Por: Vittorio Farfán / 16 de Julio, 2017
A raíz de la reciente muerte del cineasta George Romero (1940- 2017), publicamos este texto inédito escrito por Vittorio Farfán, crítico de cine y cineasta radicado en la región del Maule.
Junto con “El Topo” (Alejandro Jodorowski, 1970) y “Pink Flamingos” (John Waters, 1972), “La noche de lo muertos vivientes” (George A. Romero, 1968) es pionera en el segmento del cine de trasnoche surgido en norteamérica durante la década del setenta: lugares donde hippies y despalzados acostumbraban merodear para, de paso, alucinar con películas de bajo presupuestro y el delirio narrativo que, en el boca a boca posterior, empezaron a transformarlas en filmes de culto.
De alguna forma, esa humilde película filmada en blanco y negro, con un muy bajo presupuesto y en 16mm, es un giro en la forma de hacer terror. Refleja el escepticismo social de una comunidad frente a los hilos que establecían la forma de vida del americano promedio, proponiendo una radiografía pesimista de la convivencia humana en el mundo contemporáneo.
La trama inicia como si se tratase de una película más de la Hammer, la exitosa compañía británica espcialista en cine de horror B, e incluso rescata la atomósfera oscura de un cuento para hacer dormir a un niño: Barbara y Johnny son dos hermanos que visitan la tumba de su padre, pero en el cementerio un hombre extraño ataca a Johnny dándole muerte. Barbara huye hasta una cabaña, donde se encuentra que otras personas enfrentan la misma situación, constatando que se trata de muertos que han recobrado la vida con el objetivo de asesinar.
La forma en que la historia se desarrolla tiene elementos de “Los Siete Samurai” (Akira Kurosawa, 1954) o “Rio Bravo” (Howard Hawks, 1959), donde un grupo de personas enfrentan la adversidad hostil de un mundo sin ley, contando para ello con el instinto y la violencia que condiciona la naturaleza humana. Pero ellos no son los cánones convencionales de los personajes habituales de situaciones límites, ya que a diferencia del cine de horror anterior, no se trata de científicos, vaqueros o nobles samuráis, sino sujetos comunes enfrentados a su entorno. En el encierro dan cuenta de los traumas personales, donde un personaje señala que para poder defenderse “disparé a mi madre” mientras que otro relata como vio “un bus con personas gritando, mientras eran carcomidos por el fuego”.
La apariciónd de los zombis es un recurso narrativo que, de alguna forma, evidencia la influencia de John Ford y las escenas de batallas entre indios y colonizadores, ya que tal como él mismo señalaba, “son parte de una fuerza indómita, como un tornado, como un terremoto”. George Romero convierte a la masa de muertos vivientes en una fuerza indomable, que busca a toda costa la carne humana de los vivos. En los filmes anteriores, los horrores se configuraban como una entidad justificada, ya sea en la fantasmagoría o en el exotismo cultural, como en “White Zombie” (Victor Halperin, 1932). Estos orígenes son inspirados en diversas combinaciones delirantes, que van desde los vampiros radioactivos de la novela “Soy una leyenda” (1954) de Richard Matheson, pasando por demonios come-hombre que cuidan cementerios en la mitología oriental o incluso momias, todo con el fin de racionalizar un relato. Romero considera que ese caminar “lento, oscuro y hasta romántico” de dichas narrativas, donde la piel opaca no explica la catalepsia precisamente, posibilita especulaciones que contribuyen a la creación de una atmósfera propia.
En “La noche de los muertos vivientes”, la cabaña es el oasis de un apocalipsis irreversible. Cada vez que aparecen más personajes, se vuelve más complicado mantener un equilibrio para funcionar en equipo, y tomar decisiones empieza a evidenciar las diferencias entre el grupo tan reducido de desconocidos reunidos por las circunstancias. Por tanto, se empieza a configurar un modo jerarquico de administración, donde todos quieren el poder del liderazgo, motivo que detona el desastre principal, del cual se culpa a un enemigo tácito, como son los zombies.
Es importante, de acuerdo a esto, señalar que os personajes casi no hablan de sus pasados. La forma en que se relacionan, y como quieren enfrentar la situación, nos da indicios de quienes son solamente para demostrar lo peor de la naturaleza humana, llevado a un extremo cuando el hombre es desterrado de esa fantasía llamada sociedad. El relato de Romero es pesimista y crudo, lo cual se constata cuando una niña se come a su madre, en una alegoría ambigua que oscila entre el incesto y el “complejo de Electra”. Por otra parte, el antihéroe de la película es un afroamericano que no duda un solo momento en ejercer la supremacía entre el grupo, dado por su capacidad de subsistencia, lo cual le otorga poder en este nuevo contexto, pero no así en la sociedad “normal”.
Goerge Romero tiene un sentido del humor muy particular, ya sea en la forma de usar la cámara bajo una estética de documental, como al emplear en algunos momentos un tipo de composición propia del cine de terror clásico. Estas citas le permiten elegir una cabaña de color blanco, que contrasta con el negro de la noche en el exterior, y que aumenta el aire agorafóbico con escenas magistrales donde los muertos vivos festinan con los restos de los cuerpos de lo que alguna vez fue un ser humano.
Esta obra inicia un genero nuevo, donde el mismo Romero ha desarrollado una saga con un sello único donde se destaca “Dawn of the dead” de 1978, una especie de segunda parte que contó con la participación del cineasta italiano Dario Argento, la música de la banda de rock progresivo Goblin y los efectos especiales de Tom Savini, la cual incluso tuvo un remake con un discurso cercano al feminismo. También contribuyó a que John Russo, guionista y autor de la novela original, desarrollara una incipiente carrera como cineasta, lanzando una curiosa “versión propia” que solo agrega burdas escenas que intentan reinsertar las tomas que Romero rechazó originalmente… una versión que llega a ser igual de olvidable que la versión re-coloreada en tonos pasteles que se intentó lanzar posteriormente al mercado.
En conclusión, “La noche de los muertos vivientes” se ha convertido en una escuela y referente obligado del cine de terror moderno. Prescindiendo de la espectacularidad del cine industrial, encuentra en los horrores cotidianos una forma de construir un universo que marcó un camino para el género, e incluso propone mecanismos de producción replicables en países sin mayor tradición en el cine de terror. Romero abre una tendencia en cuanto cine alegórico, pero también en configurar universos inquietantes desde el extrañamiento, la anomalía y principalmente desde las atmósferas, rompiendo con ataduras narrativas propias del cine netamente comercial.