Por: Luis Horta / 05 de octubre, 2012
* Texto aparecido en el Catálogo del Festival internacional de Cine de Valdivia 2012.
Todo ejercicio de la memoria es subjetivo en cuanto a su capacidad intrínseca de crear y establecer una imagen identitaria, ya sea ésta social, individual o en torno a sujetos capaces de leer en su historia el paradigma de la naturaleza humana. La experiencia, el acto irrepetible del acontecimiento, parece moldear ese espacio intangible llamado memoria, y someterla a la sensibilidad por medio del recuerdo. En este panorama ¿Qué significa la ausencia de memoria, es decir, el olvido?.
Hablar de patrimonio fílmico es hablar en torno a la política de la memoria. Eso lo han entendido las instituciones, para bien y para mal, que instalan lugares comunes en el escenario público para luego relegar nuestra memoria a la invisibilización. La política de la mala memoria en Chile ha sumido a diversos directores, actores, técnicos, películas, movimientos y experiencias en un lugar marginal dentro de un panorama que permite el predominio de estas prácticas. Armando Rojas Castro, Edmundo Urrutia, Fernando Bellet o Luis Cornejo permanecen como nombres, y no como articuladores de corrientes y movimientos dentro de la historia del cine local, algo que es un deber resarcir.
Una forma de releer nuestra historia es por medio del cine, y un claro ejemplo de ello es Lautaro Murúa, cineasta emblemático, trasterrado, polémico y desconocido, nunca filmó en Chile pero sí lo hizo desde Chile, desde el desarraigo y el exilio, cuya sensibilidad social gatilló una serie de películas vinculadas con los problemas de una latinoamérica pobre y colocándose del lado de aquellos permeables a la injusticia: los niños, los pobres, los honestos. Relevar a Lautaro Murúa como autor, descubrirlo como cineasta y entender las problemáticas sociales implícitas en toda su obra, son los objetivos tras recopilar y divulgar gran parte de sus obras y desempolvarlas del olvido.
Nacido el 29 de Diciembre de 1926, Murúa tuvo sus primeras aproximaciones a las artes en el Teatro Experimental de la Universidad de Chile, posteriormente incursionando como actor en algunas de las pocas producciones chilenas realizadas a inicios de los años cincuenta. Debe exiliarse en Argentina tras la llegada al poder del General Carlos Ibañez del Campo, involucrándose en la vida intelectual y artística porteña. En 1960 dirige su primer film, “Shunko”, con guión de Arturo Roa Bastos. Un año más tarde filma, “Alias Gardelito”, retrato de los barrios bajos de Buenos Aires y que fue censurada en Chile pese al reconocimiento internacional. La década siguiente le permitió consagrarse como uno de los más importantes actores del cine argentino, con apariciones en películas como “Martín Fierro” (Leopoldo Torre Nilsson, 1968), “Invasión” (Hugo Santiago, 1969), “Los Traidores” (Raimundo Gleyzer, 1973), “Nazareno Cruz y el lobo” (Leonardo Fabio, 1975), entre varios otros. Intenta filmar una película junto a Raúl Ruiz en 1963, “El Retorno”, que nunca concluyen y de la que aparentemente se ha perdido toda pista de existencia. Recién en 1975 realiza un nuevo largometraje “La Raulito”, que nuevamente incorpora temáticas como la lucha de clases y la humanidad ajena al predominio del capital. Sin embargo debe exiliarse por segunda vez un año más tarde, en esta ocasión luego de la ascensión del General Perón, radicandose en España. Retorna a Argentina en 1983 para filmar “Cuarteles de invierno”, una película madura, oscura y melancólica, basada en la novela de Osvaldo Soriano y con música de Astor Piazzola. Sería su último film, que no le impediría actuar en algunas películas más hasta que su vida se agotó un día 3 de Diciembre de 1995.
La presente retrospectiva no sólo intenta ser justa con uno de los artistas importantes de nuestra historia, sino que posibilitar que la trascendencia se transforme en la posibilidad de sensibilizar en torno a la importancia de nuestro patrimonio para con ello instalar la urgencia de nuestra memoria.