manos en planos secuencias que abstraen las posibilidades alegóricas de la imagen. El colectivismo implícito en un proceso cultural dominado por la religión se resalta con las tomas exteriores, que buscan un tipo de luz sobre los rostros que los dota del aura sobre el contexto social del país.

IV. No olvidar

Numerosas publicaciones han sido destinadas a los estudios en cine durante los últimos años. Igualmente ediciones en DVD de antiguas películas y exhibiciones han recuperado algunos aspectos del cine nacional. Sin embargo, la institucionalización del archivo y los relatos historiográficos han olvidado involuntariamente, o por desconocimiento, el rol del matrimonio Di Lauro – Yankovic en el desarrollo del audiovisual local.

La misión no es el reproche, sino más bien las posibilidades que se abren. ”Año Santo Chileno” no debe permanecer oculta por el contexto en el que se filma, pero además por ser un valioso registro que da cuenta del talento, sensibilidad y capacidad de dos jóvenes cineastas como Jorge Müller y Carmen Bueno. Ambos fueron desaparecidos en la edad que tienen hoy los estudiantes de cine, y eso permite entender que existe una historia previa que sustenta la existencia del cine actual. Existen así imágenes necesarias y fundamentales, y la responsabilidad por no perder el sentido y la naturaleza de la imagen fílmica es el llamado de los archivos recuperados, divulgados, puestos en valor y entregados a la exhibición colectiva. La existencia de “Año Santo Chileno” y su proyección a 40 años de su filmación en la Universidad de Chile contribuye al encuentro entre generaciones gatillado por la emoción y la memoria.

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Artículos Ensayos Opinión

Porque Podemos

Por: Carlos Molina González / 10 de julio, 2013

El ser humano normaliza, naturaliza lo que aprende. Así es como ha “funcionado” desde hace miles de años y lo seguirá haciendo. Así es como ha construido la realidad que habita y reproduce día a día. Por esa razón, el que estemos rodeados de imágenes, como probablemente nunca antes lo habíamos estado en nuestra historia, no constituye rareza alguna.

Convivimos con ellas, las capturamos, las transformamos, compartimos o almacenamos. Y seguramente, si de un día para otro desaparecieran, buscaríamos el modo más rápido para comenzar a producirlas de nuevo, en ese casi instinto por trascender, dejar constancia que se estuvo “aquí”, de vencer la muerte.

A través de las imágenes conocemos el mundo, nuestra ciudad, una parte del pasado, o podemos ser partícipes de algo sin siquiera movernos de nuestro hogar. Gracias al streaming, a un celular e internet, está la posibilidad de “ir” a un concierto o a una protesta. Nos acerca y nos aleja de nosotros, como comunidad, todo en un mismo movimiento.

Pero más allá de esas consideraciones, nos detendremos en el hecho de que “sólo necesitamos” (no podemos obviar la parte monetaria implícita en estas tecnologías) de un celular y una conexión a internet para hacer esta transmisión en directo. Ya no requerimos de un estudio móvil, ni de grandes equipos humanos. La calidad de imagen y sonido podrá no ser la mejor, pero lo que importa es la inmediatez (el “estar” ahí) y la facilidad para lograrlo, que en sí misma ya es una inmediatez, concepto tan propio de nuestros tiempos.

Treinta años antes, más menos, la irrupción del video analógico puede decirse que provocó una revolución parecida a la de ahora. Quizás la palabra revolución resulte un tanto exagerada, pero es innegable que a partir de ese momento más personas podían tener la posibilidad, por los menores costos, de realizar una película, dejar registro ya no sólo en fotografías de hechos importantes para la sociedad, o bien de reuniones familiares que importaba inmortalizar.

Hoy en día aún más personas tienen dicha posibilidad con el video digital. Los costos son más bajos, e incluso está el “milagro” del crédito. Así, resulta cierto que, tal como ocurrió en su momento con la fotografía, la imagen en movimiento progresivamente se ha ido democratizando, teniendo muchos ya la oportunidad de dejar algo, de perpetuarse a través de ella.

Ahora bien, las mayores preguntas, y cuestionamientos si se quiere, debiesen hacerse en este momento, antes que se produzca una nueva “revolución” tecnológica, antes que podamos grabar, por poner un ejemplo, videos en 3D con los celulares u otro aparato de bajo, o relativo bajo costo (si es que aquello ya no es posible).

