Por: Luis Horta / 07 de octubre, 2012
Alguna crítica pequeñoburguesa instaló en el cine -como en otras expresiones- la necesidad de lo nuevo en oposición a la memoria. Es mejor refundar que restituir. En ello, se habló de los «novísimos cines» con un fundamento pobre que trataba de unificar temáticas vacuas, postmodernas, orgullosas de su vacío, con una falsa y aparente reflexión autobiográfica e intimista constituyente de un imaginario que incluso abarca temas como la memoria, las relaciones modernas quebradas, la alienación medial y la paradoja de lo indecible como texto. De esta colección de películas surgieron premios, autores, actores y se consagró un movimiento que de un momento a otro comenzó a representar el mundo de las clases media-altas como un estado pleno en su decadencia. Se habló de una «nueva generación» en antítesis a una «antigua» generación que pretendía desarrollar afortunada y desafortunadamente temáticas alusivas al Chile que moría.
«Aquí estoy, aquí no» de Elisa Eliash es una película que representa precisamente lo contrario. Filmada con un estilo inquieto y movedizo entre la cita y el descontento, la película articula su relato en clave alegórica sobre sujetos que no concluyen sus vidas, en algunos casos autoimpuestas. Son historias que aparecen y desaparecen valiéndose de la soledad y de las miserias morales y sociales, como ocurre en el diálogo en un local de comida rápida, e incluso la ansiedad graficada en personajes que permanentemente comen, trocando el código implícito del alcoholismo por el mal moderno: la alimentación. La película despliega una serie de personajes que trata de encontrar algo poco defendible tanto por ellos como por sus cercanos, lo intangible de un estado poroso e inestable, no menor cuando evidentemente la historia se instala en lecturas alegóricas que aluden directamente al estado del país donde el olvido, el individualismo, la vanidad y la incapacidad de reconocer al otro, son parte de una historia que tampoco concluye, como ha sido la de este país.
Los rasgos de «lo inconcluso» son la paradoja que sustenta a personajes que parecen deambular, tomándose unos de otros como la última posibilidad. El recurso de la pérdida y el silencio conmueve en lugares donde el humor es amargo a pesar del contexto en que se plantea. Es importante en esta línea la obsesión por el parque de diversiones, algo que también se trata en la película anterior de Eliash, «Mami te amo», metáfora que permite instalar al espectador en un mundo de risas tristes, eventos irrepetibles donde el mareo se confunde con la ceguera de la ansiedad social, aquella que intenta sacarnos del cotidiano pero siempre desde adentro de él. Es importante el retrato de la masa como un lugar de celebración y representación simultánea, muy propio para nuestros ojos y muy inquietante bajo cierta perspectiva.
Que el protagonista quede en shock luego de ver morir a su mejor amigo, que intente rearmarse a partir de la pérdida, que se aferre a una mujer ( o a la invención de ella) como salvación, y que todo ocurra bajo un contexto de decadencia física y moral, no es sino la metáfora de nuestro país y de aquello que le tocó vivir a una generación entera, esa que nació en dictadura, fue adolescente en transición y se hizo adulta en «democracia». Que escuchó «de oídas» la leyenda de un país transversal y generoso, preocupado por el desarrollo y no por el mercado, que veía el mundo por los ojos de la televisión y los VHS. «Aquí estoy, aquí no» es una película beat en el sentido de perderse en una alegoría que se sabe, desde un comienzo, inútil. El grito no servirá para nada, la lucha de hoy es la miseria, el servilismo, la impudicia. Así es como no es necesario instalar a sujetos tristes e incomunicados frente a la cámara para poder entender que existe una generación frustrada por su propia historia que no conoce, por el espacio y el tiempo que le asignaron vivir, pero con la cabeza y las manos atadas ante la imposibilidad del vacío.
Aún así, se pone en cuestión el concepto de la decadencia. La película está plagada de personajes entrañables como el conserje-confidente, la rockera-encargada de aseo, el periodista que no escribe, la amiga-madre…las duplicidades forman parte del carácter social que en otros films parecía relegado a lugares comunes de soledad y falsa afectación, siendo que acá constituyen el mérito precisamente de redescubrir un país desde el imaginario social: las relaciones entretejen otra forma de romper el disgusto. El valor de «Aquí estoy, aquí no» es precisamente renovar una forma de hacer cine, de entender ya sin dolor y sin lágrimas el pasado, construyendo con ello un sistema que sea capaz de resarcir los daños que nunca se cerrarán para nadie. El protagonista es un desaparecido, todos somos desaparecidos de un país que desapareció. Es la venganza de los anónimos: acá no hay héroes ni mitos, no hay aproximaciones falsas al mundo de la pobreza (material) ni relaciones sexuales torcidas. Hay ansias de ser sujeto y no objeto, presencias en la duda, estabilidades en las desestabilidades, como quien baila en una rueda del parque de diversiones.
Somos todos televidentes, todos consumidores, todos despojados, todos amnésicos, todos decadentes, todos suicidas. Todos queremos desaparecer, queremos ser estrellas (hoy mucho más posible que antes por medio de Twitter y Facebook) pero a la vez tener una historia nueva que contar: una historia original.