Por: Vittorio Farfán / 24 de febrero, 2019
Netflix, en cuanto casa productora, no dista mucho de ser una versión con mejor mercadotecnia de la antigua empresa Cannon Group, responsable de clásicos del cine B. En ella, sujetos que posiblemente con buenas intenciones comerciales, quieren vivir la experiencia de estar en el mundo del cine creyendo que hacen resistencia a una gran industria. Finalmente, estas intenciones distan mucho de las grandes resistencias, desechando toda radicalidad debido a la necesidad de realizar una película desde una carencia objetiva, siendo el equivalente a un músico que, al tener una guitarra de mala calidad e intentar tocar como sus referentes, descubre un riff o un estilo totalmente diferente.
Actualmente, el cine experimenta una decadencia que incluso parece la muerte de la forma clásica de hacerlo, algo que, por cierto, ya pasó anteriormente. Por ende, da la sensación que nuevamente emprendedores solitarios resuelven de forma creativa la forma de hacer cine, pero a diferencia de otras épocas esto surge a partir de empresas y no de grupos de personas con un sentido discursivo en común.
La publicidad de hoy, hace sentir al cliente que al consumir su producto o servicio, se sienta un verdadero “Che Guevara”, donde uno de los mayores responsables de ello es el famoso Steve Jobs y sus mecanismos para promocionar la venta de calculadoras bien diseñadas. Al momento de hacer una película, cada vez se habla menos de hacerla, y a cambio se concentra todo en su rentabilidad y eficiencia. De esta manera, el cine, cuyos orígenes se remontan a los espectáculos de feria, se ha obligado a maquillarse con un discurso de otras profundidades, el cual se ha ido perdiendo al hacer películas baratas por que sólo el mercado lo dicta, sin esa vieja sensación romántica de hacer una película como si fuera la última.
Da la sensación que una película como “Roma” (Alfonso Cuarón, 2018) resulte simpática, debido a la facilidad con la que apela a todo lo que uno estima como un discurso humilde ante un filme. Ella aborda temáticas universales desde lo simple, tiene un correcto manejo en la selección del personaje principal y una búsqueda por narrar la temática de una familia de clase media acomodada y una empleada domestica, con gran diferencia a lo que frecuentemente se ve en un cine “abierto” y de consumo.
Que a un “transeúnte” nuevo lo podría impresionar, no hay duda, e incluso es una buena entrada para visionar más películas en torno a estas temática. Resulta obvio sostener a que juega con “todos” los elementos que ya abordó en su momento el neorrealismo italiano, así como también todas las corrientes que posteriormente le fueron sacando costillas.
Aún así, “Roma” es bastante básica, al tratarse de un tipo de cine que apela a que el espectador sienta más de lo que realmente se está queriendo mostrar, ejecutado por un buen ejecutor como su director Alfonso Cuarón, pero a su vez un filme ubicado en una zona segura. Cuarón ejecuta algunos aspectos fílmicos de manera reiterativa, tanto en la dirección de arte como en el montaje, esto último al seducirse con escenas y planos cuyas duraciones innecesarias pretenden mostrar a un “gran maestro de lo atmosférico” que termina siendo solo un “elefante bailando opereta”. Si se trata de proponer temáticas que dan al espectador un tema de conversación, y sumado a cierta cultura visual de los públicos actuales, ello permitiría sacar igualmente una reflexión social en una película como “El barrendero” (Miguel M. Delgado, 1982), del legendario “Cantinflas”.
“Roma” apela también a una nostalgia construida desde la mercadotecnia, de un hombre que camina por las nuevas ciudades y apela a mirar nostálgico su pasado. Éste mismo sujeto, que no hace más que postear en redes sociales aquello que añora, es el consumidor a quien Cuarón interpela a retratarse a si mismo, en una falsa carencia que sólo se trataría de una época más austera, cuando en un grado estaría narrando una historia de personas que no se saben llevar con los hechos actuales, o los pivotean desde el minimalismo. Se puede apelar que los protagonistas de “Roma” están resueltos de principio a fin, evitando el conflicto central o simplemente jugando a una eterna presentación o exposición de los personajes y sus problemática. Así, “Roma” termina siendo una radiografia latinoamericana “a lo Tacobell” casi cayendo en los mismos clichés de su medio compatriota Robert Rodríguez, en donde se vende el mismo México que le gusta ver a los gringos, un lugar de acción lindo para ir a vomitar tequilla y enchiladas hasta por las orejas.
Si bien esta lectura podría considerarse como un empecinamiento en “Roma”, al considerarla una película sobre valorada en todo sentido, permite esta toma de distancia su falsa humildad, tanto la del director como la de su propia obra. Al plantearse como un “revolucionario” por abrir historias alejado de un relato comercial clásico o hacer una historia íntima tras filmar transbordadores con Sandra Bullock. Y también por ser parte de una góndola de películas Netflix, donde casi están grabando a una velocidad en la cual el guion está listo después de su estreno.
Rendirse de rodillas, aún con todo lo austero del filme, cuando es una demostración de tratarse de una película a pedido para circulación en festivales, son conductas que hacen ser a este tipo de cine un “perrito nuevo” recostado al lado del fuego, y que después le limpiarán, no rayará la puerta, no morderá el zapato regalón del amo y tal vez no se robará el bisteck antes del asado.
¿Es mala?: Véala. Entre ver una películas grabada semana por medio con Noomi Rapace, no dudaría en señalar que sí vale más la pena verla. Pero, piense que le andan metiendo la pata del pie en la boca cuando le dice que eso es una película íntima.