Registramos todas estas imágenes, cosa que llame en lo más mínimo nuestra atención y, casi por automatismo, presionamos “rec”. Pero para qué, ¿con qué fin queremos grabar? ¿Es porque realmente nos parece importante hacerlo, porque creemos que lo que está frente a nosotros es relevante o pudiese llagar a serlo? ¿O sólo lo hacemos porque podemos, porque tenemos los medios para registrar todo lo que esté a nuestro alcance?

Puede que esa actitud no sea otra cosa que la satisfacción de un cierto deseo, o más bien necesidad, inmersa en esa misma lógica de la inmediatez. Un método de defensa, quizás, ante el miedo que ese momento se vaya tan rápido, sea tan irrepetible, como casi todo lo que nos rodea.

Conocemos muchas veces el mundo sólo a través de una pantalla, de los ojos de la cámara, que son limitados, y por estar tan pendientes de registrar cada instante, no ponemos atención a lo que ocurre fuera del cuadro, que puede ser aún más importante y trascendente desde diversos puntos de vista. Finalmente acumulamos imágenes sin saber muy bien para qué.

Quizás nos falta más reflexión, y preguntarnos por lo que de verdad deberíamos registrar, hacer perdurar. Ser más calmos al momento del “rec”. Recuperar ese cuidado de antaño, en donde sólo filmabas lo que considerabas verdaderamente importante, porque sabías que el material era costoso y que por ende no podías registrarlo todo.

Vivimos en una época (¿o economía?) donde la imagen cada vez se democratiza más en su acceso, en su producción, pero en la cual la misma se ha transformado, al parecer, en una suerte de tirano.

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Artículos Columnas de Vittorio Crítica Opinión

Jesús Franco: El fin del fundamentalismo de bajo presupuesto.

Por: Vittorio Farfán / 03 de abril, 2013

Hay algo que diferencia a Jesús Franco de cineastas como Russ Meyers, John Waters, Roger Corman, Joe D’amato e incluso Lucio Fulci.  Es inexplicable, pero a diferencia de los otros autores, da la sensación que padecía dislexia cinematografica. Y eso es lo más facinante al ver las peliculas de «Jess Franco», quien falleció este martes 2 de Abril en Málaga, España.

En sus películas se sentia un ambiente de excesos de fetichismo, LSD y bohemia con aquella música indescriptible, en especial en su cine erótico bordeando con lo pornográfico e incluso lo bizarro. Donde todo es tan natural, las mujeres tienen pelos en las axilas, narices chuecas, maquillaje corrido, bragas sucias… Jesús Franco es sincero en sus films en una negación a la ficción elitista, esa que sólo busca ser real en la perfeccion. La indiferencia a la precariedad de presupuesto permite incorporar al relato la sensación que muchas de estas pelicula son terminadas de golpe por razones de presupuesto, sin que ello importe demasiado.

Aunque su cine no sea de carácter intelectualoide o material de investigaciones de Doctorado, en sus entrevistas podemos ver que Franco posee una teoria muy clara de cómo hacer cine, incluso una «anti técnica» frente a los convencionalismos, pro también un gran amor por el oficio.

Sobre la dislexia cinematográfica, podemos ver permanentemente sus tomas de duraciones forzosamente extensas, movientos de cámara bruscos, zoom contra zoom, actuaciones de primera toma, escenarios de plumavit, mascaras hechas con paté…un verdadero estilo barroco y a la vez gótico. Al igual que otro colega recientemente fallecido, Jean Rollin, el vampirismo urbano y el neolesbianismo, adquieren una forma de pelicula con ritmo de jazz psicodélico: Franco parecía colocar en sus oídos cotones de LSD para lograr tanta demencia, dándonos un espectro surrealista con más identidad que un limitado intelectualoide tratando de jugar a ser Proust.

