Por: Colectivo Miope / 04 de diciembre, 2012
“Jerónimo es un antisocial que renta habitaciones a extranjeros para luego meterse en sus pertenencias”, así se propone en parte de la sinopsis el nuevo largometraje de Fernando Lavanderos. Lo primero que salta a la vista es que Jerónimo de antisocial tiene muy poco, y de fisgón lo razonable; administra rigurosamente una casona en Providencia, viste pragmáticamente pese a su viril y extravagante barba rabínica (luego podriamos conceder y comprender que algunas de sus conductas se podrían caracterizar de una laxitud moral igualmente prominente), y pese a tener concretamente apenas una relación -no clientelar, ¿o si?- visible y posiblemente circunstancial (con un hermano mayor) nada indica que sea un antisocial en el sentido clínico de aquel sospechosamente premeditado diagnóstico. Simplemente es –por ahora– un treitón taciturno abocado a un rutina funcional y acostumbrado a rayarle la cancha al resto, ya que, claro, tiene que lidiar con las diversas costumbres e incidencias que se presentan con el ir y venir de extraños (turistas) en torno a la casa que tiene a cargo, como se mencionó, a modo de administrador* (el dueño es un padre que nunca vemos y cuya figura solo se vuelve patente a través del familiar mandado que sirve de intermediario).
Todo parece en orden y bajo control incluso con la llegada de una turista más (como muchas que necesariamente ya han pasado por esa carreteada casona); Sanna, actriz, noruega, algo promiscua y dientona, que resulta ser más que apetecible para Jerónimo, quien evidencia -a pesar de su contención- un alto nivel de acumulación, ya que luego de un par de tiras y aflojas aquel trámite se consuma como corresponde….No sin antes un par de diálogos ácidos donde Jerónimo burlonamente -aunque sin perder su semblante reposado y calculista- ningunea el rol social de esta escandinava que pretende salvar a niños chilenos en riesgo social mediante las artes escénicas (que afortunadamente nunca vemos o más bien jamás existieron).
Las cosas como son despliega, nuevamente e incluso mejor, como ya pasó con …Y las vacas vueltan, las potencialidades narrativas de las barreras idiomáticas y las costumbres divergentes que sus personajes enfrentan con la tensa diplomacia que entre coterráneos rara vez se intenta y casi siempre parece impostada. El largometraje, además, problematiza acerca de las expectativas ramplonas que cada individuo se forma a partir de lo va ofreciendo el destino mas no algún plan o meta buscada (el destino…o quizás el “intercambio cultural” que promueven ciertos países gordos de culposa bonanza para más bien ocultar con turismo socio-sexual el tedio de sus jóvenes). Si bien Jerónimo mantiene una postura defensiva, también se permite ser reactivo por el gran poder que cree detentar, pero en concreto es él quien se ve probado y tentado a asumir una condición que de independiente o resuelta tiene bien poco y de acomodaticia, mucho. Ésto, a manos de un tercer personaje que irrumpe -vía Sanna- y que en su inestable situación de fugitivo protegido es el que realmente toca sin querer el “corazón” (o la consciencia sedada) del velludo. Algo que no logra ni con sus carnes generosas la extranjera, que más allá de un aliviador polvete, no puede ofrecer más (y Jerónimo tal vez tampoco, pero por aplomo).
Entonces, no es la rubia insípida con su altruista vocación la que estimula cierto progreso en Jerónimo, sino que es el efecto colateral de aquella causa superficialmente filantrópica la que moviliza algo en nuestro amodorrado protagonista, quien claramente jamás ha visto gente como el invitado de piedra mencionado, al cual probablemente considera (sin decirlo expresamente) como un pobre e infeliz flaite que carraspea sílabas a duras penas, pero que a su pesar y el nuestro, que como hipócritas bien pensantes –tan progres como Sanna–, jamás afirmaríamos a viva voz algo así. Es entonces, ese muchacho es en su precariamente directo balbuceo (logrado cameo de un no-actor) el que acierta con sus dardos en las zonas más endebles de Jerónimo, esas que jamás nunca se han aireado por estar protegidas en el castillo-pensión donde mora.
¿Cómo son las cosas en concreto? Así son, todo se paga y todo tiene su consecuencia a corto o largo plazo, sobre todo luego de experimentar cierta plenitud y reconciliadora estabilidad (una vil nube de humo). Las cosas como son, pareciera ser una película incómodamente realista o, mejor dicho, racionalista….y hasta moralista. Pues, en definitiva, si vuelves costumbre lo que te funciona, si vueltes norma estable eso que te ayuda a vivir y luego lo tranzas, rompes, flexibilizas o esquivas a consciencia; actúas de manera inmoral. Y de manera necia, además. Las decisiones erradas tienen resultados proporcionales, casi siempre. Así de simple. En esa esfera lo moralista, y sin dejar de ser por ello un relato cínicamente cautivante por su resolutividad y su escasa ambiguedad a la hora de insinuar políticamente algunas conclusiones aproposito de las visitas milagrosas, deseadas o no, que corroen lentamente (igual que las drogas duras, las que cualquier consumidor siempre creerá tener bajo control).
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*Administrador; un oficio común que ejercían (o ejercen cuando no estudian una profesión) los hijos de los patrones en el campo, por ejemplo. Un oficio eventualmente estable del que necesariamente se aprende viviendo toda una vida en un fundo heredado por generaciones de terratenientes. Algo así, a nivel urbano, parecer suceder con Jerónimo; una especie de Julito (Julio Comienza en Julio) crecido, al cual no le preocupa ni importa demasiado construirse una vida propia “normal” con herederos, profesión, reputación, obra admirada y casa propia.