Sus amistades fueron emblemáticas y variadas. Desde Orson Welles, con quien tenía una gran amistad debido al placer que tenia este obeso y juerguero director por España, como con el desquiciado actor Klaus Kinski, quien amaba trabajar en rodajes baratos y con directores mediocres

Franco es un cineasta caótico, que al final de todo es el último panteón de un cine de bajo presupuesto con errores debido a su precariedad, que de alguna forma u otra es una lucha contra la censura y los temas tabú de la sociedad, mucho más fuerte que un cine burgués lleno de peliculas sin ese calor que nos puede dar un cineasta dislexico, bohemio, fanático de las guarras como Fellini, y otros suiticos terminados en ini…

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Artículos Opinión

DECLARACIÓN PÚBLICA INVESTIGADORES DE CINE CHILENO

Por: Editor / 26 de septiembre, 2012

Los abajo firmantes, exponentes del campo profesional de la investigación en cine chileno, estimamos necesario dar a conocer nuestro punto de vista sobre el cambio en la orientación de las bases del Fondo de Fomento Audiovisual en la Línea de Investigación, hecho que daña significativamente la producción de conocimiento sobre nuestro cine. En las nuevas bases del año 2012, se lee:

Modalidad única que financia proyectos de investigación asociados al desarrollo de la
industria audiovisual en Chile. En la presente convocatoria se dará preferencia a estudios sobre la industria audiovisual y mercados, en particular al comportamiento de audiencias en Chile y las posibilidades de ampliación de mercado para el audiovisual chileno.
Esta orientación fija un criterio a priori excluyente en los trabajos de investigación,
afectando otras líneas que se han confirmado como un campo en creciente desarrollo, donde académicos e investigadores han aportado al cine como área de conocimiento, generando una valoración importante de nuestra filmografía.

Ello se ha traducido en que durante los años 2005 y 2011 se han financiado cerca de 80 investigaciones que han producido saber relevante sobre nuestro cine, mediante la reflexión crítica y la investigación histórica en diálogo con disciplinas tales como la
filosofía, la estética, los estudios culturales, la antropología, la semiología, la historia, etc.

Orientar la línea de investación solamente a los estudios de mercado y audiencias afecta esta área de desarrollo e interrumpe una política pública de apoyo sostenido a la investigación sobre cine. Esto plantea una paradoja: los estudios orientados a las memoria histórica y a la reflexión teórica sobre el cine chileno son dejados para el libre juego de oferta y demanda de editoriales privadas, y las investigaciones que tocan las variables de mercado e industria encuentran amparo a través de fondos públicos, cuando todos los estudios sobre cine chileno deben ser susceptibles de ser financiados con fondos púbicos.

Esta medida presenta además una anomalía entre la valoración que el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes promueve del cine y aquella que defiende para otras disciplinas como Artes Visuales, Música y Teatro, donde a través de la Línea de Investigación de FONDART los estudios teóricos, críticos e históricos sí encuentran cabida. El cine, al igual que las otras artes, no es solo un producto industrial, sino también un objeto cultural que debe ser estudiado y criticado.

Lejos de ser un tema sectorial, que solo puede preocupar a los investigadores de cine chileno, lo ocurrido en la convocatoria 2012 revela un desconocimiento de la lógica de la generación de Patrimonio cinematográfico, así como de la diversidad de la dimensión cultural, social y artística del cine, el rol esencial que tiene la investigación y la crítica en la cadena de valor de la producción cinematográfica, generando contexto, reflexión y, por tanto, un mejor público para el cine chileno.

A partir de aquí, rechazamos la reformulación de las bases del Fondo de Fomento Audiovisual en su línea de investigación, hacemos un llamado urgente a su revisión, y esperamos una respuesta pública de autoridades y del Consejo Audiovisual respecto a este punto.

Saludan atentamente,

José Miguel Palacios
Candidato a Doctor, New York University

Iván Pinto Veas
Investigador independiente, editor laFuga.cl

Udo Jacobsen Camus
Director Carrera de Cine, Universidad de Valparaíso

Luis Horta Canales

Coordinador General Cineteca Universidad de Chile

Académico Universidad de Valparaíso

María Laura Lattanzi,
Candidata a Doctora, Universidad de Chile – Docente Sociología del Arte

César Barros A.
Profesor Asistente
Department of Languages, Literatures & Cultures, State University of New York, New Paltz

Vania Barraza T.
Profesora Asociada
Lenguas y Literaturas Extranjeras, Universidad de Memphis

Natalia Möller González
Candidata a Doctora, Universidad de Chile

Carolina Urrutia Neno
Docencia e Investigación, Universidad de Chile / Pontificia Universidad Católica.
Candidata a Doctora en Filosofía, mención en Estética, Universidad de Chile.

Daniela Colleoni Villagrán

Investigadora Cineteca Universidad de Chile

Carlos Ossa S.

Académico Facultad de Artes e  ICEI, Universidad de Chile

Marcela Parada Poblete
Docencia e Investigación
Facultad de Arquitectura, Diseño y Estudios Urbanos, Pontificia Universidad Católica de Chile

Elizabeth Ramírez Soto
Candidata a Doctora, University of Warwick

Pamela Pequeño de la Torre
Académica Instituto de la Comunicación e Imagen, Universidad de Chile
Candidata a Magíster Universidad de Chile

Andrea Chignoli
Profesora Asistente Depto. Dirección Audiovisual
Facultad de Comunicaciones, Pontificia Universidad Católica de Chile

Claudio Guerrero Urquiza
Investigador en historia del cine y artes visuales
Estudios de Arte / Universidad Arcis

Felipe Blanco M.
Crítico, profesor y programador de Cine

Ximena Vergara
Magíster Pontificia Universidad Católica de Chile

Carl Fischer
Profesor Asistente
Lenguas y Literaturas Modernas, Fordham University

Dr. Felipe Silva Montellano
Investigador Fondecyt
Departamento de Diseño, Universidad tecnológica Metropolitana

Catalina Donoso Pinto
Profesora Asistente
Instituto de la Comunicación e Imagen, Universidad de Chile

Natalia Cariaga Madariaga
Magíster © Estudios de la Imagen, Universidad Alberto Hurtado

Jorge Iturriaga E.
Doctor en Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile

Paola Lagos Labbé
Académica e Investigadora, Instituto de la Comunicación e Imagen. Universidad de Chile.
Doctora © en Comunicación Audiovisual, Universidad Autónoma de Barcelona

Angeles Donoso Macaya
Visiting Scholar
State University of New York, New Paltz

Tiziana Panizza Montanari
Académica, investigadora y documentalista. Instituto de la Comunicación e Imagen, Universidad de Chile. Magister en Arte y Medios, University of Westminster, Inglaterra

Alfredo Barría
Licenciado en Cine, Universidad de Valparaíso

Mónica Villarroel
Doctora © en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile

Milena Grass Kleiner
Académica e investigadora, Doctora © en Literatura, P. Universidad Católica de Chile

Angelica Franken
Magister U. Catolica, Estudiante Doctorado en Literatura U. de Chile

Vicente Plaza Santibáñez
Magíster en Artes, Universidad de Chile

Macarena Urzúa Opazo
Profesora Universidad Alberto Hurtado-Universidad Finis Terrae
Postdoctorado Fondecyt, Universidad de Chile

Luis Roberto Órdenes Pérez
Licenciado en Historia y Cs. Sociales, Licenciado en Educación Universidad de Valparaíso
Grupo estudios críticos y difusión de cine

Claudia Bossay P
Candidata a Doctora, Queen’s University Belfast

Laura Senio Blair
Associate Professor in Department of Spanish and Latin American Studies
Southwestern University EEUUJaviera Lorenzini R.

Estudiante de magíster en Literatura U. de Chile.

Antonia Girardi B.
Estudiante de Magíster en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile.

Maria Paz Peirano
Antropologa Social, PhD (c) University of Kent UK

Isabel Orellana Guarello
Programadora Festival Internacional de Cine de Valdivia

Ricardo Greene
Académico UCM / Director FIDOCS / PhD (c) en Visual Anthropology, Goldsmiths

Maite Alberdi
ADOC

Roberto Trejo
Investigador Universidad ARCIS

William Thayer

Gilda Luongo

María José Torrealba

Germán Liñero A.

Martin Tironi

Carla Olivares

Isabel Mardones

Luis Mora del Solar

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Artículos Cineclubismo Crítica Opinión

Algunas reflexiones en torno al cierre de la Sala de Cine BF Huérfanos

Por: Luis Horta / 27 de julio, 2012

Este 30 de Agosto dejará de funcionar la Sala de Cine BF Huérfanos, a casi un año de su apertura. El sorpresivo y violento cese de actividades de un espacio que destinó un alto porcentaje de su pantalla a la exhibición de cine chileno, se ha transformado en comentario obligado de las redes virtuales, pero detona una reflexión mayor referido a las formas de acceder al cine nacional y los aportes estatales para el desarrollo de éstas instancias. En definitiva, la carencia de un diálogo sobre políticas públicas vinculadas a la cultura cinematográfica y la educación de audiencias.

Algunas consideraciones que vale tener en cuenta: el 21 de Enero de 2011, revista Qué Pasa publicó la nota “Cine Club se toma Huérfanos”, donde se informaba que la empresa distribuidora de películas BF compraba a la cadena Hoyts el complejo ubicado en la Calle Huérfanos, donde antiguamente se ubicaba el mítico Rex, con el objetivo de “convertir el cine club en un encuentro de la industria chilena”, como señalaba uno de los nuevos dueños.

Lo cierto es que nunca funcionó como Cine Club, -ni siquiera en su nombre- pero si cumplió con ser una alternativa para que la incipiente “industria cinematográfica nacional” contara con una nueva pantalla en -dato no menor- un perímetro que ya albergaba otras cinco salas de cine arte: El Cine Arte Normandie, el Centro Arte Alameda, el Cine El Biógrafo, la Sala de Cine de la Universidad Católica y la Sala de Cine de la Cineteca Nacional de la Fundación Centro Cultural Palacio La Moneda, sin contar las actividades audiovisuales que realiza esporádicamente el Centro GAM como ser sede del FIDOCS.

Los dueños del nuevo complejo cinematográfico llamado BF Huérfanos, -Matías Lira (el mismo director del film “Drama”), Matías Cardone, Steve Ashmore y Carlos Hansen (también miembro del directorio de Colo Colo),- pronto consiguieron un jugoso aporte del Estado por la no despreciable suma de $120 millones de pesos de los Fondos de Cultura en la línea de Apoyo a la exhibición de cine chileno en multisalas, la que financia a privados para que proyecten películas nacionales en sus cadenas cinematográficas. En perspectiva, es una cifra bastante mayor que los $29.864.080 entregadas a la implementación del Cine Arte Normandie, con 30 años en el rubro, o los $20.783.492 asignados por concurso al Cine Club de la Universidad de Chile para adquirir un proyector 2K de Alta Definición, e infinitamente superior a los $3.500.000 entregados a la Casa de la Cultura de Coronel para implementación de su sala de cine. Un análisis de aquellas cifras permite constatar el interés del nuevo gobierno por priorizar el trabajo de la industria de cine nacional, y que instale la comercialización como eje del desarrollo del cine.

Aún así, las regiones siguen siendo devoradas por el consumo, donde solo se proyectan películas en centros comerciales, y bajo esa lógica de acceso, y el Estado parece no tomar responsabilidades mayores en su regulación. El cine de autoría, por así denominarlo, evidentemente desaparece en este contexto, al ser inviable y nada rentable. Por otra parte, aún existen lugares donde no hay salas de cine arte o cine clubes, y el acto cinematográfico solo es canalizado por grandes Mall o, en menor medida, por las migajas de una transmisión televisiva de madrugada que difícilmente alguien se entera.

Con los recursos estatales, BF Huérfanos pudo habilitar cuatro salas de cine, donde una de ellas estaba dedicada completamente al cine chileno (generalmente de corte comercial, aunque también incluía documentales), y que oportunamente bautizaron “Sala Raúl Ruiz” tras la muerte del reconocido cineasta. BF efectivamente contribuyó en estrenar películas locales, así como dejar en cartelera películas desechadas por otras cadenas de cine. Simultáneamente la exhibición de películas norteamericanas ayudó bastante a alimentar el negocio que, cuando no tuvo el aporte del Estado, dejó de ser negocio.

El paradigma de hablar de “Cine Chileno” cuando la realidad evidencia la existencia de “Cines Chilenos”, hizo que la contienda fuera desigual con acorazados como “Violeta se fue a los cielos” del consagrado Andrés Wood, versus “Anónimo”, ópera prima y tesis universitaria de Renato Pérez. Obviamente el público, habituado al consumo, no podrá leer de la misma manera una película de indagación que una película de explotación comercial. Es ahí donde el Consejo de la Cultura ha iniciado un incipiente programa de Formación de Audiencias, pero ¿Quién forma audiencias?. Es evidente que el rol de la formación debería caer en los centros que reúnen esta experticia como son las Universidades, pero ¿Qué rol cumplen las Universidades estatales en la formación de audiencias? ¿Cuál es el fomento a las ventanas de Cine Universitario que realiza el estado actualmente? ¿Los actuales encargados conocen las experiencias desarrolladas por la Universidad de Chile y el Instituto de Cinematografía Educativa?. Inevitablemente si se sigue confundiendo entretención con cultura, o se avanza sin conocer experiencias pasadas e intentando refundarlo todo desde cero, es poco lo que se puede desarrollar este tema, sobre todo si se instala la tiranía del capital como articulador del diálogo.

La Universidad de Chile, la Universidad Católica, la Universidad de Valparaíso, la Universidad Austral, la Universidad de Concepción, entre otras, cuentan con Cine Clubes con una robusta actividad que se ha encumbrado durante años, y que esporádicamente reciben vía concurso financiamientos escuálidos que hacen pensar que para el Estado o el gobierno de turno, son instancias menores a la que podría desarrollar un complejo con fines comerciales. Esta paradoja instala otro problema: ¿Por qué el acceso al arte debe ir de la mano con la comercialización? ¿Es necesario que el modelo de multisalas (y masividad, por ende) sea el articulador del acceso justo al arte cinematográfico? ¿El mercado debe estandarizar las normas de acceso al cine? Evidentemente el rol pedagógico o el uso de la cinematografía como canal cultural queda relegado a la invisibilidad y a un rol poco útil, porque no genera capital financiero, y bajo el prisma neoliberal el capital intelectual es inútil. La política gubernamental actual contribuye a realizar esta lectura: subvención a la empresa privada para que realice un mecenazgo con el cine nacional, o una porción de él, ese que aspira a las masas.

Mientras para el gobierno las audiencias sigan siendo un problema, será difícil desarticular la concepción que tiene la población sobre la cinematografía local. Eso se traduce en el poco balance que hay entre las casi nulas experiencias de salas de cine arte en regiones versus el gigantesco apoyo del estado al fomento del cine chileno en glamorosos Festivales internacionales. Es por ello que incluso muchos cineastas han desechado la opción de exhibir películas en salas de cine, y optan por espacios como los cine clubes o simplemente por incorporar films a portales web, donde se puede multiplicar la cantidad de personas que ven una película, aunque sacrificando el acto de asistir en colectivo a ver un film en pantalla grande.

La reflexión patente tras el cierre de BF es que el modelo comercial aplicado a la divulgación del cine nacional irremediablemente arrojará pérdidas, así como es cuestionable en cuanto a resultados la estrategia de la subvención a empresas para que se hagan cargo de la formación de audiencias. Igualmente marginar a las Universidades y Cine Clubes de este proceso es contradictorio, y parece que es incompatible que conceptos como mercado y educación se aúnen en el cine, tema tan en boga en el último tiempo. La apreciación cinematográfica es similar a la comprensión de lectura, y sabemos que en nuestro país las tasas son bajísimas. El público, que es sometido constantemente al analfabetismo que propone la maquinaria cultural norteamericana instalada en nuestras pantallas, ve en éste el estándar con que mide al cine de la región, el único lugar de donde se puede aferrar ante la carencia de espacios de exhibición y la desinformación.

BF Huérfanos es una empresa privada, y seguramente sus dueños continuarán en el rubro del cine. Las películas independientes chilenas se seguirán exhibiendo en sus propios circuitos de Festivales, Cine Clubes y Salas de Cine Arte. Y el grueso de la población continuará pensando que el cine nacional no existe, que el parangón con que medir una obra es el cine norteamericano, y seguirá prendiendo el televisor para evadirse de su realidad, ya que el valor de una entrada al cine es altísimo. El gobierno reafirmará su intención de apoyar el cine comercial sin una ciudadanía culta e informada que lo reciba, critique, piense. También premiarán a consagrados para que en el extranjero se hable de como un gobierno de derecha reconoce a sus artistas. Un niño de algún colegio del sur de Chile seguirá sin conocer “El Chacal de Nahueltoro” o “El Húsar de la Muerte”. Y, por supuesto, nadie reclamará por la pérdida de la vida cultural que existía antiguamente en el centro histórico de Santiago, por la demolición del Cine Lido para convertirlo en oficinas, o por el despojo a las universidades estatales de su rol como protagonistas del desarrollo del país, tal como fue con el cine local de los años sesenta. Al final del día, siempre será más cómodo lamentarse en las redes sociales sobre el cierre de una sala de cine arte, antes que preguntarse por el problema de raíz y cuestionar a los responsables de que la brecha existente entre el público y su propia cinematografía sea cada vez mas amplia.